Entrevistas

Cuestionario librero 66: Aitor Francos

Que la poesía y las enfermedades mentales están directamente relacionadas en miles de casos es algo perfectamente documentable (no pretendemos hacer un chiste de mal gusto, sino constatar un hecho). Lo que es más extraño, casi insólito, es la figura del psiquiatra poeta, pero aquí viene Aitor Francos (Bilbao, 1986) para encarnar esa llamativa combinación. […]

Que la poesía y las enfermedades mentales están directamente relacionadas en miles de casos es algo perfectamente documentable (no pretendemos hacer un chiste de mal gusto, sino constatar un hecho). Lo que es más extraño, casi insólito, es la figura del psiquiatra poeta, pero aquí viene Aitor Francos (Bilbao, 1986) para encarnar esa llamativa combinación. Licenciado en Medicina por la Universidad del País Vasco, y especializado después en Psiquiatría, ejerce de lo suyo (y “lo suyo” es también la poesía) en Madrid: “no conozco fulgor que no sane”, dice un verso de su último poemario, Memoria del adentro, y al leerlo nos inunda más que nunca la sensación nítida de que el silencio es un ser vivo. También sucedía con los haikus que ha publicado en Filatelia (“Sin recordar / por qué la castigaron, / la flor se cierra”) o, menos ortodoxos, los de Un buzón en el desierto (“No me sonrojo / si el viento lee más rápido. / Un libro abierto”)… Francos tiene también muy reciente un libro de aforismos, Tinta rápida, donde, entre otros muchos hallazgos, descubre memorablemente que la misión del arte es “convertir lo invisible en transparente”… Bajo la lluvia, entre la nieve, nos encontramos con Aitor en Matadero y le ofrecemos el “cuestionario librero”, con pregunta final del poeta Hasier Larretxea (quien también lo responderá próximamente).

[Fotografía: Aitor Francos, en Madrid, 8 de enero de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

El Quijote, en una colección de clásicos inmortales que era de mi abuelo. Lo leía de adolescente, todos los veranos, sin excepción, durante las vacaciones, y en el pueblo. También en esa época (tendría 12 o 13 años) cayó en mis manos Ficciones, de J. L. Borges, que estaba por casa. Era una edición de Planeta-Agostini, la típica de quiosco, todavía nueva. Obviamente, no puedo considerar que aquella temprana aproximación al argentino me lo presentase en su magnitud real pero me deslumbró sobremanera y me llevó a otros autores. El otro escritor que me fascinó y cuyos cuentos completos, en dos tomos, me acompañaron a todas partes, fue Edgar Allan Poe, en la traducción de Julio Cortázar para Alianza. Igualmente, por aquel entonces leí (y releí un sinfín de veces) Residencia en la tierra de Pablo Neruda, que me empujó a la poesía.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

