Entrevistas

Cuestionario librero 122: Mar Gómez Glez

Se le identifica principalmente con el teatro (y no en vano ha obtenido los premios Beckett de 2007, por Fuga Mundi, y el Calderón de la Barca de 2011, por Cifras), pero leyendo Una pareja feliz, su formidable tercera novela (tras La edad ganada y Cambio de sentido), nos tememos que el futuro va a […]

Se le identifica principalmente con el teatro (y no en vano ha obtenido los premios Beckett de 2007, por Fuga Mundi, y el Calderón de la Barca de 2011, por Cifras), pero leyendo Una pareja feliz, su formidable tercera novela (tras La edad ganada y Cambio de sentido), nos tememos que el futuro va a tener dificultades a la hora de decidir si presentarla como “dramaturga o novelista” o “novelista y dramaturga”. Mar Gómez Glez (Madrid, 1977) ha escrito una parábola magnífica sobre lo literalmente salvador y lo literalmente devastador que el amor puede ser, pero se cuenta a través de experiencias de una enorme fuerza simbólica y permitiéndose todo tipo de pequeñas o grandes digresiones: hay claramente un retrato descarnado aunque también indirecto de los Estados Unidos (donde la autora ha vivido doce años), que, como el amor, muestran también su lado seductor y su lado enfermo, lo que tiene de magia y lo que tiene de demencia, lo que tiene de libertad y lo que tiene de trampantojo (de Trumpantojo, se podría decir…). Tras un prólogo tan significativo que casi flirtea con el terror, vamos siguiendo a una pareja en diferentes momentos y en diferentes lugares y contextos, en fases diferentes de su relación: hay una playa costarricense, hay un trepidante capítulo en Las Vegas, hay un epílogo japonés… En el curso 2005-2006 Gómez Glez disfrutó una beca de creación en la Residencia de Estudiantes (donde dirigió una legendaria pieza teatral, El acordeón, de la que sólo se habla a media voz y en contadísimas ocasiones…), pero quedamos con Mar en Esta es una Plaza, un curioso espacio en Lavapiés, gestionado y cuidado por los/as propios/as vecinos/as, y allí le entregamos un cuestionario librero con pregunta final de Izaskun Legarza Negrín, de la Librería de Mujeres de Canarias (Santa Cruz de Tenerife).

[Fotografía: Mar Gómez Glez, en Madrid, 1 de julio de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Hay dos, bueno tres, quizá cinco (estoy pensando en una trilogía) que se pueden considerar culpables. El primer libro que yo sentí que me hablaba a mí de una manera especial fue El gran lobo salvaje de la colección azul de Barco de Vapor, de René Escudié; el primero que elegí en la biblioteca de mis padres fue Rob Roy de Walter Scott en una edición preciosa de tapas rojas con detalles dorados; y el primero que fui a comprar a una librería fue la trilogía fantástica de El señor del tiempo de Louise Cooper. Todo esto, si la memoria no me falla.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Uf, muchísimos. Me encantaría parecerme a Arturo Belano, de Los detectives salvajes, a todos los animales de Ánima, a Emerenc de La puerta, a Lori del Aprendizaje o el libro de los placeres, a muchos personajes secundarios de Dostoievsky, a Madame Bovary (y a casi todas las francesas apasionadas), a la Regenta, a Fortunata, a don Quijote y Sancho Panza (pero sobre todo a Sancho Panza), a Bartebly, al viejo cabezota de Pablo Martín Sánchez, al hombre que ordenaba bibliotecas

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

En general vienen determinadas por autores o temas (especialmente si no hablamos de ficción) que me interesan o recomendaciones de amigas. Suelo llegar a la librería sabiendo lo que quiero. Una vez allí el asunto se complica. Al ir a pagar veo un volumen interesante, y este me lleva a otro y entonces me acuerdo de que me apetecía leer aquello. Me lío. Lo que iba a ser una parada rápida se convierte en un viaje. Al principio soy de las que prefieren mirar solas. Indago en la selección previa de las mesas y escaparates, pero una vez que tengo un montón de libros en la mano pregunto, lo cual no quiere decir que acabe comprando lo que me recomiendan muy a pesar mío, en la mayoría de ocasiones.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Ni hablar, estoy segura de que se me olvidaría este atrevimiento y terminaría citando la obra en algún otro lado como si la hubiese leído. No confesaré nunca.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

