Cuestionario librero 52: María Bastarós
Zaragozana en Valencia (y cada día más contenta allí), María Bastarós es gestora cultural, editora de fanzines y autora, hasta hoy, de una sola novela, Historia de España contada a las niñas, “un relato de humor negrísimo que te atrapa y no te suelta”, según la vídeo-reseña que en su día hizo para ‘Las Librerías […]
Zaragozana en Valencia (y cada día más contenta allí), María Bastarós es gestora cultural, editora de fanzines y autora, hasta hoy, de una sola novela, Historia de España contada a las niñas, “un relato de humor negrísimo que te atrapa y no te suelta”, según la vídeo-reseña que en su día hizo para ‘Las Librerías Recomiendan’ la librera Alodia Clemente, de La Rossa (Valencia). Esta ópera prima, fantásticamente escrita, es, en efecto, un carnaval literario en el que, en relativamente pocas páginas, se mezclan, se confunden y se reconcilian las cosas, personas o fenómenos más variopintos y disparatados, desde avistamientos de ovnis a la cultura popular reciente, en forma de memoria televisiva, y donde lo aparentemente divertido deriva hacia lo sórdido para desembocar, francamente, en lo trágico a la hora de abordar la violencia contra las mujeres. En una mañana perfecta, bajo toda la luz del mundo, María Bastarós nos lleva hasta el Jardí Botànic de la Universitat de València, donde, rodeados de gatos y de cactus, le entregamos el “cuestionario librero”, con pregunta final de la propia Alodia Clemente.
[Fotografía: María Bastarós, en Valencia, 27 de octubre de 2020. Fotografía de Juan Marqués.]
¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?
Leo desde que tengo memoria, así que en mi caso es un vicio bastante orgánico, ha formado parte de mí desde siempre. Es cierto que en un momento dado, durante la carrera, abandoné la lectura de narrativa y empecé a leer sólo ensayos: arte, historia, feminismo… Estaba muy politizada y consideraba la lectura de ficción como una pérdida de tiempo. Y, por lo visto, perder el tiempo me parecía fatal. No sabría decir qué autor me hizo volver a rendirme ante la ficción, puede que fuera Raymond Carver.
¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?
Me hubiera encantado ser la Patti Smith de Éramos unos niños –a quién no–, aunque me temo que soy más una Señora Brown sin vestidos de varillas ni hijo híper-dependiente al que abandonar.
¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?
Suelo tener en mente varios títulos, tanto novedades como libros pendientes que llevan meses en lista. También me dejo guiar por las recomendaciones de mi librera, que es una lectora voraz. Casi cada título que me llama la atención ha sido previamente leído por ella y tiene una opinión al respecto.
Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?
He empezado en un par de ocasiones Ana Karenina y luego lo he abandonado por uno u otro motivo. La frase inicial me encanta: “Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. De momento, eso es todo lo que puedo decir sobre él.
¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?
Como historiadora no entiendo que no se hayan traducido al castellano los textos de Claude Cahun: creo que una edición de su Aveux non avenus con los fotomontajes originales de Suzanne Malherbe funcionaría muy bien. Por otra parte creo que Ayer, de Agota Kristoff, está descatalogado en su versión en castellano (existe en catalán y euskera). He leído por ahí que en Ayer se dan cita La analfabeta y Claus y Lucas –dos de mis libros favoritos–, así que por mi parte correría a comprarlo si se hiciera una reimpresión.
Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)
No siento ningún respeto por el libro como objeto físico: doblo hojas, escribo en márgenes, subrayo sin ningún pudor, muchas veces con bolígrafo. Además, y teniendo en cuenta mi economía, compro muy por encima de mis posibilidades. Confieso que alguna vez –no en una librería de barrio si no en alguna gran superficie como Fnac– he comprado un libro, lo he leído en una tarde sin dejar una sola marca, y al día siguiente lo he cambiado por otro.
Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…
Sabelotodo, sin duda, y también empático. Lo mejor es un librero o librera que conozca a su clientela, que sepa leer sus gustos y así ofrecerles, de entre sus favoritos, el texto que a esa persona en concreto le va, bien a encajar más, bien a sacarla mejor y con más fundamento de su estilo lector.
¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?
Una buena selección que no olvide los libros de relatos, el arte y ensayo y las editoriales independientes, y un librero/a agradable. No pido más. Si tiene un interior de madera y un exterior con terraza como la maravillosa Biblioteca de Babel de Palma de Mallorca, me puedo quedar a vivir.
Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.
Mi clásico sería El maestro y Margarita de Mijail Bulgakov, uno de los libros más peculiares que he leído y mi primer contacto con una forma completamente distinta y heterodoxa de construir una novela. Como clásicos contemporáneos, los cuentos de Lydia Davis, Amy Hempel y Lorrie Moore me maravillan. Y en un plano más reciente, acabo de leer El consentimiento, de la editora francesa Vanessa Springora. A nivel literario no me convenció como otros, pero es un texto de lectura imprescindible, y eso no se puede decir de prácticamente ningún libro. Springora nos relata su relación –ella catorce años, él casi cincuenta– con Gabriel Matzneff, un respetado escritor que entendía y promocionaba –esta palabra no está escogida al tuntún– sus relaciones con menores como parte de una liberación sexual que era aceptada y hasta vitoreada dentro del círculo intelectual francés.
[Y la pregunta 10 la lanza la librera Alodia Clemente, de La Rossa (Valencia):]
No, la verdad es que el filtro de lo verosímil no entró en juego en ningún momento. Me interesaban más otras cosas: el encaje de bolillos de las tramas, la metaficción, la mezcla de las distintas voces. Sí que es cierto que algunas de las tramas basadas en hechos reales resultan mucho más extraordinarias que las inventadas, pero de eso tienen la culpa las apariciones de ovnis de Manises, no yo.