Entrevistas

Cuestionario librero nº 15: Carlos Pardo

Poeta, narrador, crítico literario, gestor cultural y ex-librero, el madrileño Carlos Pardo es uno de los escritores más singulares, divertidos, reconocibles y mordaces de la buena literatura española. Tras cuatro libros de poemas publicados y dos novelas, el pasado octubre publicó Lejos de Kakania, el tercero de los “episodios individuales” en los que Pardo va […]

Poeta, narrador, crítico literario, gestor cultural y ex-librero, el madrileño Carlos Pardo es uno de los escritores más singulares, divertidos, reconocibles y mordaces de la buena literatura española. Tras cuatro libros de poemas publicados y dos novelas, el pasado octubre publicó Lejos de Kakania, el tercero de los “episodios individuales” en los que Pardo va encuadernando su propia vida y aportándola a las estanterías de la experiencia común. Hoy responde al “cuestionario librero”, con pregunta final de Rafa Arias, de Letras Corsarias (Salamanca):

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Me recuerdo leyendo, desde muy pequeño, enciclopedias, antologías de poesía (“el elefante no sabía / lo que era la telefonía”), cómics, diccionarios de mitología, cuentos de terror. Quizá siempre he disfrutado de ese otro mundo que es más real que la realidad circundante, porque incluye un “interior” que no mostramos: miedos, enamoramientos, envidias, fascinaciones, etcétera. He sido un niño… ejem… romántico. Con gran capacidad de sublimación. Pero quizá el libro que me dio la medida de la grandeza de la literatura fue Drácula, que leí al comienzo de la adolescencia, en la playa. Había suspendido unas cuantas asignaturas para septiembre y todo, todo excepto el futuro de Mina y sus amigos, me importaba más bien poco.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Ya no me pasa, pero recuerdo cuatro identificaciones que me cambiaron la vida: Eduard de Los monederos falsos, Bernard de Las olas, Zeno Cosini y Simón Tanner. Pero antes de esto, todavía en el instituto, había querido ser Baudelaire y llevaba bastón y una petaca con absenta. Pero, por suerte, ya no me pasa.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Un libro me lleva a otro y a otro, etcétera. Digamos que me he acostumbrado a buscarme yo solo las lecturas. También tengo vicios obvios: revisar catálogos antiguos y repasar de principio a fin los anaqueles de las bibliotecas (de cada sitio al que viajo) y las librerías (también las más recónditas). Además, pido a mis amigos, viejos y nuevos, que me saquen de mis “tendencias” lectoras; también a cada librero que conozco. Además, he sido librero durante unos diez años y creo que mi cabeza sigue estructurada como una librería “en potencia”. En este sentido, aunque no sé si viene al hilo de la pregunta, la experiencia de librero ha marcado mi relación con la literatura en un nivel mucho más radical: me ha vuelto incapaz de pensar en el lector de un modo abstracto.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Así, a bote pronto, sé que tengo en casa esperando (y en algún caso es ya el tercer intento) Anna Karenina, Middlemarch, Jane Eyre, Effie Briest, Retrato de una dama, Los Maia, Moby Dick, La muerte de Virgilio, el diario de Gombrowicz y El Gatopardo. Antes estas cosas me agobiaban, ahora espero convertirme en un lector tan caprichoso como paciente.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Para bien del mundo que habla nuestro idioma habría que traducir Titán de Jean Paul. El pobre Jean Paul, genial humorista y revolucionario del género novelístico, no ha tenido suerte en España: o escasamente representado o descatalogado o, directamente, mal traducido. Su obra maestra, Titán, era la novela favorita de Mahler, por cierto. Y en cuanto a reedición, ya toca Luciano Leuwen de Stendhal, esa especie de continuación “histórica” de Rojo y negro. Por favor, con letra decente.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Menos robar, leer el isbn y hacer listas de libros ya leídos, todos los demás vicios: en especial gastarme lo que no tengo y esconderlos para que no me regañen. Y otro que cada vez parece más un vicio: releer.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

