Entrevistas

Cuestionario librero 85: Carlos Castán

Carlos Castán (1960) es un oscense de Barcelona que lleva más de media vida en Madrid aprendiendo o enseñando Filosofía, con algunas curativas intermitencias altoaragonesas. Y es también el autor de cuarenta y siete Cuentos, repartidos en tres libros, que acaban de ser reunidos en la editorial Páginas de Espuma. El importante prólogo que el […]

Carlos Castán (1960) es un oscense de Barcelona que lleva más de media vida en Madrid aprendiendo o enseñando Filosofía, con algunas curativas intermitencias altoaragonesas. Y es también el autor de cuarenta y siete Cuentos, repartidos en tres libros, que acaban de ser reunidos en la editorial Páginas de Espuma. El importante prólogo que el propio autor ha colocado al frente de esa recopilación es también la mejor introducción posible a su vida y a su mundo, elegante pero confidencial, discreta pero expresiva, y además una mina de claves para su literatura (que también se ha desplegado en el libro de artículos Papeles dispersos y en la novela La mala luz). Quedamos ayer mismo con Castán al inicio del llamado “Pasillo Verde” (una curiosa vía estrecha y kilométrica donde los niños juegan entre la sede del Partido Comunista de España y la whiskería Hawai), y allí le entregamos el “cuestionario librero”, con pregunta final de Jesús Pérez, coordinador de la Escuela de Escritores de Burgos y asesor literario de la librería Luz y Vida (Burgos), y que hace pocos días mantuvo con el autor una conversación pública donde se analizaba bien su obra. Allí Castán valoró su propia evolución: “En el primero de los libros hay más intensidad porque hay menos preocupación por la contención, es más desgarrado y arrebatado. En el primer libro que se escribe uno quiere vaciarse, soltarlo todo. Y en los que van a venir a continuación hay un poco más de oficio, están más moderados aunque sigue habiendo la misma preocupación por el lenguaje. Hay un lenguaje poético que sí se ha mantenido a lo largo de los libros. Es posible que en el último libro de relatos, Solo de lo perdido, haya algo más de sosiego, una mayor reflexión a la hora de abordar las historias, y si quizá en los primeros cuentos había algo parecido a la rabia, en estos últimos se ha transformado en mayor serenidad”…

[Fotografía: Carlos Castán, en Madrid, 15 de marzo de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Allá en la infancia, diría que fue con Corazón, de Edmundo de Amicis, cuando me sorprendí por primera vez más interesado por lo que ocurría en esas páginas que por mi pequeño mundo real. Me pareció fascinante tener una segunda vida, bajo las sábanas y con la linterna hasta que me venciera el sueño, un poco como Antoine Doinel leía a Balzac. Por ahí andaba también Saint-Exupéry, y recuerdo como algo capaz de hacerme saltar las lágrimas las colecciones de Bruguera (Clásicos Juveniles o Grandes Aventuras), aquella que traía en los lomos los rostros dibujados de los principales protagonistas: Huck Finn, Ivanhoe, Tom, tanto Sawyer como el de la cabaña; “Oliverio” Twist, Miguel Strogoff, Ismael enrolado como ballenero… Era increíble lo lejos que podían llevarme.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Nunca sentí el deseo de ser ninguno de ellos, en el sentido de cambiar mis zapatos por los suyos, porque eso hubiese supuesto mi muerte, la aniquilación de mi yo. Pero sí parecerme, claro, poseer alguno de los rasgos de los que yo carecía. En las lecturas infantiles lo que más apreciaba el valor (internarse en bosques o mares de tormenta, plantar siempre cara al enemigo…) y a medida que fui creciendo dejé de admirar el coraje por sí mismo si no cumplía además con una especie de requisito ético, héroes de la Resistencia, defensores de causas perdidas… Recuerdo que envidié a Martín, el protagonista de Sobre héroes y tumbas, pero creo que más que parecerme a él lo que hubiera querido es estar en compañía de Alejandra, personaje del que me enamoré locamente, de una manera bastante “real” por así decir, por más que fuese el más imposible de los amores, ya que ni yo vivía en la imaginación y la prosa de Sabato ni ella estaba provista de la carne que yo ansiaba acariciar.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Mis compras de libros obedecen a dos patrones opuestos que alterno casi al cincuenta por ciento: según el primero de ellos, sé perfectamente lo que voy a comprar porque he ido anotando los títulos que me interesan al hilo de otras lecturas o de conversaciones; de acuerdo con el segundo, mucho más placentero, lo que hago es perder mucho tiempo curioseando entre los estantes y las mesas, leyendo párrafos al azar, persiguiendo algún hallazgo. Ahí es fácil que me deje aconsejar, especialmente si es un librero al que conozco y me inspira ese tipo de confianza.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Todo depende del concepto de “insoslayable”, pero tengo la sensación de que muchas, demasiadas. Ni siquiera he leído todas las novelas ejemplares, con eso ya está dicho todo. No pude con Guerra y Paz. Me queda mucho Baroja por leer, y mucho Galdós. Y todo González Ruano, aunque a esto pienso ponerle remedio precisamente en estos días.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Yo soy un gran admirador del libro Sarinagara, de Philippe Forest, y me choca bastante que no haya más traducciones disponibles de ese autor, siendo que tiene varias novelas publicadas en Gallimard. Y lo mismo podría decirse de autores como John Williams (Stoner) o Richard Stern (Las hijas de otros hombres).

