Entrevistas

Cuestionario librero 120: Leonor Saro

Nació en Madrid en 1994 y acaba de publicar su primer libro, Babilonia, un poemario sorprendente, inspirado y maduro, que juega con distintas voces, formas, tiempos y planos y acaba insinuando lo que su título anuncia: una especie de caos organizadísimo, un ‘multum in parvo’, un fenomenal follón que inspira a la vez atracción y […]

Nació en Madrid en 1994 y acaba de publicar su primer libro, Babilonia, un poemario sorprendente, inspirado y maduro, que juega con distintas voces, formas, tiempos y planos y acaba insinuando lo que su título anuncia: una especie de caos organizadísimo, un ‘multum in parvo’, un fenomenal follón que inspira a la vez atracción y rechazo. Babilonia era una ciudad perfectamente real que, sin embargo, ha pasado al imaginario occidental como la ciudad del desorden, del pecado, de la codicia, de la ambición, de la lujuria… y todavía resuena en nosotros, al leer esa palabra, algo de aquel misterio, de aquella magia, obviamente poco documentable. Los mitos tienen esa fuerza, preferimos fantasear con Babel que enterarnos de algo sobre la ciudad real, histórica, tan anodina o tan estimulante como cualquiera… pero se agradece, y su conversión en literatura retiene todo el poder de la imaginación, todas las capas de fantasía y de violencia y de miedo que se han arrojado sobre aquel lugar. En cierto modo, Leonor Saro se ha aprovechado también de eso, y nos da su particular mirada, que no es sobre una ciudad sino sobre todo el mundo, como si Babilonia hubiera acabado siendo todo el planeta (o, mejor, entendiendo que lo que se atribuía a aquella ciudad en las viejas escrituras vale para cualquier rincón). En nuestra campaña por la buena poesía, quedamos con Leonor Saro en el escenario más “babilónico” que hemos podido encontrar en Madrid, la llamada “plaza de los Cubos”, y allí, en medio de ese vértigo invertido, le entregamos el cuestionario librero, con pregunta final de Adri Fauro, librero en 80 Mundos (Alicante), quien ya escribió, por cierto, una formidable reseña sobre Babilonia.

[Fotografía: Leonor Saro, en Madrid, 25 de junio de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

No podría escoger uno solo. Cuando era muy niña mi padre me leía antes de dormir El Hobbit y La isla del tesoro. Me enteraba a ratos, a veces a la noche siguiente teníamos que volver a leer el capítulo otra vez. Pero recuerdo muy bien la impresión de algunos fragmentos. Empecé a leer enseguida, porque yo era una niña muy tímida y me gustaba pasar tiempo a solas. En verano me tiraba varios meses en el pueblo y allí, tratando de evitar que mi abuela me mandara a jugar con otros niños, empecé a explorar la biblioteca pulga de mi abuelo, que consistía en versiones abreviadísimas de grandes clásicos. Me llevé una decepción muy grande cuando me enteré de que aquellas no eran las obras “de verdad” y desde entonces me he vuelto bastante completista. Después, en mi temprana adolescencia, recuerdo que me impactaron especialmente mis primeras incursiones en Dostoievsky, El corazón débil y El jugador. A partir de aquellas lecturas me empecé a interesar mucho por la literatura del s. XIX, que me mostraba un universo de afectos y de códigos que no podía encontrar en otra parte. Recuerdo también descubrir a Shakespeare bastante pronto. Me puse enferma y estuve cuatro días sin ir al colegio. Cogí las obras completas y me puse a leer comedias.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Yo quería ser como Margarita Gautier, me proyectaba mucho en todas esas heroínas románticas seductoras, lánguidas y un poco crueles, quizá porque yo me portaba fenomenal, era bastante pringada y no me comía un colín. Después de la adolescencia, empecé a leer de otra manera, gracias a Dios.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