De un librero me gusta la honestidad, más allá de su locuacidad o timidez. En general, espero de él las virtudes que uno le exige a un crítico literario: la franqueza y el rigor, unas cuantas intuiciones estéticas, chispa, sabiduría vital y capacidad de contextualización (haber leído mucho). Creo que he conocido a más libreros que críticos con estas cualidades. Puede ser una cosa que te da el trabajo manual (sacar las novedades de la caja y volver a guardarlas al cabo de un mes o dos), pero llega un momento en que los libreros alcanzan una especie de desapego ultra-literario, de sabiduría zen, que es fundamental para valorar los libros en su justa medida.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Un buen librero o librera y una buena selección de fondo.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

Suele decirse que los clásicos son los libros cuyas preguntas aún no se han agotado: en cierto sentido, son lo contrario a esa tendencia domesticadora que busca en “la tradición” algo parecido a una palabra de dios. De entre los clásicos me gustan especialmente los que inciden en las preguntas problemáticas, trastocan las reglas y mezclan la tragedia con el humor, lo importante con lo nimio y las grandes ideas cívicas con un liberador apetito de destrucción (porque la naturaleza aborrece el vacío, se dice, pero la cultura odia lo lleno… y a veces toca destruir). Por ejemplo, Jacques, el fatalista, de Diderot, novela, experimento, diálogo cínico, burla trascendental… Me gusta, sobre todo, en la traducción de Félix de Azúa. Y un libro un poco anterior: la Vida de Diego de Torres Villarroel. Villarroel escribe una originalísima novela autobiográfica, entre la novela de formación y la picaresca: una maravilla de estilo y de análisis de las pasiones vulgares, un gran libro cómico y tierno. Pero Villarroel tuvo la mala suerte de ser un pionero. Y además, en España. Y hoy nadie lo lee. En cuanto a libro reciente, me entusiasma el compendio de lecturas de la mexicana Margo Glantz, El texto encuentra un cuerpo (Ampersand). Un recorrido por los libros que “la tocan”: Woolf, Faulkner, Akiko Yosano, George Eliot, Austen… Con la sagacidad e ingenio habituales de esa maestra que es Glantz.

[Y la pregunta nº 10 de hoy la lanza Rafa Arias, de Letras Corsarias (Salamanca)]:

“Tratándose de una entrevista de esta página, la pregunta es inevitable: ¿Echas de menos el oficio de librero o con una “mili” fue suficiente?”
Jajaja. Pues la verdad es que sí que lo echo de menos. Lo repito a menudo: ser librero sería el mejor trabajo del mundo si estuviera bien pagado. A mí me cambió profundamente, me quitó muchas tonterías. Las más evidentes, ya las he comentado arriba: uno deja de tener esa idea grandilocuente de la posteridad y empieza a ver la literatura como una cadena de trabajo común, de siglos en los que ya no existe la tendencia tan tonta de “pegar el pelotazo”, “tener éxito”, etc. Se te bajan los humos. Supongo que algo parecido les pasará a los médicos: ser librero te coloca en la dimensión exacta de la vida y la muerte de un libro. Y uno desarrolla el olfato para detectar las patrañas. También atenúa, en un sentido más íntimo, la timidez y el complejo de rarito. Y se te quitan las abstracciones comerciales (los targets) y cada lector aparece como una persona con rasgos y gustos propios: otro rarito como tú. Es una mili, como bien dices, Rafa, que todo escritor y editor deberían pasar, al menos, durante un año de sus vidas. O bien visitar una librería diferente cada semana, como penitencia, jeje. Perdona si me pongo cursi, pero echo de menos ser librero por muchísimas razones. En concreto, de mis años en la librería Antonio Machado echo de menos a tantos lectores (clientes, se dice) de los que he aprendido muchísimo. Y a esas otras figuras currantes y sacrificadas (y poco conocidas): los comerciales de las distribuidoras, que se patean la ciudad llueva, nieve o arda el cielo. Y, sobre todo, echo de menos a mis compañeros de la librería, tan sabios y generosos e irónicos (cuando toca), esas virtudes de librero.

Carlos Pardo, en Madrid, 10 de junio de 2020. (Fotografías de Juan Marqués).