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Pongo siempre la fecha en la primera página, y los firmo. Me gusta dejar abandonadas entre sus páginas cosas que tienen que ver con el periodo en que los leo (los leí): billetes de metro en su día, entradas de museos y de cine. Jamás doblo una página pero sí los subrayo y hago anotaciones en los márgenes, siempre con lápiz. Pienso mucho en mis libros como objetos, en lo que dicen de mí, en qué será de ellos.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Para mí lo más importante es que sepa crear en el establecimiento un clima en el que sea natural salir sin comprar. Me parece fundamental porque a algunos nos gusta entrar en una librería como distraídamente, a curiosear y pasar el rato. Lo más habitual es salir con algún libro pero hay tardes en las que esto no sucede y entonces se agradece mucho que hagan como que no se han dado cuenta de que sales a la calle de vacío. Para mí el librero ideal es un tímido afable, que sugiere sin demasiado énfasis, que describe los libros más que buscar adjetivos elogiosos y superlativos.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Es muy difícil que no me apetezca volver a ella. Puestos a elegir, prefiero la calidez al diseño, la madera a la formica. Que no tenga expositores alquilados y top ten de ventas ni nada por estilo. La abundancia de best seller me tira para atrás. Y me gusta que los escaparates y las mesas sean “de autor”, propuestas de la librería, es decir, que se combinen las novedades editoriales con libros aparecidos años atrás. No me gusta que todos los escaparates sean iguales y tan previsibles, me encantaría que se notara más la diferencia entre una librería y otra.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

De entre mis lecturas recientes me han gustado mucho los libros últimos de Ernesto Calabuig, Txani Rodríguez, Delphine de Vigan y Per Petterson. En cuanto a los clásicos, yo recomendaría un regreso a, como diría Marguerite Duras, escritos “con noche”, llenos de belleza y peligro como El bosque de la noche de Djuna Barnes, Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline (no porque lleven la palabra en el título) o los trópicos de Henry Miller. Y también el no suficientemente conocido Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson, que fue el principio de tantas cosas que hoy valoramos, empezando por Faulkner.

[Y la pregunta 10 la lanza Jesús Pérez, coordinador de la Escuela de Escritores de Burgos y asesor literario de la librería Luz y Vida (Burgos):]

“Háblanos de tus personajes, ¿con qué tipo de criaturas te gusta trabajar?, ¿quiénes son tus mejores aliados?”

Abunda en mis relatos un personaje protagonista que tiene la sensación de estar viviendo poco menos que a la intemperie. Es algo que está en la naturaleza de la literatura en sí; siempre se parte de alguien que desea algo. Esto, que en las historias tradicionales y las novelas de aventuras para niños puede ser un tesoro o la toma de un castillo, en la vida adulta es a veces más intangible. Uno anda buscando cosas que en realidad no sabe bien qué cosas son, qué es lo que le hace falta, y sí que he tenido especial predilección por hablar de la irremediable soledad de los débiles, de los conflictos interiores.

El denominador común de mis cuentos es que los personajes suelen estar bastante perdidos, con una sensación de intemperie, pero a la vez están siempre en búsqueda. Son personas que no se resignan, que luchan por encontrar su lugar en el mundo. En ese sentido, sí hay un halo de esperanza, no son personajes asolados y que estén resignados a su suerte o a su destino, hay siempre una búsqueda.