Entrevista librera con Ignacio Martínez de Pisón
La buena reputación
Martínez de Pisón, Ignacio
ISBN
978-84-322-2253-5
Editorial
Seix Barral
Quedamos enfrente de la librería, en el antiguo “El ángel azul”. Este café zaragozano acogía tertulias y conversaciones de escritores y era el lugar donde Ignacio Martínez de Pisón se reunía con sus amigos para charlar hasta la madrugada en los primeros años ochenta. Más de treinta años y diecinueve libros publicados después, nos sentamos a conversar acerca de La buena reputación, la novela más ambiciosa del autor.
Esta saga familiar empieza en Melilla y viaja en sus páginas a Málaga y a Zaragoza; a través de la familia formada por Samuel Caro y Mercedes Campillo, sus hijas Miriam y Sara y sus nietos Daniel y Elías, Ignacio Martínez de Pisón pasea por la vida en España en la segunda mitad del siglo XX a través de las vidas de unos personajes poderosos, complejos, llenos de luces y de sombras.
La buena reputación es una novela que habla de la comunidad judía que vivió en Melilla a mediados del siglo XX. Es un tema poco tratado en la literatura, ¿cómo surge la idea de escribir sobre ello?
Hace cuatro años me invitaron a asistir a la semana de cine de Melilla, no conocía la ciudad y me fascinó. En ese momento, tenía una idea en marcha para una novela acerca de una herencia y un testamento y vi que Melilla no sólo podía ser el escenario de la novela sino que también, de alguna manera, podía tener un papel protagonista.
Melilla es una ciudad tan especial… el hecho de que sea una ciudad europea en el norte de África, de que tenga una historia tan breve como ciudad, de que haya estado sometida a tantas tensiones y a tantas convulsiones en tan poco tiempo… Me pareció que el momento más interesante eran los años cincuenta, los últimos años del protectorado. Melilla era entonces la capital económica de ese territorio y había un clima de inestabilidad, de cambio. Con el fin del protectorado, muchos ciudadanos españoles volvían a la península y, en realidad, volvían a su país, aunque siempre habían vivido en el norte de África; los judíos del norte de África emigraban hacia el recién creado estado de Israel… ese espacio de inestabilidad, de incertidumbre hacia el futuro era ideal para colocar a una familia como la protagonista, un matrimonio mixto entre un judío y una católica, y someter sus conflictos conyugales a ese momento y a esa crisis.
Las guerras de España en Marruecos, el Rif y el Protectorado han aparecido antes en otros libros tuyos. ¿Por qué te interesa tanto?
Empecé a interesarme por el Protectorado mientras estudiaba la carrera, por cuestiones de simple afinidad literaria. Algunos de mis libros favoritos de la literatura española del siglo XX son libros que cuentan la guerra de África, como Imán de Ramón J. Sender o El blocao de José Díaz Fernández. Siempre me había atraído más la época anterior a la guerra civil y casi no había explorado esa historia posterior. Conocer la ciudad despertó mi curiosidad por saber cómo era la vida en aquella época y también, por otro lado, cómo era la administración española en este territorio.
Hay escenas muy cinematográficas, como las cenas en el Círculo Recreativo Israelita de Tetuán.
Aunque sólo sea desde el punto de vista de cierto pintoresquismo visual, esa mezcla de uniformes, de ropajes, de ceremonias, da un empaque a la historia casi de novela de Rudyard Kipling. La época tiene algo de esas películas como El hombre que pudo reinar, del ambiente de la Inglaterra colonial. Si ves las fotos de la época te quedas muy impresionado de ver cómo van vestidos los jefes de las cabilas y los altos mandatarios de sultán; todo eso mezclado también con la pompa militar de la España franquista… Visualmente, tiene una potencia especial.
¿Qué buscas en una ciudad cuando la eliges como escenario de tus novelas?
Ninguna novela es la misma en diferente ciudad. Las historias cambian porque cambian las ciudades y, en alguna medida, mientras cuentas la historia de unos personajes estás contando también la historia de la ciudad. Melilla no estaba vinculada en absoluto a mis recuerdos ni a mi biografía, pero conocerla me permitió adentrarme un poco en su historia. Muchos detalles de la ciudad los descubrí a través de Moisés Salama, un amigo judío a quién conocí allí. y que me contó cosas sobre Melilla que me llamaron mucho la atención. Su familia tiene una empresa que trabaja en el puerto y conoce bien cómo es el trabajo allí; por ejemplo, tiene un conocimiento bastante cercano de como funciona la economía sumergida, lo que allí llaman “comercio atípico”, que es el eufemismo que se utiliza para referirse al contrabando.
Ese tipo de actividades que están en el límite entre lo legal y lo ilegal son muy interesantes para un novelista. En otras novelas he investigado el mundo de los subasteros y en esta son los estibadores y los negocios portuarios. En La buena reputación, uno de los nietos de Samuel que es un cabecita loca, un poco tarambana, tiene que coger las riendas de un negocio en el puerto de Melilla y debe aprenderlo todo desde cero.
