Entrevistas

Cuestionario 86: Ramiro Gairín

“Que caiga el favorito / y pierda los partidos importantes / quien más dinero gasta / y el mundo no se mueva ni un milímetro // apago las noticias y te miro / y eres como encontrar supervivientes / varios días después del terremoto”… Ramiro Gairín Muñoz (Zaragoza, 1980) es un ingeniero de montes especializado […]

“Que caiga el favorito / y pierda los partidos importantes / quien más dinero gasta / y el mundo no se mueva ni un milímetro // apago las noticias y te miro / y eres como encontrar supervivientes / varios días después del terremoto”… Ramiro Gairín Muñoz (Zaragoza, 1980) es un ingeniero de montes especializado en hidrología, pero, aparte de ejercer como tal, practica la doble vida de la poesía, o en su caso casi triple, pues su bibliografía se bifurca en dos líneas paralelas, ambas infinitas: una experimental, otra cotidiana, una de literatura y otra de vida. Acaba de publicar sendos ejemplos de ambas vías: La ciudad que no somos y Llegar aquí, títulos que se añaden a una lista creciente, y además acaba de ser padre (ya llegarán, seguro, libros que lo cuenten y lo celebren), así que, en vísperas de su nuevo día, Ramiro Gairín nos cita en la Librería Cálamo, y allá le entregamos el “cuestionario librero”, con pregunta final de otro científico-poeta, Aitor Francos, prologuista de La ciudad que no somos:
[Fotografía: Ramiro Gairín, en Zaragoza, 4 de enero de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

 

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Las lecturas infantiles y juveniles, sin duda. Primero la colección de El Barco de Vapor y, sobre todo, la colección Gran Angular: allí descubrí a María Gripe, la reina absoluta (Los escarabajos vuelan al atardecer puede ser ESE libro), Jordi Sierra y Fabra, Joan Manuel Gisbert, etc. El primer libro que recuerdo leyendo toda la noche son Los tres mosqueteros, y el primer clásico, leído muy de tirón también, el Quijote. Dos deslumbramientos absolutos y los dos libros que más veces he leído. Y, ya más mayor, todo un tópico, fue Benedetti el que abrió las puertas de la poesía.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Me recuerdo queriendo ser el protagonista de varios de esos libros que me marcaron en mi infancia y adolescencia (¿qué tipo de vida llevará de mayor quien de niño no ha querido ser el héroe de un libro?): llegué a copiar a mano, en una biblioteca pública de Estocolmo, y en sueco, una de las cartas que Annika y Jonás descubren en Los escarabajos…; quise ser D’Artagnan y Athos, quise ser, por supuesto, Tintín; quise ser Sherlock Holmes y Poirot primero, y luego Philip Marlowe, con el que me quedaría aún, seguramente… Pero hace mucho que ya no; ahora solo quiero entrar en sus vidas por el papel, sufrir sus duelos y sus raptos, seguir las pistas que siguen, pero vivir mi vida, que me gusta mucho, y parecerme a mí, que me lo estoy trabajando.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Soy ingeniero y, obviamente, cuadriculado. Desde hace unos años, con esto de que se echa encima la edad y parece que pronto la paternidad, he ido completando listas de libros imprescindibles, clásicos ineludibles, los 100 libros elegidos por los no sé cuántos escritores, etc. Para la literatura contemporánea, uno ya sabe a qué autores y a qué editoriales (el catálogo de una editorial es su mejor publicidad, su mejor recomendación) debe seguirles la pista, pero, sobre todo, de qué librerías debe recabar recomendaciones. Y para los nuevos descubrimientos, además de los libreros, tiro de redes, blogs de literatura, páginas de reseñas, el boca a boca, los premios… todo sirve para ir configurando las listas de deseos.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Tengo que volver a leer el Fausto de Goethe, porque pasé por encima de él con prisas y no encontré asidero. Y me faltan, sobre todo, la Biblia (voy avanzando) y algunos otros textos sagrados de otras culturas que me llaman la atención mucho; pero también los Episodios Nacionales de Galdós, las Soledades de Góngora, más Shakespeare del que he leído, los románticos ingleses, la República de Platón, las Vidas paralelas de Plutarco, otros clásicos inaugurales como Hesíodo, Tucídides, Jenofonte… En fin, que me agobio.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

