Entrevistas

Cuestionario librero 54: Santiago Auserón

A comienzos de este año, cuando el 2020 no había enseñado todavía sus colmillos, reseñábamos por aquí Semilla del son. Crónica de un hechizo, de Santiago Auserón, y allí repasábamos y celebrábamos una obra musical extraordinaria que ha tenido una compañía continua en forma de libros: a las Canciones de Radio Futura, recopiladas en 1999, […]

A comienzos de este año, cuando el 2020 no había enseñado todavía sus colmillos, reseñábamos por aquí Semilla del son. Crónica de un hechizo, de Santiago Auserón, y allí repasábamos y celebrábamos una obra musical extraordinaria que ha tenido una compañía continua en forma de libros: a las Canciones de Radio Futura, recopiladas en 1999, siguieron en 2012 las Canciones de Juan Perro, libro que ha ido quedando felizmente desactualizado con los nuevos discos de Juan Perro, el alter ego apátrida del zaragozano Auserón, ese tataranieto de Lázaro de Tormes que de alguna manera encarna un sincretismo musical que recoge lo árabe y lo africano, y de allá a Al-Andalus y al Caribe, con billete de vuelta para seguir coloreando la música española. Y después llegó El ritmo perdido. Sobre el influjo negro en la canción española, una obra maestra del pensamiento musical que en enero conocerá una necesaria reedición en Anagrama (y decimos “necesaria” porque es un libro que todos deberíamos leer, mezcla de memoria personal y de erudición musical, testimonio de una pasión y de una ciencia, complemento literario perfecto para el sortilegio de la música). No es nada raro ver a Auserón ojeando cancioneros en la Biblioteca Nacional, esto es, buscando alimento para Juan Perro, pero también a la caza de fuentes directas para perfeccionar una tesis doctoral ya culminada que, sin embargo, ha ido creciendo y afinándose y también verá la luz, por fin, en 2021. De momento, su profundo conocimiento del árbol genealógico de la música tradicional acaba de dar otro fruto, en forma de nuevo LP: Cantos de ultramar. Auserón, generosísimo y dispuesto siempre a hablar de literatura, interrumpe por un momento la presentación y la defensa de ese disco (no nos gusta la palabra “promoción”) para atendernos, y le llevamos el “cuestionario librero” hasta su guarida en un “día de perros” que, sin embargo, fue también un día lleno de luz. La última pregunta de ese cuestionario, que llegó chorreante de lluvia, la lanza Jesús Gil, de El Argonauta, la librería madrileña especializada en música.

[Fotografía: Santiago Auserón, en Pozuelo de Alarcón (Madrid), 27 de noviembre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Con diez años me impresionó mucho El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, en la colección Pulga que me dejó en herencia un tío-abuelo. El día que falleció se cayó al suelo la estantería donde guardaba los libritos.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

A los trece me sentí identificado con David Copperfield, pero luego empecé a desconfiar de los personajes de novela. A los diecisiete me sentía más cerca de Gregorio Samsa y a los veinte de Molloy. Redescubrí a Dickens con Pickwick y me afilié definitivamente al linaje de la insensatez con Bouvard y Pécuchet.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

A veces sigo un plan de estudio deliberado, a veces una iluminación repentina. Ocasionalmente me dejo llevar con cautela, cuando se trata de novedades, por el consejo de un librero al que he estado visitando durante muchos años. En general me cuesta meterme en novedades, me siento mejor con los clásicos.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Pues los Ensayos de Montaigne, por ejemplo, los he dejado a medias tres o cuatro veces. Ya les llegará el momento cuando sea mayor. La moral aristocrática me cuesta un poco.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

No estaría mal que alguien tradujese con mimo el grueso de la poesía de Jules Supervielle, Pre-Textos inició la aventura.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Una vez intenté robar Las enseñanzas de Don Juan de Castaneda, recién llegado a París, y me pillaron. Se me estuvo bien, es una falta grave robar libros, cuesta mucho editarlos. Mi principal vicio libresco es comprar compulsivamente. Ahora subrayo menos que hace años. A los quince un médico humanista de Villanueva de los Castillejos, don Ernesto Feria, me pasó un libro de Sartre y se lo devolví hecho un asco, creo que subrayé todo lo que no entendía.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Mi librero o librera ideal es todo aquel que haya conseguido mantener la tienda abierta. Me gusta que sean serios y con pundonor, hace poco me enviaron un volumen de historia desde la librería Manuel de Falla de Cádiz que encargué años atrás y tardó en ser editado. En la librería y en la peluquería no está mal un poco de conversación, pero sin pasarse.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Secciones selectas de filosofía, de historia, de ciencia y de poesía.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

Estoy leyendo el Viaje por España, del barón de Davillier, con las ilustraciones de Doré. Así era España hace no mucho tiempo, vaya tela. Y los Episodios nacionales de Galdós, este verano acabé la tercera serie. Ahora parecen estar de moda, quizá por necesidad de comprobar que el fanatismo español se resiste al cambio. Es raro que un libro de narrativa reciente me interese, pero hace poco me llevé una sorpresa con La ciudad de los prodigios de Mendoza. Salvo raras excepciones, eso es lo más reciente con lo que me atrevo, una novela de hace un cuarto de siglo. Entre las excepciones, República luminosa, de Andrés Barba. Para mí la pasión por la lectura tiene que ver con la experiencia de la cercanía a través del tiempo.

[Y la pregunta 10 la lanza Jesús Gil, de El Argonauta, la librería de Madrid especializada en música:]

“¿Existen paralelismos entre tus procesos creativos musicales y literarios? ¿O son dos actividades para las que te preparas y trabajas de forma distinta?”

En ambos procesos domina la parsimonia. Tengo que mirar un texto o repasar una melodía muchas veces antes de sentir que empiezan a estar listos. Cuando trabajo en una canción, voy haciendo aproximaciones desde la letra a la música y viceversa, hasta que las piezas encajan. Luego dejo reposar el resultado, aguardo hasta que me venga a la cabeza como si fuera una canción ajena. La longitud de los textos impide servirse de la memoria de la misma forma. No estaría mal publicar solamente lo que uno pueda recordar y recitarse, en verso o en prosa.

En los trabajos de investigación, lo más divertido es la deriva interminable de las lecturas que se van asociando. Hay que poner fin a la reescritura a sabiendas de que quedará algo a medias, además de las temidas erratas. Quizá fuera conveniente aplicar a la composición musical un método parecido, asociar una melodía naciente con piezas de distintos géneros y observar cómo reacciona. El inconsciente procede siempre así, pero tengo ganas de hacerlo de manera deliberada.