En El tiempo de las mujeres alternabas las voces de las tres hermanas y en El día de mañana la historia era narrada a través de las entrevistas a los personajes cercanos al protagonista. La buena reputación está dividida en cinco novelas, cada una de ellas está dedicada a un personaje.
Cuando acabé la primera parte, que tiene a Samuel como principal protagonista, me pareció que su historia tenía un final muy redondo y que merecía algo más que ser un simple final de capítulo. Aunque la historia de Samuel se prolonga más allá y la vamos a seguir a través de su mujer y a través de su hija Miriam, la imagen final de Samuel convertido en un pequeño Moisés que guía a unos pobres judíos del norte de Marruecos a través del Parque Hernández -el parque céntrico de Melilla- en dirección al puerto, para que embarquen hacia la península y salgan hacia el estado de Israel, me parecía que cerraba el principal cambio en la construcción del personaje, en su evolución, y eso encajaba perfectamente en esta estructura de cinco novelas diferenciadas.
Me gusta pensar que el lector es el único que tiene toda la información y que los personajes solo conocen a medias lo que está ocurriendo; el lector tiene esa visión digamos “aérea” de la historia, una visión completa. En La buena reputación» he recurrido al narrador omnisciente, el procedimiento más clásico de la novela decimonónica. Me voy metiendo en la cabeza de todos los personajes, voy mostrando lo que ellos ven pero a la vez también muestro lo que no ven, aquello que desconocen de la historia.
Esta es tu novela más ambiciosa y es mucho más extensa que el resto de tu obra. ¿Tenías previsto desde un principio que iba a ser así, o mientras escribías te diste cuenta de que la historia necesitaba ser más extensa que el resto de tus novelas?
Cuando terminé la primera de las cinco novelas, ya tenía previsto lo que iba a escribir después y cuáles eran los personajes que iban a protagonizar las otras cuatro. Por una de esas manías mías, también tenía una previsión de la extensión que ocuparía cada una de esas novelas, así que más o menos ya sabía entonces lo que iba a ocupar la novela en total.
En realidad, muchas de las cosas que ocurren antes del inicio de la historia, están en la novela en forma de recuerdos, de flash-backs o de reconstrucción biográfica de alguna etapa de la vida de los personajes, así que no me hizo falta empezar antes y que la novela creciera más.
El destino tiene una presencia importante en tu obra. La buena reputación tiene mucho en común con otra de tus novelas, El tiempo de las mujeres.
En El tiempo de las mujeres cuento la historia de una mujer y sus tres hijas que, tras la muerte del padre, se plantean cuál es la vida que les va a tocar vivir y en qué es diferente de la que les habría correspondido en caso de que el padre hubiera seguido vivo. En La buena reputación hay también un cambio en el destino de los personajes. Hay un cambio de escenario y no sólo se enfrentan a unas ciudades nuevas, a unas localizaciones nuevas, sino también a unas experiencias y a unos acontecimientos diferentes ante los cuales van a tener que reaccionar de una manera u otra, adoptar actitudes que no tenían previstas.
Para mí, uno de los grandes temas de la novela contemporánea es ese: las vidas posibles que hemos ido rechazando, que hemos ido dejando atrás en el camino. Esa bifurcación que aparece en nuestra vida cuando elegimos un camino y, por tanto, renunciamos a otro. O ese camino que rechazamos y que queda atrás como una posibilidad que en su momento lo fue y ahora ya no. Calvino dijo que “la literatura trata de lo que pudo ser“, y gran parte de las historias que cuento tienen muy presente esa posibilidad que existió y que uno desperdicia, a la que renuncia o que descarta obligado por el destino.
¿Cómo construyes una novela? ¿Qué es para ti lo prioritario, por dónde empiezas?
Lo principal en una novela de este tipo es la creación de personajes. Mucho más que la trama o más que la creación de un mundo, lo que importa es que esos personajes se sostengan por sí mismos y que uno los perciba como cercanos y reales. Al construirlos tienes que sentir que aunque no hayan existido el lector va a percibirlos como si fueran de carne y hueso.
Cuando empecé a trabajar en La buena reputación, primero definí a Samuel y Mercedes y a partir de ahí fui completando la familia. Los problemas del matrimonio con sus hijas ayudaban a construir los personajes de estas dos mujeres, a perfilarlos: sus vidas, sus amoríos, su relación posterior con sus propios hijos…
En otras novelas nos encontrábamos con Justo Gil o con Raffaele Cameroni. En La buena reputación es una mujer, Mercedes, quien cumple con el papel de “mala”.
