Cuestionario librero 60: Ariadna G. García

Tras ganar el Premio Hiperión de Poesía de 2001 con Napalm, y el Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid con Apátrida en 2005, y el Premio Miguel Hernández con La Guerra de Invierno en 2013… la poeta y novelista madrileña Ariadna G. García entró hace pocas semanas en la escudería de la […]

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Tras ganar el Premio Hiperión de Poesía de 2001 con Napalm, y el Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid con Apátrida en 2005, y el Premio Miguel Hernández con La Guerra de Invierno en 2013… la poeta y novelista madrileña Ariadna G. García entró hace pocas semanas en la escudería de la editorial Pre-Textos por la puerta grande, pues no hay puerta mayor que un buen libro, y para muchas y muchos Sublevación es, hasta hoy, el mejor de los suyos, el más ambicioso, arriesgado y polisémico, un viaje simbólico y erudito que va de lo más remoto a lo más actual: “Te vuelves vulnerable si renuncias / a tu vida interior; cuando regalas / tu intimidad / y esparces / jirones de ti misma a quien comparte / tu misma forma de perder el tiempo”… Le hemos llevado el “cuestionario librero” a Ariadna G. García hasta su casillero del I.E.S. Cervantes de Madrid, donde, por pura vocación, ejerce de profesora de Lengua y Literatura. Y la última pregunta la lanza hoy el poeta y ensayista Jorge Riechmann.

[Fotografía: Ariadna G. García, en Madrid,  de diciembre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Las aventuras de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle. Mi padre, de niña, siempre nos regalaba libros al acabar el curso. El momento de la elección, en la papelería-librería del barrio, era maravilloso. Me encantaban las ediciones de la colección “Todos tus libros”, de Anaya. A aquel título le siguieron Estudio en escarlata, El sabueso de los Baskerville, Las memorias de Sherlock Holmes y El mundo perdido. No obstante, las lecturas que despertaron en mí la sed de la inspiración creativa, el deseo de conocer los mecanismos de la escritura, fueron las de Blas de Otero, Miguel Hernández, Antonio Machado y Gustavo Adolfo Bécquer, a quienes leía de noche, a la intemperie, con quince o dieciséis años.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Siempre me han gustado los personajes que concilian acción y reflexión, como el célebre detective londinense. También quienes se rebelan, como Montag. Por otro lado, me trae el espíritu independiente de Elizabeth Bennet.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Por lo regular, unas lecturas me llevan a otras. Las bibliotecas de los institutos en los que he impartido clase también me han ofrecido la posibilidad de acercarme a obras que había estudiado pero no leído. La mesa de novedades en una buena librería puede resultar muy inspiradora. Dicho esto, reconozco que en la mayoría de las ocasiones, cuando entro en una, tengo bastante claro lo que quiero. No suelo pedir recomendaciones a los libreros, pero sí me gusta conversar con algunos, como mis queridos Pepe y Julia, de la librería Antígona (Zaragoza).

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Desde hace un lustro me mira desde un estante del despacho La montaña mágica… Y empiezo a sentirme muy culpable.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Pues sí. Y lo estoy traduciendo con Ruth Guajardo. Se trata de una poeta de la que apenas se han traducido algunos poemas, cuya mirada y sensibilidad tienen mucho que aportarnos a los lectores del siglo XXI. Por desgracia, la Historia la arrinconó, la convirtió en una nota a pie de página, cuando constituye un icono del feminismo.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Me gusta comprar libros para cuando crea que los voy a necesitar. Intuyo lo que voy encontrar en ellos y confío en que me sacien. Pero demoro la lectura hasta que se me hace absolutamente necesaria. Entre tanto, me reconforta sentirme acompañada por ellos, fieles guardianes que custodian los bienes que deseo, despensa que alimenta mi imaginación y estimula mi espíritu.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Hace años fui librera en La Central de Callao. La gente que me pedía consejo disfrutaba al escucharme hablar con ilusión de los libros que recomendaba. A mis alumnos de secundaria y bachillerato les pasa igual. Creo que es indispensable sentir ese amor por la literatura cuando te dedicas a ella, para contagiarlo a otros.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Debe haber un buen lector, o lectora, detrás. Como decía anteriormente, debe estar al cuidado de alguien que ame los libros, los devore, los conozca…Y los elija con buen criterio. Ha de ser un espacio donde reine el buen ambiente, un lugar de encuentro entre seres afines, fanáticos de la literatura. Y por supuesto tiene que albergar no sólo novelas, sino volúmenes de todos los géneros; en especial, poesía.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

La verdad es que siento predilección por El Diablo Cojuelo, de Luis Vélez de Guevara. El año pasado edité a sor Juana Inés de la Cruz, cuya obra poética también recomiendo. Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, es para mí lectura imprescindible. De entre los autores actuales me gustan mucho los novelistas Kazuo Ishiguro (Cuando fuimos huérfanos), Arto Paasilina (Delicioso suicidio en grupo) y Melania G. Mazzucco (Eres como eres); las poetas Inger Christensen (Alfabeto) y Mary Oliver (Felicity); así como el ensayista Jorge Riechmann (¿Vivir como buenos huérfanos?)

[Y la pregunta 10 la lanza, precisamente, el poeta Jorge Riechmann:]

“Las librerías se ven sometidas a un tiempo tumultuoso, como tantas instituciones y personas. Peligros graves (pandemias: vendrán más) y extremos (crisis ecológico-social), desagregación social, posible aparición de corrientes políticas genocidas: y no habrá ‘nueva normalidad’, pero tampoco la antigua. En tiempos tan difíciles las librerías, además de su función obvia de comerciar con libros, ¿te parece que podrían desempeñar también otros cometidos? ¿Qué haría falta para ello?”

En principio, las librerías seguirán vendiendo libros. ¿Pero cuáles? Supongo que libros intensos que nos iluminen, nos llenen de energía y nos fortalezcan. También obras que nos despierten a la realidad inmediata y nos abran los ojos a las posibles amenazas futuras. Imagino que, cada vez más, las librerías serán lugar de encuentro donde los libreros no despacharán a los clientes a los tres minutos (me consta que en algunas es así), sino que entablarán un vínculo con ellos. De lo anterior se deduce que solo van a saber auscultar el pulso de su tiempo las librerías de barrio. Estas habrán de ser espacios de esperanza, un freno al desamparo, una palanca de cambio y un lugar de resistencia. ¿Cómo? Dependerá de los contextos que les toque vivir. A medio plazo: con encuentros, debates y tertulias. Una librería debe ser una célula social que transporte estímulos a todo el organismo. Habrá de colaborar con otras para asegurar la supervivencia del cuerpo. A largo plazo: temo ese “eterno retorno” al que la Humanidad nos tiene acostumbrados. Así que es muy probable que las librerías tengan cámaras secretas, falsos techos, un Índice de libros prohibidos colgado tras el mostrador… y que libreros y feligreses seamos, en realidad, unos conspiradores en la sombra.