Entrevistas

Cuestionario librero 48: Eloy Sánchez Rosillo

Siempre que nos encontramos ante la grata oportunidad de escribir sobre la poesía de Eloy Sánchez Rosillo nos vemos también ante la paradoja de tener que escribir sobre algo sobre lo que no se puede (o casi no se debe) decir nada: la poesía de Sánchez Rosillo no se puede explicar ni comentar, sólo se […]

Siempre que nos encontramos ante la grata oportunidad de escribir sobre la poesía de Eloy Sánchez Rosillo nos vemos también ante la paradoja de tener que escribir sobre algo sobre lo que no se puede (o casi no se debe) decir nada: la poesía de Sánchez Rosillo no se puede explicar ni comentar, sólo se puede citar: “No me cabe en el cuerpo la alegría / de que por fin haya llegado marzo. / No sé qué hacer con ella: sobra tanta / que hay para dar y repartir. Acaso / la desmenuce en migas de pan tierno / y se la eche a los pájaros”… En estos días, cinco años después de su destellante Quién lo diría, ha llegado a nuestras librerías un nuevo libro suyo, La rama verde, que supone un paso más en ese camino tan personal, tan indagador, tan celebrativo y tan glorioso de su obra. Somos muchos quienes, para decirlo sin rodeos ni tapujos, tenemos a Sánchez Rosillo como el mayor poeta español vivo, acaso con el permiso de Francisco Brines (y con qué elegancia, por cierto, está sabiendo apagarse aquel que tanto iluminó, con qué ejemplar silencio se nos está yendo quien dijo algunas de las mejores palabras de nuestro idioma…). La poesía de Sánchez Rosillo, tan desnuda y tan firme y tan viva, deja en evidencia casi todo aquello que el mundo llama “poesía”, y lo hace sin levantar la voz, a lo suyo, que es lo de todos. “Lo importante es vivir, aunque el vivir nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida”… de modo que con ese apremio (que no urgencia) de vivirlo todo del todo, la misma madrugada en que terminaba el Estado de Alarma en Madrid nos subimos a un tren que avanzaba hacia Murcia para llevarle el “cuestionario librero”, con pregunta final de Lola Larumbe, de la Librería Rafael Alberti:

[Fotografía: Eloy Sánchez Rosillo, en Murcia, 25 de octubre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

No es un libro solo el que nos hace lectores de golpe y para siempre; más bien se trata de la sucesión desde muy pronto de muchos y muy diversos libros. Cada uno de ellos va dejando en nosotros su hechizo (que no veneno), hasta que llega un punto en el que comprendemos que nunca podremos vivir una vida digna de tal nombre si no hay libros a nuestro alcance. En mi caso (dejando a un lado las lecturas infantiles y de adolescencia, tan fervorosas), un hito definitivo en esa sucesión, que me conmocionó de manera especial, fueron los dos tomos que publicó Aguilar, en su Biblioteca de Premios Nobel, de todos los libros de poesía de Juan Ramón Jiménez. Los compré un día glorioso de mi primera juventud (tenía diecisiete años). Los fui leyendo despacio página a página, fascinado. Aún los conservo en mi biblioteca.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Me hubiera encantado, en su momento, parecerme a Fabricio del Dongo (aunque ya sé que es mucho pedir), protagonista de La cartuja de Parma. La gran novela de Stendhal fue también una lectura muy temprana mía. La he releído varias veces a lo largo de mi vida. Hay en ella personajes de primerísimo orden: la duquesa Sanseverina, el conde Mosca, Clelia Conti. Pero Fabricio es especial: qué pureza, que arrojo inconsciente, qué corazón romántico, qué alma tan llena de sueños.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Hay libros magníficos que uno tiene pendientes y que están esperándonos en nuestra propia biblioteca desde hace años. A cada uno le va llegando su vez. Ocurre con frecuencia que la lectura de alguno de éstos se ve interrumpida por la aparición de una novedad interesante. Las lecturas se entrecruzan, se entremezclan y en ocasiones acabas leyendo antes el libro que menos habías pensado leer. No me guío por las listas de los periódicos o de las librerías para elegir lo que leo. Y los libreros que me conocen no me suelen recomendar nada, porque saben que yo voy casi siempre a tiro hecho. Tened en cuenta que llevo toda la vida en esto.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Algunos de los libros llamados insoslayables me echaron para atrás y no he vuelto a ellos, por muy insoslayables que fueran. El Ulises de Joyce, por ejemplo. Si un libro nos aburre o no encontramos interés ni beneficio en él, lo mejor es darle de lado para siempre, sin ningún remordimiento de conciencia. La lectura ha de ser un provecho gustoso, como decían los clásicos.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Hay un poeta que no es extranjero, pero que en los tiempos nacionalistas que corren en nuestro país casi podría serlo. Escribió en catalán (o en valenciano, que es lo mismo, aunque con ciertas peculiaridades locales). Se trata de Vicent Andrés Estellés, un poeta inmenso, mal conocido en España, porque no hay apenas traducciones de sus libros al idioma común de todos los españoles. Una amplia y cuidada antología de su obra resulta imprescindible. Respecto a libros descatalogados, uno maravilloso que no se ha reeditado nunca, difícil de encontrar, es La poesía inglesa, amplísima y magnífica selección de poetas ingleses y norteamericanos de todas las épocas que tradujo a lo largo de años Marià Manent y que publicó en 1958 José Janés Editor. Sería un acierto muy grande volverlo a poner en circulación. A los poetas jóvenes y no tan jóvenes y a los buenos lectores en general les haría mucho bien.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Casi de todo lo que decís he hecho yo en mi vida por los libros y con los libros. Ahora ya no. Aunque mi pasión lectora no ha decaído, sí ha cedido del todo el afán de tener en mi propia casa todos los libros del mundo. Comprendí a tiempo que eso era una locura y ya no soy coleccionista de nada, y mucho menos bibliófilo. Compro algunos libros, los que me interesan, pero me deshago de muchos más. Juan Ramón decía: “Si quieres leer muchos libros, compra pocos”.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Lo importante es que sea un buen profesional, que le guste lo que hace (aunque a lo mejor ni siquiera sea lector). No hay tantos así. Hoy en día las librerías grandes e importantes (y no digamos las librerías online) tienden a lo impersonal. Las más grandes tienen empleados o encargados, pero no dueños visibles, libreros vocacionales como los de antes que estén al frente de su negocio.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Todas tienen su “aquél”. No hay ninguna mala. En cualquiera de ellas puede saltar la liebre cuando menos lo esperas. Aunque esto, claro, es cada vez menos probable, porque uno ya no se sorprende con cualquier cosa y por la abundancia de información sobre las novedades interesantes que un aficionado de verdad tiene en los suplementos literarios y en internet antes de acercarse a la librería.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

