Entrevistas

Cuestionario librero 134: José Mateos

“La belleza del mundo no sólo nos pide ser contemplada, sino algo más: la belleza del mundo nos pide una respuesta y esa respuesta sólo puede ser la creación de más belleza”, afirmaba José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) en Un año en la otra vida, y la verdad es que él no se […]

“La belleza del mundo no sólo nos pide ser contemplada, sino algo más: la belleza del mundo nos pide una respuesta y esa respuesta sólo puede ser la creación de más belleza”, afirmaba José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) en Un año en la otra vida, y la verdad es que él no se ha quedado corto en esa tarea necesaria, que además ha sabido hacer esencial. En pocas obras literarias que conozcamos hay menos distracciones, menos rodeos, menos “literatura” que despiste de la búsqueda constante (pero no obsesiva) de la verdad. Lejos de ese “cálculo de lo oportuno que lastra la verdad de tantos escritores”, Mateos no se agobia, no se obliga, se deja llevar. Si encuentra algún verso, algún aforismo, alguna idea, algún paisaje que pintar… él “obedece” y le da cuerpo, pero si no sabe esperar. Ahora publica Monigotes y divinanzas, un libro de “viñetas” donde hay más poesía que humor, y donde el autor ofrece, de un modo muy distinto, sus certidumbres de siempre, una mirada calmada pero crítica ante el mundo formulada a través de sentencias, de intuiciones o de paradojas. El autor de poemas tan memorables como “Julia Reis” (que cantó Loquillo) o “Meditación en Atlanterra” es también editor desde hace unos años, y en sus Libros Canto y Cuento va entregando poemarios y antologías de poetas españoles/as importantes. Quedamos con José Mateos en la puerta del Alcázar de su ciudad, y allí, antes de recorrerla, le entregamos un “cuestionario librero” culminado por una pregunta de Cristóbal Serna, de la librería La Luna Nueva (Jerez).

[Fotografía: José Mateos, en Jerez de la Frontera (Cádiz), 30 de julio de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Lo primero fue la voz de mi padre cuando nos leía poemas de una antología de poesía española de la que sólo sé que tenía las tapas rojas y estaba encuadernado en tela: romances, “La canción del pirata”, Machado… El primer libro que leí yo solo y por mi cuenta fue Moby Dick en la edición reducida e ilustrada de Bruguera. Esas dos experiencias debieron de calar muy hondo en mí. Fueron tan deslumbrantes que la lectura de cualquier otro libro que me ha gustado después ha sido como un eco de aquello.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

En este campo mi ambición ha ido en aumento. Cuando era niño mis padres se reían porque cuando alguien me preguntaba que quería ser de mayor yo siempre contestaba que quería ser pirindolo (la palabra se la había escuchado a mi padre en referencia a los pordioseros, a los vagabundos) y, si no, tonto de pueblo. No sé si eso lo decía por fastidiar o porque ya me atraían esos tipos de vida alejados de los chanchullos sociales. Después cuando me convertí en un lector voraz de novelas, entre mis dieciséis y mis veinticinco años, quería ser sobre todo personaje. Creo que los más duraderos fueron Allan Quaterman, el personaje creado por Rider Haggard y el príncipe Myshkin de Dostoievski. Años más tarde, más que personaje quise ser leyenda, la que encarnan algunos poetas de vidas singulares: Rimbaud me fascinaba por su precocidad y su malditismo; he querido acabar con la razón perdida de tanto embestir a lo sagrado, como Hölderlin; o sacrificar la vida a una voz que te exige atención y pureza, como Rilke. Ahora todo eso me parece cosas de poca monta porque lo que realmente me gustaría ser es poesía, desaparecer en ella para siempre y mirarlo todo como lo ve la poesía, con ojos de enamorado.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

En los libros, como en casi todo, busco una verdad que sea inmune a mis dudas, una mirada que no haya sucumbido a la corrupción del mundo. Lo que la mayoría entiende por literatura, incluso por buena literatura, suele aburrirme. Por eso difícilmente me fío ya de las recomendaciones de nadie, salvo de unos poquísimos amigos que me conocen bien. A los libros que me interesan llego por referencias en otros libros, por osmosis.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Desde mis veinte años creo que habré pasado pocos días en los que no le haya dedicado unas cuatro o cinco horas a la lectura y siempre a mi capricho. Así que, a mi edad, creo que he tenido tiempo para leer, y a veces releer, todo lo que me parecía fundamental. Hay libros que se consideran clásicos que no me interesan nada, que me parecen un bluff, sobre todo entre los escritos a partir del siglo XX: Lolita, Cien años de soledad, La montaña mágica, Poeta en Nueva York

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Intenté publicar Mi abismo luminoso de Christiam Wiman. Le pedí a mi amiga la poeta Pilar Pardo que lo tradujera, e hizo un trabajo impecable. Sin embargo, por cuestiones económicas y de derechos, el libro finalmente no pudo salir. Estaría bien que alguna editorial con más solvencia lo intentara. Me gustaría leer una buena antología de la obra del ilustrado José Somoza y del poeta modernista Pedro Sienna. También me gustan algunos libros no traducidos al español de Jean Louis Chretien, de Karl Kerényi… Y que se recuperaran algunas de las traducciones de Losada de Michel de Ghelderode o la novela de Pierre Mertens Los deslumbramientos; y los Diarios de Luis Felipe Vivanco, La vida nueva de Pedrito de Andía de Rafael Sánchez Mazas o el Diario de una tregua de Dionisio Ridruejo. En fin, hay tantos…

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Vicios inconfesables creo que ninguno. Subrayo a lápiz y lleno de anotaciones los libros que me gustan y que me hacen pensar. Es mi forma de dialogar con ellos. Después, cuando termina la conversación, lo borro todo, no sin antes pasar a limpio lo que me parece aprovechable de mis anotaciones. No me gusta conservar durante mucho tiempo los libros que no me interesan. Suelo regalarlos o dejarlos en alguna librería de lance.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Lo que le pido a un librero es que me deje tranquilo mirar y huronear por las estanterías las horas que me hagan falta. Que sea silencioso como un fantasma.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Un buen fondo de libros de poesía y de filosofía.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

El poema de Gilgamesh, La Biblia, La Odisea, La Divina Comedia, El Quijote, Hamlet, Los hermanos Karamázov, Así hablaba Zaratrusta… y podría seguir un rato más. Por otra parte leo pocas novedades, las que me llegan de los amigos. El último de este verano: La fuente del encanto de Andrés Trapiello, uno de esos libros que si interrumpes su lectura y levantas la vista, lo que ves a tu alrededor te parece mejor, más claro.

[Y la pregunta 10 la lanza hoy Cristóbal Serna, de la librería La Luna Nueva (Jerez de la Frontera, Cádiz):]

Después de tu larga trayectoria literaria, sobre todo como poeta y aforista, y viendo que últimamente exploras otros lenguajes expresivos… ¿aún sigues esperando a la poesía?”

Como yo soy mi peor crítico, y como creo que nadie puede ser más severo y despiadado con todo lo mío que yo mismo, una vez que publico un libro de poemas me resisto inmediatamente a seguir escribiendo poemas. Quedo tan avergonzado de haberlo hecho, me fastidia tanto que se me haya escapado lo esencial, que me digo que lo mío debe de ser otra cosa. Entonces me pongo a probar un género distinto u otras disciplinas artísticas, como la pintura o el teatro. Pero cuando concluyo un ensayo o termino de pintar me pasa lo mismo. Así que vuelvo a empezar, vuelvo siempre a la poesía.