Entrevistas

Cuestionario librero 124: Ana Iris Simón

“La realidad es hermosa”, afirma Ana Iris Simón para rematar el colofón de su primera novela: ésas son las últimas palabras de Feria, una ópera prima que viene a proponer una nueva versión del realismo mágico, una crónica familiar apegada a la vida pero aceptando que ésta contiene personajes demasiado particulares como para ser retratados […]

“La realidad es hermosa”, afirma Ana Iris Simón para rematar el colofón de su primera novela: ésas son las últimas palabras de Feria, una ópera prima que viene a proponer una nueva versión del realismo mágico, una crónica familiar apegada a la vida pero aceptando que ésta contiene personajes demasiado particulares como para ser retratados desde el costumbrismo. La novela está llena de momentos en los que se trenza la inteligencia y la sensibilidad, lo agudo y lo tierno, como uno en el que se comprende que “igual también eso es el amor: hablar de alguien siempre que uno puede y pensar cuando se habla de ese alguien que ojalá todo el mundo lo conociera y que qué pena que no todo el mundo lo conozca”. La autora de Feria ama desde luego a su familia, pues en su debut no hace sino hablar sin cesar de su familia, de meternos en sus casas, de recordar a los abuelos feriantes, de compartir con nosotros ritos y estribillos de su clan… y el resultado es precioso, inolvidable, un libro muy especial, una disección del árbol genealógico hecho con libertad, descaro, buena prosa y un discurso propio, muy original: “Siempre es así, supongo: para sentir que uno pertenece a algo o que algo le pertenece a uno, es necesario entender sus tramoyas”. Feria ha merecido el último Premio ‘Javier Morote’ de Las Librerías Recomiendan (el premio destinado a celebrar obras de autores especialmente jóvenes), que le fue entregado en la Librería Aranjuez (de Aranjuez, Madrid) el 21 de mayo (22 horas antes, por cierto, del ya famoso discurso de Ana Iris en la Moncloa, que tantos recelos despertó en muchos de quienes, obviamente, no la han leído), y allí, en los “reales sitios”, le entregamos un cuestionario librero rematado por una reflexión-pregunta del poeta Abraham Gragera, que fue uno de los más madrugadores reseñistas de la novela.

[Fotografía: Ana Iris Simón, en Aranjuez (Madrid), 21 de mayo de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Siempre digo que aprendí a leer dos veces: la primera, en primero de primaria y me enseñó mi profesora Rosa en el Vicente Aleixandre. La segunda fue en cuarto de la ESO, con quince años, y me enseñaron Cortázar y su Rayuela. Hay quien reniega de este clásico cuando crece, quien lo considera una mancha en su expediente lector, pero para mí es un orgullo contar que el cronopio mayor fue quien me hizo ver las letras –y la realidad, seguramente– de otra manera. Lo releo casi cada año y, aunque cada vez le encuentro alguna pega nueva, sigue siendo el libro al que más cariño le tengo. Sé recitar incluso el capítulo escrito en glíglico.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

En su momento, a Horacio Oliveira, porque sabía que para La Maga no daba. El personaje de Vera Pávlovna de ¿Qué hacer? me impactó también mucho cuando lo leí, justo al empezar la cuarentena en 2020. Pero, en general, cuando leo pienso más en la envidia que me dan los escritores que los personajes que han creado. Me ocurrió justo al entregar Feria: leí San, el libro de los milagros, de Manuel Astur, pensando en por qué narices no lo había escrito yo o en por qué mi libro no se parecía más a ése. También me ocurrió cuando leí La bestia colmena, de Pablo Und Destruktion. No sé si es casualidad que ambos sean asturianos, igual es que me dan envidia los asturianos en general.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

No soy metódica para casi nada en la vida, mucho menos para escoger lectura. Normalmente los cojo de la pila de libros sin leer, porque como casi todos los lectores yo soy de las que compra por encima de sus posibilidades. Y, también como casi todos los lectores, para mí la recomendación de un librero siempre es garantía de calidad, por supuesto. Justo el otro día que iba a comprar un libro infantil pensaba en esto: acabo de tener un bebé así que en los próximos años ellas –mis libreras son mujeres, de la Librería Aranjuez– la biblioteca de mi hijo estará guiada casi al 100% por ellas. ¡Ya tiene cuatro cuentos y uno se lo han regalado ellas!