A ese extraño librero de café de Stefan Zweig, Jakob Mendel. Y, en menor medida, a Funes, el memorioso. Quizás porque son capaces de inspirarme piedad a pesar de todo.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Pocas veces acepto recomendaciones sin vivirlo como algo impuesto. Cuando voy a una librería hay algo inefable en el libro (también en la edición de ese libro) que me tiene que atraer inmediatamente. Me fío mucho de ciertos catálogos editoriales, que rara vez defraudan. Y poco o nada de los suplementos culturales. Pero lo normal es que sean unos libros los que me lleven a otros.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Demasiadas, innumerables. Por decirte algunas, la Eneida de Virgilio, 2666 de Bolaño, los ensayos de Montaigne (caerán pronto) y varios de los seminarios de Lacan.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Con urgencia ninguno pero optaría por traducir al castellano poesía vasca actual, desde Leire Bilbao a Igor Estankona o Juan Ramón Madariaga. Quizás también los diarios, al completo, de Miguel Torga. Y a Antonio Ramos Rosa. Reeditaría en castellano la poesía de Erica Jong, conocida por sus bestsellers, pero que es, en mi opinión, una poeta atípica, atrevida y muy acorde a estos tiempos. Yo he manejado la traducción que Susana Constante hizo para Grijalbo, del año 79. Un ejemplar feísimo, por cierto. En otro orden de cosas, traduciría a Richard von Krafft-Ebing, injustamente olvidado (o poco frecuentado) en comparación con otros psicopatólogos alemanes y del que apenas hay disponibles fragmentos de su Psychopathia Sexualis. Por el bien no del mundo pero sí de mi profesión daría nueva vida a los tratados del médico y profesor gallego Manuel Cabaleiro Goás, Temas psiquiátricos y Psicosis esquizofrénicas, casi inencontrables hoy en día, y recuperaría como curiosidad maravillosa Delirios y delirantes o Hipnotismo e hipnoterapia, del doctor Julio Camino Galicia, que pasaba consulta privada en el número 17 de la calle Magdalena de Madrid y que era hermano de León Felipe.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Rastrear por librerías de segunda mano y que los libros me salgan al paso, sin ninguna planificación. Los prefiero si están ya manoseados, incluso con algún apunte a lápiz o con bolígrafo, a pesar de que yo después nunca anoto nada en ellos. Me gusta la idea de rescatarlos y darles una segunda o tercera vida. Los libros, eso sí, los necesito en propiedad, no soy capaz de sacarlos de una biblioteca pública porque me resisto a devolverlos. Me fascinan los de papel biblia, aunque he de confesar que no soporto aquellos que tienen la letra demasiado pequeña y apretada.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Prefiero al librero erudito, tímido e introvertido, algo misterioso y hasta huraño, que apenas se percata de tu presencia porque está leyendo y que te deja explorar, curiosear y tocar los libros hasta desordenarlos, sin molestarse.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Un buen fondo de libros acumulados a lo largo de los años, y no solamente novedades. Y editoriales independientes, en concreto de poesía.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

En la colonia penitenciaria de Franz Kafka, Siete plantas de Dino Buzzati, La pasión según GH de Clarice Lispector y El papel de pared amarillo, de Charlotte Perkins Gilman, entre los primeros. Entre los de ahora, Legna Rodríguez Iglesias, con Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo, de poesía, y Yo soy el monstruo que os habla, de Paul B. Preciado, de ensayo.

[Y la pregunta 10 la lanza el poeta Hasier Larretxea:]

Hola, Aitor, ¿qué tal estás? ¡Cuánto tiempo! Tengo la sensación de que durante estos últimos años te han cautivado las formas y el aliento del aforismo, dadas tus publicaciones y tu labor de indagación al respecto. Es por eso que me interesaría saber qué es lo que buscas en un (buen) aforismo y qué es lo que te aporta. Y, por otro lado, llevas años trabajando como psiquiatra atendiendo durante años a personas con enfermedad mental larga y duradera. ¿Crees que la escritura y la creatividad en general pueden servirles de ayuda a las personas para exteriorizar todo aquello que les cuesta expresar o para ir dando forma al dolor y aliento a la desesperanza?

Busco en el aforismo contundencia y perplejidad. La revelación de algo que está ahí, casi a la vista de todos, y que, en su brevedad, no necesita apenas palabras para manifestarse como un golpe certero de pensamiento. Une inteligencia e ironía, revelación y paradigma. Y tiene toda la plenitud de lo poético. /// Totalmente, la escritura permite dotar de una narrativa y un contenido a ese dolor, es decir, enfrentarlo con significados concretos y reales, y no solamente con emociones difusas y poco tangibles. El malestar (en su variedad clínica infinita, donde todos sin excepción podemos vernos inmersos en algún momento de la vida) necesita exteriorizarse. Si no lo hace mediando la palabra surgirá el síntoma, cualquiera que sea. La creatividad es una vía extraordinaria para canalizar el dolor psíquico, por muy paralizante que lo sintamos. Es un arma terapéutica útil y eficaz, un buen vehículo de conversión hacia lo sano.