Cuando leemos, nos pasan cosas
Hemos rescatado  de una web la recomendación
 de un libro muy duro y muy hermoso: El olvido que seremos… Pero no solo
 nos gustó y nos tocó el libro cuando lo leímos es que la recomendación
 es muy emocionante: “Cuando leemos nos pasan cosas” y eso es lo también
 nosotros creemos. Nos parece un buen mensaje para trasmitir a los hijos
 cuando tratamos de animarlos a leer.
 Cuando leemos nos pasan cosas. Felipe Van der Huck
 Cuando
 leemos nos pasan cosas. La escuela no acepta esto de muy buena gana, y
 cuando lo hace parece que leer sólo fuera una operación mental. Como
 doy en la universidad un curso sobre lectura, que se llama “Cómo leer
 en bicicleta: libros, lecturas y lectores”, y que es cualquier cosa
 menos…
 Hemos rescatado  de una web la recomendación
 de un libro muy duro y muy hermoso: El olvido que seremos… Pero no solo
 nos gustó y nos tocó el libro cuando lo leímos es que la recomendación
 es muy emocionante: “Cuando leemos nos pasan cosas” y eso es lo también
 nosotros creemos. Nos parece un buen mensaje para trasmitir a los hijos
 cuando tratamos de animarlos a leer.
Cuando leemos nos pasan cosas. Felipe Van der Huck
 Cuando
 leemos nos pasan cosas. La escuela no acepta esto de muy buena gana, y
 cuando lo hace parece que leer sólo fuera una operación mental. Como
 doy en la universidad un curso sobre lectura, que se llama “Cómo leer
 en bicicleta: libros, lecturas y lectores”, y que es cualquier cosa
 menos un curso de lectura rápida (como me dijo una vez un estudiante,
 cuando en la primera clase le pregunté por qué diablos uno matriculaba
 algo con ese nombre), o un curso disciplinar sobre la lectura (yo soy
 sociólogo), he contado con la oportunidad de tener una larga y personal
 conversación con ellos –los estudiantes- sobre lo que nos pasa cuando leemos. 
 Y
 es que cuando leemos nos pasan cosas. No sólo el hecho de que podamos
 darle un sentido a algo que no lo tenía, o recomponer el sentido de
 algo que nos atormentaba en secreto. Ni tampoco que, a veces, leer sea
 encontrar las palabras de otros que son al mismo tiempo las más
 propias, las que mejor nos dicen, las que más nos pertenecen (recuerdo
 al cartero de Neruda cuando le dice: “la poesía no es de quien la
 escribe, sino de quien la necesita”). O que, por ejemplo, leer sea
 elaborar un espacio de intimidad, “una habitación propia”, que nos
 aísla para introducirnos en el mundo de manera diferente (como dice M.
 Petit, la antropóloga de Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura ). 
 No.
 Nos pasan también cosas en el cuerpo cuando leemos, porque no se siente
 ni se sueña ni se crea ni se odia por fuera del cuerpo. No diré cuáles
 me pasaron a mí al leer el libro de Héctor Abad F. (y después de
 leerlo, uno no le quiere decir más Héctor Abad F., sino Héctor). Diré,
 pero acaso es lo mismo que he dicho antes que no quiero decir, que
 después de leer el libro tuve ganas de reglárselo a mi mamá y a mi
 hermana (mi papá está muerto, pero murió de muerte natural: ¡y en
 realidad, qué poco de natural tiene la muerte, no digamos la violenta,
 sino la simple muerte!). Tuve ganas de que lo leyeran (yo me decidí a
 leerlo porque un amigo escribió un correo colectivo desde Estados
 Unidos diciendo: léanlo), y tuve ganas de que ese regalo, decirles lean
 este libro que es muy bueno, fuera una declaración de amor. Como
 decirles: ustedes están unidas a mí, para lo bueno y para lo malo, y
 les agradezco tanto lo uno como lo otro. 
 Y es que El olvido que seremos ,
 me parece, hace eso. Es un libro valiente, y no tanto por la denuncia
 de los asesinos, sino por el retrato honesto del amor, con todas sus
 contradicciones y todo lo bueno y todo lo malo. Sólo al terminar el
 libro me fijé en la foto de Héctor que aparece en la parte posterior.
 Me quedé viendo su cara, esa sonrisa apenas insinuada, y lo puntiaguda
 que parece su nariz. Pero en lo que más me fijé fue en sus canas. Su
 pelo parece delgado y suave, y sus canas, aunque dominantes, se mezclan
 con cabellos más oscuros. Si se las merece o no, no lo sé. A mí me
 dieron ganas de conocerlo, y de gritar a dúo con él: ¡Hijueputas!
Fuente: Piedepágina. Revista de libros. Nº 12 Agosto 2007
 