Entrevistas

Cuestionario librero 74: David Mayor

“Hay tres puntos de vista: / el tuyo, el mío y la verdad, ese fantasma / que es aventura vieja, una lejana / suma de historias, / coincidencias y / puntos de fuga, / esa parte de la memoria que se cierra, / un cebo / que te hace resto, / arresto, ese anzuelo / […]

“Hay tres puntos de vista: / el tuyo, el mío y la verdad, ese fantasma / que es aventura vieja, una lejana / suma de historias, / coincidencias y / puntos de fuga, / esa parte de la memoria que se cierra, / un cebo / que te hace resto, / arresto, ese anzuelo / que tira hacia arriba”… David Mayor (Zaragoza, 1972), estudiante de Filosofía, ex-librero y profesor, es muy probablemente el mejor poeta surgido en Aragón en lo que llevamos de siglo. Su ópera prima, En otra parte (2005), fue un libro que oxigenó de repente la poesía de su ciudad, un libro muy zaragozano que sin embargo ya no era, por fin, poesía local, y que abrió el camino a algunos de los que llegaron después. David Mayor había dormido trescientas sesenta y cinco noches en la Residencia de Estudiantes, se dio un largo paseo por Italia y volvió, y poco a poco ha ido ofreciendo Otra novela, 31 poemas (donde está “Pesca con mosca”, reproducido arriba), Conciencia de clase y Poema de miedo, esperanza y felicidad en veintiséis partes. Es un hombre tranquilo, apasionado en secreto, tan elegante que trata de no exteriorizar el entusiasmo, pero (“ese anzuelo que tira hacia arriba”…) tan entusiasmado por casi todo que no puede disimularlo. Melómano, cinéfilo, activista de corazón y gran conversador, nos cita en la Librería Antígona y allí le entregamos el “cuestionario librero”, con última pregunta del poeta, narrador, columnista y editor Fernando Sanmartín (y que protagonizará, dentro de siete días, el “cuestionario librero” 77).

[Fotografía: David Mayor, en Zaragoza, 4 de enero de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

El libro lo tengo clarísimo: un pequeño tomo, con papel biblia, letra diminuta y alguna ilustración perdida, titulado Obras inmortales de Julio Verne que recogía cinco de sus novelas más canónicas. Pero antes de aquel libro de viajes extraordinarios, recuerdo los pequeños cuentos troquelados que mi madre me regalaba cada domingo cuando era muy niño. ¡Y cómo me atraparon los tebeos! Pulgarcito, Pumby, Don Miki, El DDT, Tío Vivo, Mortadelo, las Joyas literarias juveniles o El Corsario de Hierro. El libro de Verne lo conservo, pero las historietas no. Los tebeos eran carne de intercambio. Luego llegó la poesía en el instituto y un libro en especial: Lírica española de hoy de José Luis Cano, con los primeros poemas que leí de Gil de Biedma.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Leí a Hölderlin en la facultad, gracias a José Luis Rodríguez García, quien, por aquellos años, había publicado un estudio alucinante sobre el poeta alemán que me voló la cabeza. El Hiperión se convirtió en una de mis novelas de formación para tantas cosas e Hiperión en mi personaje favorito. Me gustaría parecerme a él –entonces y ahora– pero también a Diotima, incluso a Alabanda. El amor, la amistad, la política, la filosofía, la naturaleza, el fracaso, el dolor. Hay tanto en esos personajes…