Sin ninguna duda recomiendo a Homero. Si no existieran la Ilíada y la Odisea no ocurriría aparentemente nada, pero el mundo sería más pobre y más triste, y más pequeño. En español, no obstante, no debe leerse a este poeta (ni a ninguno) en cualquier traducción. La que a mí me ha hecho siempre vibrar y leerlo como si de un poeta español se tratara es la de Fernando Gutiérrez, que publicó Planeta en un tomo extraordinario (las dos obras homéricas juntas) en 1968. Hay otras ediciones, algunas de ellas muy reputadas, que están traducidas en prosa, lo cual me parece una aberración. Y las peores son sin duda las que presumen de ser muy exactas, pero que suenan sólo a pura filología menesterosa. Y, para terminar con vuestra pregunta, os apunto tres libros recientes, dos de poesía y uno de prosa: Visita de Año Nuevo, de Antonio Moreno; La hora del jardín, de José Luis Parra; y Madrid, de Andrés Trapiello.

[Y la pregunta 10 la lanza Lola Larumbe, de la Librería Rafael Alberti (Madrid):]

“Hola, Eloy, me gustaría que me contaras cuál es tu primer recuerdo asociado a una librería, por un libro o regalo o paseo o sueño o… lo que quieras”.
Hola, querida Lola. Gracias por tu pregunta. Mis recuerdos más antiguos de las librerías son de cuando aún no podía entrar en ellas, porque era un niño y no disponía de dinero. Me fascinaban los escaparates de estos comercios. Me detenía ante ellos y comenzaba a mirar y remirar los libros expuestos, no sólo los de literatura. Me gustaban todos. En la calle Trapería de Murcia, la más céntrica y frecuentada de la ciudad, estaban la Librería General y La Covachuela, que como su nombre indica era muy pequeñita. La primera, por el contrario, era grande. En sus escaparates había libros de literatura, pero también de veterinaria, del cultivo de cítricos y frutales, de electricidad, de medicina (sobre la artritis y la artrosis, la próstata, los cálculos renales o biliares, la tenia o solitaria). Los títulos y las ilustraciones de sus cubiertas me encantaban y me hacían imaginar lo interesantes que serían los contenidos. La Covachuela estaba justo enfrente del casino. Un señor ya muy mayor y grueso, y un único empleado, ambos con guardapolvos de color pardo, vendían allí periódicos, revistas y libros. El local era mínimo. Apenas podían moverse dentro de él los dos hombres. Tenía el negocio una pequeña vitrina en la calle, junto a la puerta. En ella se mostraban fundamentalmente libros sobre Murcia y también algún éxito nacional del momento, como El libro de la vida sexual, de López Ibor, que uno miraba con mucho interés. Ya al final de la adolescencia comencé a encargar allí regularmente, para estar al día, dos revistas de letras que eran las referencias principales de aquel tiempo: La Estafeta Literaria y Poesía Española. Las leía de arriba abajo.