Entrevistas

Cuestionario librero 78: Aurora Freijo Corbeira

No es su primer libro, porque su licenciatura en Filosofía ya dio buenos frutos con Perdidos para la literatura (2011) y Tanta luz. Pasolini (2015), e incluso ha hecho una incursión en la literatura infantil con Cuidado, Sócrates se acerca (2016), pero La ternera, la novela que acaba de publicar Aurora Freijo Corbeira, nace con […]

No es su primer libro, porque su licenciatura en Filosofía ya dio buenos frutos con Perdidos para la literatura (2011) y Tanta luz. Pasolini (2015), e incluso ha hecho una incursión en la literatura infantil con Cuidado, Sócrates se acerca (2016), pero La ternera, la novela que acaba de publicar Aurora Freijo Corbeira, nace con un claro aire de nuevo debut, de recomienzo. En él se reconstruye muy fragmentariamente el universo simbólico de una niña de cinco años que sufre abusos por parte de un vecino y descubre demasiado pronto que “no se puede vivir en verso”. Su sensibilidad, sus silencios, sus afectos van construyendo una novela breve e intensa, introvertida como su protagonista, poética, muy especial. Quedamos con su autora en el Círculo de Bellas Artes, un lugar muy estimado por ella, pero acabamos ante las imponentes puertas de Cristina Iglesias, en la ampliación del Museo del Prado, y allí le entregamos el “cuestionario librero”, con pregunta final de la escritora y ex-librera Manuela Partearroyo.

[Fotografía: Aurora Freijo Corbeira, en Madrid, 15 de febrero de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

No creo que haya habido un texto inaugural que me abriese a la lectura sino, que fue más bien una marea, un magma que se fue formando despacio, con sus capas y sus fluidos. De hecho yo no he sido una lectora precoz. En el colegio, mis compañeras leían los libros de Los Cinco y yo muchas veces disimulaba, haciendo que los leía, por no quedarme fuera. Pero mi lectura fue mucho más tardía. Eso sí, en mi casa siempre estuvieron los libros, de mano de mi madre, la poesía y la lengua gallega. Así que había mucho sonido de literatura en casa. Empecé a leer sobre todo ensayo, y en la universidad, y como la filosofía se entiende muy bien con la literatura, al menos la filosofía como algunos la entendemos, comencé a leer literatura ya casi sin parar. Y de repente te encuentras con que te has hecho una lectora y que esa actividad se ha hecho casi ontológica, imprescindible. Se fue haciendo el hábito casi sin querer. Leer no es fácil. Cuesta un esfuerzo, como sucede con casi todas las cosas excelentes.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Me habría encantado escribir Madame Bovary. Me parece un personaje pleno por sus carencias. No querría ser una Bovary, claro, es alguien muy sufriente, muy presa del deseo,  y con mucha insatisfacción, pero a la vez por eso mismo me atrae.

Me deleitan los personajes femeninos de Kawabata: lo bello y lo triste están el ellos. Y la contención. Son testimonios del Japón que necesita oscuridades para poder dejar asomar tanta sofisticación.

Y sin duda también hubiese querido escribir Bartleby el escribiente. Condensa casi todo lo que yo pretendo como modo filosófico de estar en el mundo; es una insumisión calma, sin estridencias. Su preferiría no hacerlo es la fórmula que rompe la servidumbre voluntaria con la ligereza de un soplo.

A veces querría ser con él.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Los libros siempre se presentan como una apertura. Creo que cuando uno lee un libro que le satisface, este le lleva a otro o a otros. Bien buscas otros textos del mismo autor, o una cita pie de página  te guía, o la contraportada del libro, o un personaje… pero siempre que acabo un libro, e incluso sin acabarlo, tengo ya varias líneas de fuga a partir de él para seguir investigando y leyendo. Es una cadena incesante. Otras veces son recomendaciones de amigos de gustos literarios que aprecio, y otras veces pido consejo al librero en el que confío y que sabe de mis preferencias.

Las librerías están llenas de afectos. Las visito a menudo, desde luego en mi ciudad (me gusta muchísimo quedar “para ver libros”), y cuando viajo a ciudades extranjeras. Allí suelo comprar libros que me han gustado, en otros idiomas; así que tengo libros de mis autores favoritos en árabe, de los que no entiendo una palabra, o en polaco, que tampoco entiendo, o en rumano, por ejemplo. Pero me agrada tenerlos y me parecen sugerentes porque tengo que decodificarlos aunque sólo sea para conocer una de esas palabras que ahí están.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Seguramente hay muchos, pero uno de ellos es Rayuela. Cuando yo era una chavala lo leía todo el mundo, pero yo nunca acabé de entender aquello, gustándome Cortázar, no me atrapaba, no sabía muy bien qué era la Maga, me despistaba su nombre; intenté entrar por otros lados porque sé que Rayuela lo permite, pero lo he dejado estar. Tengo incluso una edición muy vieja que cuando la veo pienso: tengo que leerlo, pero sé que no lo voy a hacer. Hay tantas lecturas pendientes. Y Rayuela está llena de lectores. Seguro que no me echa de menos. Sin embargo leí tarde “Los muertos”, Dublineses, y doy gracias a los dioses por haberlo hecho.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Sin duda el autor que elegiría sería Franz Innerhofer. Está publicado su primer libro, Días hermosos. Es una de mis lecturas más admiradas. Compone con otro dos, que faltan por traducir al castellano del alemán, una trilogía. Desde mi editorial, Las migas también son pan, hemos intentado hacerlo, pero somos demasiado pequeñas aún para la agencia literaria. Pero deseo en un futuro poder conseguirlo. Es una lectura austriaca en el más pleno sentido de la palabra, con esa dureza poética que es plenamente dicente.