El personaje de Mercedes se presenta en principio como víctima, como persona que no ha tenido la suerte o el privilegio de vivir la vida que a ella le habría gustado y se siente legitimada para exigir a los demás. Tiene una idea de la justicia un poco desequilibrada, lo que ella reclama para sí no es capaz de admitir que se le pueda conceder a los demás y eso quizás es lo que la vuelve más aviesa. En todo caso, creo que el personaje es interesante precisamente porque no es buena en el sentido machadiano; es un personaje lleno de contradicciones: con algunos miembros de su familia se comporta con generosidad, con nobleza, con simpatía y con cariño y con otros miembros es absolutamente despiadada.
Detrás de La buena reputación hay un gran trabajo de documentación y un cuidado equilibrio entre la ficción y los hechos reales.
Mezclar elementos extraídos de la realidad con la ficción es algo que acrecienta la verosimilitud de la historia. En esta novela hay cameos de personajes reales, como González Ruano o García Valiño, el militar que fue el último Alto Comisario de España en Marruecos y que tuvo el encargo de finiquitar el Protectorado. Son personas de las que existe una imagen perfectamente definida: González Ruano es un hombre sobre el que se ha escrito mucho, de quien se saben muchas cosas; lo mismo ocurre con García Valiño. Eso me ha permitido colocarlos ahí y aumentar el espesor de realidad de la historia. Junto a ellos he colocado a otros personajes producto de mi imaginación y, seguramente, el lector no muy informado no distinguirá cuáles son reales y cuáles no. El lector no tiene por qué saber si González Ruano viajó a Melilla en esa época o si lo hizo García Valiño, incluso si este existió: podría ser un personaje inventado como lo son los otros militares que aparecen en la novela con él.
Tus historias se caracterizan por estar escritas con una prosa limpia y cuidada. Este estilo tan directo es una muestra del trabajo de escritura tan intenso que hay detrás.
Cuando mi hijo Eduardo estaba estudiando periodismo y me daba sus artículos para que los leyera, yo siempre le decía que al escribir debes tener muy claras dos cosas: qué quieres decir y cuál es la forma óptima de hacerlo. Cualquier concesión a la retórica, cualquier ambigüedad probablemente esté desvirtuando tu verdadero propósito, que no es otro que contar lo que quieres contar. Un escritor tiene que trabajar las frases como un orfebre hasta encontrar esa manera óptima, encontrar las palabras precisas y sin adornos que te desvían del núcleo, del meollo del asunto. Y tiene que tener muy presente que hay un lector a quien le tienes que mandar el mensaje con claridad, que tiene que captar exactamente lo que tú le quieres transmitir. Si no lo hace, has fallado en el acto de la comunicación literaria.
Muchos escritores, cuando son preguntados por sus lecturas, confiesan leer únicamente novelas de los siglos XVIII y XIX. Tú lees a muchos autores contemporáneos.
Sí, yo leo a mis contemporáneos todo el rato, entre otras cosas porque me llevo bien con muchos de ellos… pero también porque me parecen interesantes. El estado de salud de la novela española de los últimos treinta años es bastante bueno, hay muy buenos escritores que han escrito sus mejores novelas en estas tres décadas y me gusta pensar que somos contemporáneos de novelas que seguirán siendo leídas por generaciones futuras. No podemos distraernos y dejar pasar esos libros, algunos de los cuales están llamados a convertirse seguramente en pequeños clásicos.
David Grossman, en su última visita a España dijo en una entrevista que “Contar una historia a un escritor es como abrazar a un carterista”. En La buena reputación haces que los personajes vivan historias que han sucedido realmente a familiares o amigos tuyos.
Un escritor tiene que ser un tipo que tenga siempre la curiosidad a punto, preparada, dispuesta. Tienes que estar listo para pescar cualquier historia que pase por tu lado. Tener interés por las cosas que les pasan a los demás forma parte de la condición de novelista, aunque es un interés interesado que juega con el doble sentido de la palabra, porque al final acabas utilizando algunos de esos materiales y convirtiéndolos en materia literaria del mismo modo que conviertes en material literario tus propios recuerdos. Muchos de mis libros están alimentados con recuerdos míos y también con recuerdos ajenos, de gente cercana a mí.
Para acabar, ¿qué podemos decir los libreros para recomendar tu novela?
La buena reputación es una novela que adopta formas tradicionales que estaban en vigor en el siglo XIX y que, por desgracia, los best-sellers han degradado en el siglo XX. Pero a mí me gusta pensar que la literatura y la novela clásica siguen siendo válidas, y me gusta pensar que la novela que sigue los cánones del siglo XIX sigue teniendo una nobleza que el lector es capaz de percibir. Esta es una novela de sentimientos y de personajes: podremos comprenderlos, podremos enfadarnos con ellos o podremos acabar disculpándolos, pero al menos los sentiremos como auténticos.
Eva Cosculluela, Librería Los Portadores de Sueños de Zaragoza..