La indagación de Peter Weiss. Es una obra clave. No sólo en las artes escénicas, este texto inaugura el género del teatro documento sin el que no se podría entender gran parte de la narrativa y el cine de hoy en día. La edición que tengo en castellano –y creo que es la última– es del año 1972.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Pobres libros míos, los marco, con lápiz y con tinta, y hago marcas en las páginas cuando no tengo a mano nada con qué anotar. Nunca he robado en una librería, pero tengo libros que me fueron prestados digamos en algún momento del siglo pasado y, a su vez, he mentido para no prestar libros a personas muy queridas. También he dado mi biblioteca casi entera al mudarme y he comprado varias veces el mismo libro por perderlo o incluso olvidarme (qué vergüenza) de que ya lo había comprado. He regalado algún libro que no me había gustado. He hecho listas de lecturas y hasta hojas de Excel que están en algún disco duro con nombres de archivo inaccesibles. Lo peor de todo es que me están entrando ganas de recuperar todos esos datos y seguir alimentándolos.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Me encanta la gente sabelotodo que no tiene por qué ofrecerte su sabiduría.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Además de una buena selección, un ambiente relajado, pero no por descuido. Me gustan las librerías en las que te dejan ojear sin hacerte sentir incómoda, en las que se puede trabajar y tomar algo, aunque esto no es imprescindible. Aprecio que cuiden distintos géneros, y que los libreros y las libreras hablen de libros, aunque no sea conmigo. Disfruto mucho escuchando conversaciones ajenas.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Como clásicos recomiendo El licenciado vidriera, Así habló Zaratustra y La señora Dalloway, y libros recientes, también tres: El árbol de los cuentos de Luis Mateo Díez, Hermana. (Placer) de María Folguera y La compasión difícil de Chantal Maillard.

[Y la pregunta 10 la lanza Izaskun Legarza Negrín, de la Librería de Mujeres de Canarias (Santa Cruz de Tenerife):]

“Querida Mar, en el proceso de creación de esta excelente novela que es Una pareja feliz me gustaría saber (1) cuándo, y por qué decides vincular cada capítulo a un texto ajeno y entretejer tu escritura con fragmentos de esos libros. Y también quiero preguntarte (2) si cualquier historia puede convertirse en obra de teatro y en novela o si cada historia requiere un lenguaje”.

(1) El primer libro que se coló de forma casi automática en la novela fue Confesiones, de Agustín de Hipona. En Una pareja feliz, el capítulo que transcurre en Cartago narra una conversión profunda de la protagonista, aunque sus frutos no se vean hasta mucho más tarde en la novela. Confesiones es uno de los libros clave para entender el poder de un cambio profundo de marco conceptual y personal. Sus palabras retumbaban en mi mente y se fueron colando en el texto. Al principio no sabía si iban a quedarse ahí o si las terminaría fagocitando en los procesos de reescritura. Pronto me di cuenta de que era más interesante mantener su voz al lado de la voz de mi narradora. Ambas voces ansían lo mismo: alcanzar el amor, amar, y lo van personificando o cosificando a lo largo de su vida, hasta que Agustín encuentra a Dios y ella se encuentra así misma conectada con el resto de la naturaleza, entendida esta en un sentido amplio. Ambos consiguen lo que querían, lo que probablemente queremos todas, tocar, aunque sea por un momento el Amor, con mayúsculas. El capítulo de Las Vegas también estuvo unido desde su concepción al Infierno de Dante. El lenguaje es infinitamente sabio y cuando se acuñan adjetivos extraídos de la literatura como “dantesco” suele ser fértil ver qué esconden. Las Vegas ofrece escenas dantescas por cualquier rincón. Las que aparecen en la novela son inventadas, pero creíbles, sobre todo si la protagonista o alguien como la protagonista se acerca a este santuario del recreo neoliberal con un demonio metido en el cuerpo. Las percepciones deformadas del viaje delirante de Dante hacia el infierno se asemejan mucho a las percepciones de la protagonista en su viaje por Las Vegas. Las citas permiten a las lectoras entrar en este universo que, en gran parte, ha generado la mente de la protagonista. Una vez entretejidos estos textos, fue fácil entender que el resto de capítulos estaba pidiendo también su maridaje. Aquí, las parejas felices acaban siendo literarias. En esta novela es tan importante lo que se cuenta como desde qué perspectiva se cuenta, ¿qué anteojos nos ponemos para interpretar la realidad? Las deformaciones no son solo cosa de la voz narradora ni del espejo en el que se proyecta –o golpea– encarnado en su pareja, también hay una cosmovisión muy particular que se resquebraja: hay patriarcado, hay sociedad de consumo, y toda una normatividad que la literatura en ocasiones ayuda a consolidar y en ocasiones dinamita. En este universo literario quise jugar con las diferentes capas de la experiencia de esta tozuda narradora empeñada en sumergirse hasta el fondo, igual que lo hacen las obras que la acompañan. Kafka es otro de los autores clave. El señor K. es a la vez víctima y verdugo de sí mismo, como lo es la protagonista en el proceso a la que se ve sometida en su propia casa.

(2) Hace años creía que cada historia se inscribía en un género determinado y que era fácil discernirlos, incluso antes de empezar a escribir. Por lo menos en mi proceso de escritura. Cada vez tengo más dudas. De hecho, ahora me encuentro trabajando en un texto que creí dramático y que avanza y avanza hacia la narrativa sin que pueda controlarlo. Pero ya veremos, al final la vida de los textos es, como sabemos, mucho más azarosa de lo que nos gustaría reconocer. ¿No te parece?