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Creo que es un tópico, pero más bien los libros nos eligen a nosotros. En las librerías y en casa, donde tengo demasiado sin leer y mucho por releer. De repente un libro o un tebeo se impone sobre los demás. Leo una nota en presa, miro una estantería, una mesa de novedades o repaso una bibliografía y ¡zas! Además tengo listas que frecuento a menudo en las que apunto títulos de libros que deseo leer. Y luego están los libros que te llevan a otros libros, esa traza infinita. Hay libreros que conocen qué géneros y temas leo, por ejemplo Pepito, de Antígona, y me alertan sobre novedades y descubrimientos que me puedan interesar, pero generalmente o tengo claro qué quiero o prefiero deambular a ver qué me sorprende.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Muchísimas. Son tantos los libros buenos e insoslayables… ay. Tengo lagunas enormes en muchas tradiciones, en la mayoría. ¿Japonesa?, ¿árabe?, ¿africana?, ¿eslava? Y también en las tradiciones más hegemónicas desde el punto de vista occidental. ¿Libros concretos y canónicos sin leer? Se me ocurren sobre la marcha: Los Cuentos de Canterbury, La cartuja de Parma, La montaña mágica o El doctor Zhivago.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Para bien del mundo no sé, pero estoy convencido de que más de un lector de poesía disfrutaría de la poesía de Giampiero Neri, de Patrizia Cavalli o de Valentino Zeichen, por citar poetas italianos de la segunda mitad del siglo XX que me gustan mucho. O de poetas franceses como Jean Follain o Armand Robin que están a la sombra de las grandes luminarias. O de Abdellatif Laâbi, poeta marroquí que escribe en francés.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Que los uso sin cuidado, los maltrato, los doblo, marco, señalo, en ocasiones casi hasta romperlos. Especialmente los libros que más me gustan. También he abandonado los que menos me gustan por la calle, para que encuentren un mejor lector que yo. Aunque el realmente inconfesable es que me olvido de muchos de ellos.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Que sea lector, pero lector de libros no sólo de albaranes y facturas –algo que el día a día de una librería complica mucho y lo digo por experiencia propia–, para hablar con propiedad de lo que tiene entre manos; que sea librero y no vendedor de libros, al que le gusten más los libros que las librerías, un matiz fundamental ahora que en las librerías hay tantas cositas y tanta actividad variopinta; que sea discreto y no avasalle; que mantenga la curiosidad por saber.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Buenos libros y que se perciba un gusto particular, la proyección de quienes trabajan en ella, que no sea mera acumulación de novedades impuesta por el ritmo de la distribución y la devolución. Y que haya sección de poesía, por pequeña que sea.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

Entre los clásicos en sentido fuerte me quedo con epicúreos y estoicos. Un gran filón para vivir mejor. La Carta a Meneceo de Epicuro, las Cartas a Lucilio de Séneca o el Manual de vida de Epicteto, por ejemplo. Si le damos un sentido más amplio al término clásico: La realidad y el deseo de Cernuda y el Juan de Mairena de Machado, dos libros que también sirven para leer la actualidad española. Me temo que el “Ser de Sansueña” sigue vigente y los asuntos de la educación están en boca de quien sabe y de quien no sabe. Entre los libros recientes, me ha encantado la recuperación de Memoria de la melancolía de María Teresa León. Aunque este también podría entrar en la categoría de clásico. ¿Recientes? Poesía: Contra el rey de Juan Manuel Romero, publicado por Hiperión. Ensayo: Postutopía, el último libro de José Luis Rodríguez García, editado por Prensas de la Universidad de Zaragoza. Y novela: Os contaré la verdad de Fernando Sanmartín, en Xordica.

[Y la pregunta 10 la lanza, precisamente, el poeta, narrador, columnista y editor Fernando Sanmartín (que protagonizará el “cuestionario librero” 77, el lunes 15 de febrero):]

“Una vez dijiste que un amigo es agua para beber, algo que me parece espléndido. ¿Qué otros derechos fundamentales, usando tus términos, consideras que existen en la vida y que pueden estar en tus poemas?”
Siempre me ha gustado bromear con que mi vida está llena de aventura, pasión y misterio y que mi poesía no es otra cosa que un pararse a pensar sobre ello. Aventura, pasión y misterio como derechos fundamentales para cualquiera -esto sí que es usar mis términos. Incluso, no sólo derechos sino también deberes fundamentales. Es broma y no es broma, obviamente. Es como esa máscara que, en lugar de ocultar, muestra la personalidad de cualquiera. La máscara con que interpretamos nuestra propia vida. El derecho a que cada uno interprete su vida como quiera. En mi poesía creo que hay algo de eso –aunque leerme se me da fatal–; la aventura, la pasión y el misterio de las pequeñas peripecias de la vida cotidiana. La poesía como máscara. La libre interpretación de la vida de uno como derecho fundamental.