Si hablamos de filosofía, habría tanto… Creo que afortunadamente se ha reeditado Siete sentencias sobre el séptimo ángel, de Michel Foucault, libro que perdí y quedó descatalogado. Tiene una introducción de lo mejor.

Precisamente en Las migas también son pan, tenemos como línea editorial estos supuestos que me preguntáis. Yo me encargo especialmente de rebuscar textos. La edición está llena de tesoros olvidados, lo que nos lleva a hacer una fascinante tarea arqueológica.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Siempre llevo un libro en el bolso. Del mismo modo que alguien mete unas gafas o un pañuelo, yo siempre llevo un libro. Intentó que no pese mucho, pero es una buena compañía. Durante muchos años llevaba, además del cualquiera que estuviese leyendo, alguno de Pasolini, uno de mis autores fundamentales (era como llevar un trozo de la Roma en blanco y negro de los 60), y cuando asistía a reuniones muy poco interesantes, miraba el bolso y me consolaba mucho ver ahí a un insurrecto).

Los libros de ensayo los subrayo mucho y de muchos colores a veces, y los anoto a lápiz e incluso a boli. En los de literatura doblo las esquinas, claro. Aunque hay ediciones tan bellas que resultan intocables.

Y también dejo libros un poco por todas partes: en el despacho, en la casa de la sierra, por toda la casa… es un modo de hacer hogar.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Tengo desde hace poco un referente en cuanto a los libreros y a las librerías. Es una que acaba de desaparecer, desafortunadamente: Los Editores. Siempre era un placer visitarlos. De hecho Las migas hemos presentado allí algún libro y el buen hacer de Manuela y Pilar, su apuesta por las pequeñas editoriales, su buen gusto, su buen criterio, su elegancia y su sabiduría hacían de ese espacio un modelo. Siempre estabas en casa. Como ellas hay muchas otras, afortunadamente. Admiro a los libreros sabios: les preguntas un título y saben todo de él. No me refiero a contenido, sino a tecnicismos que aprecio sobremanera, porque son como acariciar el texto.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Pues yo necesito algo muy tonto, y es que, además de los fondos, el saber del librero y la convergencia con mis apetencias, que no haga frío y que tenga una iluminación acogedora. Y que me dejen intimar con los libros, que me permitan cotillearlos, que pueda tocarlos aún en pandemia.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Si tuviera que dejarle a un amigo –prestar un libro es un acto de afecto, no lo olvidemos, es dar una carta casi– un libro clásico de filosofía sería la Poética de Aristóteles, porque en ella está el modo que tenemos de narrar, que no es otra cosa que el modo que tenemos narrarnos cada uno de nosotros. Como ocurren tantas veces con los griegos clásicos, es pura contemporaneidad. Y si seguimos con los clásicos, cualquiera de los místicos españoles, que completaría con algún estudio de Valente sobre ellos. Si prestase una lectura contemporánea de filosofía quizá elegiría, de Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz.

Por último, un libro que he descubierto hace poco: ¿Sueño que vivo?, de Ceija Stojka, a la que conocí a raíz de la exposición sobre ella que hubo en el Reina Sofía. Autora austriaca, gitana y víctima de un campo de concentración, su libro es grande con sus pocas páginas, y en el que se abrazan la poesía y el horror, el binomio más difícil pero el más fértil.

[Y la pregunta 10 la lanza la aludida Manuela Partearroyo:]

La ternera sobrecoge por su apabullante sobriedad, está llena de silencios y de espacios en blanco. ¿Esa concisión casi poética se elige por pudor dada la violencia de lo que relatas o porque así impacta en el lector obligándole a imaginar “más”, como en las grandes historias de terror? También me preguntaba por tu recorrido hasta encontrar la voz que nos narra, desde dentro y a la vez desde fuera. ¿Te han acompañado referentes literarios concretos (pienso en nuestro amado PPP, tal vez en Rilke, al que citas…) o ha sido más un trabajo intuitivo? Un abrazo enorme.

La sobriedad es esencial en la escritura, al menos para mí. A veces taponamos el sentido llenándolo de palabras, sin dejar que el decir respire. Por eso considero de alguna forma  la poesía como la excelencia de la palabra. Además la escritura tiene que ser verosímil y para ello no debe contar necesariamente todos y cada uno de los acontecimientos y detalles, sino crear las condiciones para que aquello que se diga sea de verdad, para que sea carne de lectura, carne de vida. Son aspectos que reconozco mucho la literatura centro europea. Seguro que nuestro Pasolini está en mi mano al escribir, porque lo he leído tantas veces, pero en este caso creo que me han acompañado otros; él es suave, acariciador, con esa impronta italiana que llena todo de melancolía, y la ternera es demasiado austera. Creo que he ido más de la mano de  otros autores: pienso en Jelinek y en sus amantes por ejemplo, y me gustaría que estuviese un poco Herta Müller. Pero supongo que en lo que somos están todas nuestras lecturas.