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

¡Infinitas! Mi novio tiene la Biblioteca Gredos casi al completo, y las primeras veces que iba a su casa me sentía muy pequeña y muy perdida precisamente por no haber leído la mayoría de sus títulos. Por decirte uno: tengo La República de Platón a medio leer desde hace aproximadamente un año, y siempre había sido una de esas lecturas que me daba -y me da- vergüenza no haber abordado.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

El bibliófilo de mi casa es mi novio y se queja constantemente de las traducciones y las reediciones que no se han hecho. Lo último de lo que le he oído quejarse es de que no se haya reeditado a John Ruskin, y que ni siquiera se haya traducido Past and present de Thomas Carlyle.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

He llegado a subrayar libros con la uña -siempre las llevo rojas, y si aprietas pintan- por no llevar encima ni boli ni lápiz. Los pintarrajeo de muy mala manera, escribo reflexiones, rodeo, subrayo… lo que provoca el rechazo de muchos. También le pido a todo aquel a quien le dejo un libro que lo firme y ponga la fecha antes de devolvérmelo. Tengo algunos –no muchos, porque es ley no escrita que el 50% de los libros que se prestan no vuelven– que parecen un cuaderno de visitas de museo, y me encanta.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

El librero ideal es aquel a quien le dices “quiero un libro para mi padre”, le das dos o tres datos sobre él y acierta con la recomendación. Cuántas veces no habremos ido con esa premisa a una librería y nos han solucionado la papeleta. Me encantan los libreros que recomiendan, que hablan, que pegan la hebra contigo y que acaban siendo algo así como confesores que saben tu estados de ánimo y de las lecturas que no le confiesas a nadie más.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

El librero es crucial, pero también que se pueda acceder fácilmente a los volúmenes, tocarlos y ojearlos. No me gustan mucho las librerías en las que algunos libros no son accesibles, máxime para alguien como yo, que mido 1,50 y que no llego a muchas estanterías, jajajaja.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Soy terrible recomendando libros a ciegas, sin saber a quién. Pero un libro reciente: Contra la España vacía, de Sergio del Molino. Un clásico, los Cantos de Ezra Pound.

[Y la pregunta 10 la lanza hoy el poeta Abraham Gragera:]

Hola, Ana Iris, encantado de saludarte. 

Feria, además de por su excelencia desde el punto de vista literario, no ha dejado de suscitar admiración –y también algún que otro debate– por sus implicaciones sociológicas y políticas. El relato autobiográfico se convierte en un relato colectivo que resuena con las necesidades e inquietudes de un momento histórico y generacional muy concreto, y esta es una de las grandes virtudes del libro. Muchos escritores han intentado, en los últimos años, exponer, mediante sus propias biografías, las perversiones del sistema capitalista neoliberal, encontrar una salida a su totalitarismo cultural y antropológico, sin éxito –la mayoría no pasaban de ser productos de este mismo sistema, experto en asimilarlo todo y en vendernos cualquier cosa, incluida la lucha contra él–. Pero Feriade algún modo, lo consigue, nos deja vislumbrar otras posibilidades y nos regala una especie de lúcida esperanza, la de no hacerle el juego al sistema y la de reconciliarnos -reanudar la conversación interrumpida- con nuestra memoria, nuestros símbolos y la dignidad de esos aspectos de la vida y los vínculos que nos hemos forzado –muchas veces– a despreciar.

¿Hasta qué punto eras consciente del peso histórico y colectivo de tu biografía cuando lo escribiste? ¿Y cómo afecta esto a tus próximos proyectos: van en la misma línea o te has embarcado en algo distinto?

Es una cuestión muy difícil de responder: cuando empecé a escribir Feria pensaba que nadie se identificaría con un relato así. Que a quién le iba a interesar mi vida o mi familia. Incluso mi padre me confesó meses después de leerlo que cuando se lo di pensó eso mismo. Después caí en la cuenta de que, en el fondo, pensar que mi vida, mis vivencias o mis reflexiones eran tan especiales como para que nadie se identificara con ellas era algo que partía del ego: al final somos muy parecidos los unos a los otros, así que nuestras historias y nuestras vivencias también lo son. Sobre cómo afecta eso a mis próximos proyectos, también es una cuestión muy difícil de responder: por un lado, porque escribí Feria pensando que lo leería mi familia y poco más, y no podía imaginar lo que ocurrió después. Por el otro, porque, como me dice siempre mi padre, mi hermano es el que sabe inventarse cosas: yo no sé inventarme nada, solo sé contar lo que he visto o lo que otros han visto y me han contado. Así que ni yo misma tengo aún muy claro por dónde tirar, aunque tengo varias ideas rondándome la cabeza. En cualquier caso, todas ellas tienen asiento, de un modo u otro, en la realidad, porque mi padre tiene razón en esto, como en todo.