La verdad es que leo por completismo, y desde que estoy con la tesis doctoral más. Priorizo la literatura alemana siempre, y en cuanto tengo un momento para lecturas fuera de la tesis, intento solventar lagunas o atender a las recomendaciones de mis amigos. No me gusta arriesgarme: escojo siempre lecturas que me interesan a priori, ya sea por la época (mi principal interés como germanista es la literatura del cambio de siglo y de entreguerras), por el tema, por la perspectiva… Lo cual no significa que no me guste afrontar lecturas incómodas. Todo lo contrario, lo que más valoro en un libro es que amplíe mi mirada, que me haga cambiar de opinión, que me descubra espacios distintos, que expanda mi manera de pensar y de imaginar.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Estoy convencida de que tengo lagunas más imperdonables que ésta, pero teniendo en cuenta mi formación y mis ocupaciones no me perdono no haber leído todavía a Hermann Broch.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Como traductora tengo mis reticencias a contestar esta pregunta. Siempre que descubro una joya sin traducir me nace cierto sentimiento de posesión. Encuentro cierto placer egoísta en guardármelo para mí o en compartirlo con personas escogidas. Naturalmente, lo que yo querría en estos casos es ocuparme yo misma de la traducción y siempre revelo mis descubrimientos con la boca chica, no vaya a ser que se me adelanten. Traducir es un ejercicio de obediencia, pero en cierto sentido es una manera de poseer el texto también: es la experiencia lectora definitiva. Hay muchísimas obras fundamentales de la literatura alemana que o son imposibles de conseguir en traducción o no se han traducido jamás, como la obra de Lenz, que es fundamental, o algunas novelas de Christa Wolf. En poesía, tengo muchas ganas de traducir a Georges Rodenbach. Se conoce su novela Brujas la Muerta, pero no tanto su poesía, que en mi opinión despliega un universo muy especial. Yo lo descubrí hace algunos años, casualmente, en un viaje a París. Paseando por Père Lachaise me topé con su tumba y me sobrecogió tanto su estatua que quise saber quién era y me sumergí de lleno en su obra.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Me gusta mucho leer en la bañera y se me ha caído más de un libro. De hecho, se me ha caído más de un libro prestado.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

No tengo un tipo de librero ideal porque todavía no tengo a “mi librero”. Me encantaría tener la experiencia de ir a mi librería habitual a hablar de libros, pero debo parecer muy huraña o muy tímida porque los libreros nunca me hablan y yo nunca doy el primer paso. También es cierto que valoro mucho poder explorar a mi aire, porque siempre hay libros que quiero, pero rara vez voy a tiro hecho, así que cuanto más exploro más cosas me suelo llevar. Aunque debo confesar que soy perezosa para aceptar recomendaciones ajenas, en realidad sé que es el mejor modo de salir de los ámbitos a los que siempre regreso y de descubrir cosas nuevas. Reconozco que tengo un carácter bastante obsesivo y que a veces le doy vueltas a mis propias pasiones hasta asfixiarme.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Me encantan las librerías que tienen un amplio catálogo de clásicos y también valoro que tengan la narrativa ordenada por nacionalidades. Valoro mucho el orden, porque yo soy un desastre.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Mandíbula, de Mónica Ojeda, me parece una novela apasionante. Explora la brutalidad de las relaciones y las dinámicas de poder que se establecen entre amigas, entre madres e hijas, entre alumnas y maestras, jugando con los códigos de la literatura de género y desplegando un imaginario lírico sobrecogedor. De clásicos, voy a recomendar el Hiperión de Hölderlin. Es una novela bellísima, fundamental para entender la vocación política del primer Romanticismo y la visión de la palabra, entendida como misión y como instrumento, de un poeta que es inagotable.

[Y la pregunta 10 la lanza hoy Adri Fauro, de la librería 80 Mundos (Alicante):]

Dices que Armin dice “Cuando evitas toda intimidad con las cosas,/puedes reservar el estremecimiento de la carne/para las cosas que realmente lo merecen” mientras hablas de ausencia, distancia y espera. ¿Estas tres son las cosas con las que evitar la intimidad o las que la merecen?”

Mi libro de poemas Babilonia trata precisamente de la experiencia del exilio. Sobre cómo relacionarse con el mundo cuando permaneces en los márgenes de las cosas. Cuando no te es dado llegar al núcleo de la experiencia (la experiencia de la carne, de la religiosidad, de la tradición, del amor, del conocimiento), cuando la propia forma de las cosas marca un límite, una frontera irrebasable, la intimidad se construye necesariamente a través de la distancia y de la espera (que es la distancia del tiempo). Este tipo de intimidad es la que establecemos necesariamente con el pasado, con todas las cosas que ya no están presentes, pero en realidad, hay un punto en el que el afecto y la intimidad con todas las cosas también se construye a partir de la conciencia de esta distancia, porque todo está destinado a mutar y, finalmente a desaparecer. Toda presencia es una ausencia potencial, pero a través del lenguaje podemos poblar de presencias todas las ausencias. Creo que en eso consiste la sacralidad, en la comprensión y el respeto de ese límite intraspasable.