No sé leer en otros idiomas con solvencia como para descubrir joyas pendientes de traducir, y me da rabia. Pero ahora que estoy con románticos ingleses, descubro, por ejemplo, que cuesta encontrar traducciones de parte de la poesía de Wordsworth, empezando por su Preludio integral. Y, adentrándonos en clásicos épicos y espirituales clave de otras culturas y otras latitudes, es casi imposible dar en castellano, o porque no están traducidos de forma íntegra o porque están descatalogados, con libros fundacionales como la Saga de Njal islandesa, las epopeyas indias del Mahabhárata y el Ramayana, el Masnavi de Rumi o el Bostan de Saadi persas, etc. Tampoco encuentro en español el clásico africano Tiempo de migrar al norte de Tayeb Salih. Cosas de querer completar listas.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Suelo ser cuidadoso en la lectura, pocos libros subrayo o marco, porque tengo una carpeta con citas, y suelo preferir copiar la cita que subrayarla en el libro. Listas y estadísticas hago, por supuesto; llevo el apunte de cada libro que leo, con fechas (¿he dicho ya que soy ingeniero) y los voy tachando de las listas que me he marcado como objetivo. Comprar más libros de lo que confieso en casa…pues alguna vez. Y el colofón, si lleva, lo leo siempre. Faltaría más.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Me gustan los libreros que respetan mi deambular por la librería, mi rato a solas ante el Universo, pero que cuando les preguntas, despliegan toda su sabiduría. Que no te atosigan, pero que en cuanto empiezan a conversar y hacer recomendaciones te obligan a preguntarte: “¿cuándo ha leído todo eso?”, “¿en qué he perdido yo mi tiempo?”, “¿qué hay que hacer para trabajar aquí?”. Por suerte, en Zaragoza tenemos algunas de las mejores librerías del país, y lo son por sus libreros; así que, en resumen, de cualquier librero/a me gusta que se parezca a los de aquí: León, Ana y Paco Goyanes, Julia y Pepito…

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Una sección de poesía muy potente, eso es lo fundamental para mí: es decir, que no esté invadida por Defreds, Sesmas, Redrys y otros autores de poesía juvenil. Que dé visibilidad a las editoriales de poesía tan variadas y cuidadosas que tenemos en este país, y a la poesía traducida. Y luego, una buena selección de clásicos. La narrativa es menos distintiva, aunque es imprescindible que tengan amplia presencia una serie de editoriales que no hace falta recordar. Como ya he dicho, en Zaragoza tenemos (y hemos perdido, también, ay) algunas de las mejores y más premiadas del país: así que, redundando, te diré que lo que busco en otras librerías es que se parezcan a Cálamo o a Antígona, tan diferentes y tan mágicas.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Aparte de La Ilíada y El Qujjote mil veces, otros dos clásicos muy clásicos: De rerum natura, esa maravilla de Lucrecio y del epicureísmo y de la poesía, y las Odas de Horacio, que deberían incluirse de regalo con cada chimenea, con cada mesilla de noche. También la poesía de Fray Luis de León. Libros recientes: Canto yo y la montaña baila, de Irene Sola, Panza de burro, de Andrea Abreu, y en poesía cualquiera de los libros que de Natalia Litvinova ha publicado La Bella Varsovia, o la nueva edición de La belleza del marido de Anne Carson en Lumen.

[Y la pregunta 10 la lanza el poeta Aitor Francos:]

“Querido Ramiro, me gustaría saber cómo compaginas tu labor como ingeniero con la faceta de escritor, cómo gestionas los tiempos para cada tarea. También en qué grado son compatibles, en tu caso, y de qué manera interfieren, el lenguaje técnico y el pensamiento científico con la poesía.”

Mil gracias, admirado Aitor, por tu pregunta. La verdad es que llevo tanto tiempo compaginando ambas tareas que lo tengo naturalizado. Para mí, todo lo que vivo y pienso puede ser materia poética, también el trabajo, la ciencia, las horas de oficina, los ERTE’s en la empresa, las madrugadas de entregas de proyectos. De hecho, salir de una inmersión de días en algún proyecto puede producir un estado de inspiración poética, de redescubrimiento, muy interesante para un escritor. Por otro lado, soy Ingeniero de Montes, y en los proyectos, que suelen ser de carreteras o ferrocarriles, me ocupo de dos elementos con mucha carga poética: el comportamiento del agua, sobre todo, y el impacto ambiental, en ocasiones. Por eso, la naturaleza y sus formas y ciclos, especialmente las vegetales, así como los ríos, aparecen de forma constante en mis poemarios, incluso en aquellos muy urbanos. Sobre la gestión de tiempos, te diré que, aunque el poema viene, en sus versos embrionarios, en cualquier momento del día (también en la oficina, por qué no), el tallado, moldeado, lijado, pulido, sí necesito hacerlos muy solo, en casa, preferentemente caminando, en silencio, o porque no hay nadie o porque todos duermen. Por eso, en las épocas de mucho trabajo profesional, la tensión vital hace que salgan bastantes poemas, o conatos de poema, pero no puedo trabajarlos. Para dedicarles tiempo de calidad, necesito las épocas en las que el trabajo disminuye y no me roba tanto esfuerzo. En cuanto a los lenguajes, creo que se parecen bastante: el lenguaje poético para mí es también un lenguaje técnico. Como el de la ingeniería, o el científico, debe ser preciso, ajustado, saber lo que quiere significar y decirlo de forma exacta, y está impregnado de matemática. Y debo aclarar que en la ingeniería se escribe muchísimo: aunque puede ser duro leerlas (el mito es cierto: la mayoría de los ingenieros no escribe nada bien), cualquier proyecto puede ocupar tres o cinco mil páginas solo de Memoria, Anejos y Pliegos escritos. En el sector le llamamos la literatura de los proyectos.