Entrevistas

Entrevista a Gustavo Martín Garzo

“Asomaos a un cuarto donde una mujer le está contando un cuento a su hijo, decía mi madre. En sus palabras está la verdadera historia del mundo”: esas palabras se leen al comienzo de El árbol de los sueños, la hermosísima nueva novela de Gustavo Martín Garzo, una historia de historias sostenida sobre la pura […]

“Asomaos a un cuarto donde una mujer le está contando un cuento a su hijo, decía mi madre. En sus palabras está la verdadera historia del mundo”: esas palabras se leen al comienzo de El árbol de los sueños, la hermosísima nueva novela de Gustavo Martín Garzo, una historia de historias sostenida sobre la pura imaginación, entendida ésta no como ficción sino a la manera tradicional, más bien como pura y desatada fantasía. “No quiero la verdad, / sólo quiero la vida”, clama Fernando Pessoa en uno de los epígrafes generales de este libro maravilloso, y es cierto que no conviene identificar lo real con lo visible, lo existente con lo material, la vida con lo documentable… La “verdadera historia del mundo” ha de ser receptiva a lo que sólo sucede dentro de nosotros. “Este libro es un resumen de toda mi obra. Siempre quise escribir un libro así”, dice Martín Garzo en esta entrevista para ‘Las Librerías Recomiendan’, y nosotras añadimos que el resultado es espectacular, una novela que nos devuelve al encandilamiento con el que leíamos en la infancia.

– Usted ha escrito muchas veces sobre la naturaleza de la ficción o, más allá, sobre los mimbres de la fantasía. Ha reivindicado en libros, conferencias y artículos la literatura oral, la literatura primitiva, ese estadio de la literatura previo incluso a la escritura, cuando todo comenzaba. De algún modo “El árbol de los sueños” es un gran homenaje a todo eso, una celebración del puro gozo de contar y escuchar, de la imaginación… Por definición, todo ello está vigente, por ser eterno, pero ¿cómo cree que recibe el mundo de hoy, tan “maleado”, tan “despistado”, esas “recuperaciones” de lo remoto, ese tipo de narración que enlaza con lo antiguo, con los primeros balbuceos tanto en lo que se cuenta como en cómo se cuenta?

– No tengo una respuesta clara para esto. Pero creo que la necesidad de contar y escuchar historias es inherente al ser humano. Una puerta cerrada es literaria porque nos obliga a preguntarnos por lo que oculta. “Cuéntame” es la primera pregunta del amor. Y esa pregunta conlleva la petición de una historia que queremos escuchar.

– Empezando por el mismísimo comienzo del libro, llama la atención la dedicatoria a Pasolini. ¿A qué se debe?

– Hizo una película titulada Las mil y una noches, en la que se decía que la verdad no cabe en una sola historia. Era una celebración de la vida y la alegría del sexo. Un sexo atrevido, libre, fuente de afecto e ingenuidad. Toda la obra de Pasolini es una protesta frente a una sociedad narcisista, capaz de transformar el cuerpo en mercancía y corromper y banalizar el deseo. Eso mismo quiere ser mi libro.

– Ya que cita Las mil y una noches, es inevitable ver en El árbol de los sueños una estructura relativamente parecida, historias heterogéneas que nacen de un mismo personaje, la madre del narrador, que ejercería un poco de Sherezade… Al margen de las deudas más transparentes con esa tradición de las compilaciones de cuentos tradicionales, de las colecciones de “ejemplos” o historias populares que se reformulan, ¿qué, digamos, fuentes, ha utilizado? Se ve que las historias son originales, muy suyas, pero el conjunto se emparenta con algunos de los libros más importantes del mundo, entre ellos muchos de los fundacionales. ¿Hay algo que quiera revelar al respecto?

– Este proyecto es un viejo sueño, ya que siempre he querido escribir un libro así. Tiene que ver, claro, con mi amor al mundo del relato, y en especial a ese libro de los libros que es Las Mil y Una Noches. Un libro que contenga todos los libros que existen, que contenga todas las historias, ¿qué escritor no ha soñado con escribir un libro así? Su escritura ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. Cuando empezaba a contar una historia ignoraba qué historia era ésa y cómo podía terminar. Esa historia me llevaba a otra, y ésta a una nueva, en una sucesión que no parecía tener final. No sabía qué estaba haciendo, era como si me limitara a escribir lo que otro me estaba dictando. Escribir es vagar, no saber lo qué haces. El escritor -también el lector- es un vagabundo, se abandona al mundo del otro. Es como una balsa arrastrada por la corriente de un río, se deja llevar.

– Sé que para un escritor es muy difícil valorar eso, hablando de su propia obra, pero, en ese sentido que decía ahora, ¿no tiene usted la impresión de haber escrito un libro de plenitud, casi un resumen de todo lo hecho hasta ahora, o una culminación?…

– No sé si un libro de plenitud, pero sí que este libro es un resumen de toda mi obra. Siempre quise escribir un libro así, aunque no sé si lo he logrado o no. Una novela que no diera tregua, que se leyera como un relato de aventuras, que no dejara respirar al lector, que fuera capaz de conmover, irritar y maravillar a la vez, que abrumara por su desmesura y que a la vez desearas que no terminar nunca. Un libro extraño y maravilloso -un cuento infantil, un cuento de amor-, que se leyera como leíamos de pequeños las novelas de aventuras, deseando siempre más.

– ¿Qué nos pasa en España con la fantasía? Dejando a un lado casos relativamente recientes aún, muy ilustres, como Ana María Matute, o hitos como Cunqueiro, parece que entre los adultos hay cierto rechazo a una literatura que consideran ya propia de niños, o como mucho de adolescentes. Tengo la impresión, sin mucho conocimiento, de que en otros países hay mayor flexibilidad, una continuidad más natural, mayor tolerancia a que la magia pueda fecundar la literatura para mayores.

– Lo que dices es la triste verdad. Nuestro país, en vez de seguir la senda de Cervantes, siguió la de la novela picaresca, que es la novela realista, desdeñando el mundo de la fantasía. Pero yo amo a los niños por encima de todas las cosas. Ellos son los médiums de la realidad, nos ponen en contacto con zonas del mundo y de nosotros mismos que desconocemos. Es una pena que no les demos la importancia que tienen, y que al crecer abandonemos esa idea tan suya del mundo como posibilidad. Como decía Ionesco: “Somos como Cenicienta, que vive en la espera de una transfiguración del mundo, que vive en la espera de unas horas de fiesta fastuosa, gloriosa; el resto del tiempo estamos aquí harapientos en las sucias cabañas de la realidad. Es como si viviésemos en un letargo profundo. Nos despertamos, de vez en cuando, por unos instantes, y luego nos zambullimos de nuevo en el sueño vacío”. La irrupción de lo maravilloso en el mundo, eso es la literatura para mí.

– Por último, acaso la pregunta más difícil: ¿por qué dirías que es importante seguir leyendo en un mundo como el nuestro?

– Cuando don Quijote sale al mundo, éste se convierte en un misterio ante sus ojos. Don Quijote nos enseña a aprehender el mundo como pregunta. La literatura es un alegato contra el totalitarismo en todas sus formas. Todos los totalitarismos son mundos de respuestas, no de preguntas. Hoy en día la gente prefiere juzgar a comprender, contestar a preguntar. Siempre he defendido el poder sanador de la novela como pregunta. Su voz debe escucharse en el estrépito necio de las certezas humanas.

[Preguntas y fotografía de Juan Marqués, para ‘Las Librerías Recomiendan’]