Dostoievski, el fundador de la modernidad

El 11 de noviembre de 2021, se cumplen doscientos años desde que Fiódor Dostoievski está en esta vida, y poco menos desde que está en la vida de los lectores de su tiempo y, desde luego, de todos los lectores que hemos llegado después, dispuesto a quedarse para siempre entre nosotros. Que su obra supone […]

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El 11 de noviembre de 2021, se cumplen doscientos años desde que Fiódor Dostoievski está en esta vida, y poco menos desde que está en la vida de los lectores de su tiempo y, desde luego, de todos los lectores que hemos llegado después, dispuesto a quedarse para siempre entre nosotros. Que su obra supone una de las cimas de la literatura universal es algo perfectamente consabido, no discutido ni por quienes le consideran excesivamente oscuro o amargo, todo un antecedente obvio de Kafka y de ese modo de ver el mundo, a medio camino entre la compasión por quienes sufren y la rabia explícita por el hecho de que las cosas no puedan ser diferentes.

Sobre la bicentenaria vida de Dostoievski se publicó en 2012 en Gallimard una biografía excelente que, de la mano de la editorial barcelonesa Subsuelo (cuyo nombre es un homenaje transparente a los Apuntes del subsuelo) y de la traductora Laura Claravall, acaba de aparecer en nuestras librerías. Escrita en francés por el rumano Virgil Tanase, Dostoievski es una obra sencilla pero erudita en la que se recorren los sesenta años de la ajetreada vida del maestro moscovita (todo el mundo piensa que era de San Petersburgo, por ser el escritor que ha fijado para siempre esa ciudad en nuestro imaginario, pero nació en Moscú), desde sus penosos inicios, sus problemas con la Justicia (que llegaron a una pena de muerte que sólo ante el pelotón de fusilamiento fue conmutada por cinco años de trabajos forzados en Siberia), su angustiosa lucha contra su propio talento (una mezcla de inseguridad y ambición que lo enloqueció), sus enfermedades y sus viajes (que también le trajeron a España) o, por fin, su éxito comercial y popular, que había sido intermitente y debatido durante décadas y que al final fue clamoroso, aunque él nunca acabó de estar satisfecho con casi nada de lo que hizo y, sobre todo, con nada de lo que se dijo sobre él y sus libros.

Autoexigente hasta el delirio, maniático hasta el aislamiento absoluto, en su propia personalidad se rastrea ya esa obsesión por la psicología que caracteriza sus novelas, y que lo convirtieron en el fundador de una nueva narrativa, definitivamente moderna, en la que la conducta del ser humano es analizada pormenorizadamente, con un detallismo a veces demencial, y a menudo demoledor pues sus conclusiones son habitualmente negativas. Llegó hasta esa relativa misantropía, como tantos, a través del camino de la piedad: era su incapacidad para soportar la injusticia o la crueldad lo que acabó grabando en su alma la convicción de que no tenemos mucho remedio, y esa característica de su “filosofía” es la que ha hecho que la posteridad, de un modo claramente perezoso, lo haya opuesto siempre a Tolstói, quien, según esa forma un tanto limitada de leerles, sería el cantor de la gloria de la vida, de lo exterior, de la Historia, de los paisajes, con una mirada mucho más luminosa y amable… (pero cualquiera que haya leído a ambos sabe que en ninguno de los dos casos se puede hablar de extremos tan cómodos: es tan fácil encontrar en textos de Dostoievski alegría y esperanza como obtener en los de Tolstói testimonios de dolor y desesperación).

Para celebrar esta efemérides, se publican en España otros hitos al respecto: Páginas de Espuma, por ejemplo, ofrece una nueva edición, flamante, del Diario de un escritor, en edición de Paul Viejo, mientras que Galaxia Gutenberg pone en circulación un nuevo volumen de las obras completas, que en este caso comprende, en edición de Ricardo San Vicente, la obra publicada entre 1859 y 1862, entre la que está Humillados y ofendidos. Mientras Alianza sigue reeditando casi toda su obra en “El libro de bolsillo” (pero también está en Alba, y en Cátedra…), Nórdica Libros (que ya publicó en una edición ilustrada de la preciosa novela corta Noches blancas –el comienzo de la segunda noche es todo un ejemplo de lo irresistiblemente divertido y tierno que podía llegar a ser Dostoievski si le daba por ahí–) edita ahora Una historia desagradable, con traducción de Marta Sánchez-Nieves e ilustraciones de Kenia Rodríguez, que nos trae una de las mejores borracheras de la historia de la literatura: es verdad que Dostoievski sabía muy bien de lo que hablaba al hablar del alcohol, pero pocas veces hemos leído un proceso de embriaguez mejor contado, más vívido y realista, a la vez que grotesco.

En este último título un personaje dice que “muchas de nuestras sensaciones, ya traducidas al lenguaje corriente, parecen inverosímiles. Y por eso nunca ven la luz, aunque todos y cada uno las tenemos”. La principal tarea literaria de Dostoievski (y su conquista más celebrada) fue la de escarbar en esos sentimientos y sacarlos a la luz. Crimen y castigo es sólo la cumbre más famosa y leída de una obra que siempre se propuso eso mismo: hacer espeleología dentro de nuestros cerebros y nuestros corazones, llegar hasta el fondo sin ningún tipo de suavizante, descubrir y analizar lo mejor y lo peor que hay en todos nosotros. Dostoievski, obviamente, no llegó a leer a Freud, pero no parece probable que, de hacerlo, se hubiese llevado muchas sorpresas. Por su parte, el fundador del psicoanálisis trabajó a conciencia la obra del ruso, y afirmó en Dostoievski y el parricidio que “Los hermanos Karamazov es la novela más acabada que jamás se haya escrito”.

Otro ilustre austriaco, Stefan Zweig, dedicó a Dostoievski la parte más extensa de Tres maestros (los otros son Balzac y Dickens), y allí lo leía con su habitual agudeza, por ejemplo al hilo de su ludopatía (tan descarnadamente retratada en El jugador): “Precisamente porque le fue dada una vida tan llena, porque se le abrieron en el dolor infinitos horizontes de sensaciones, amó la vida, una vida atroz y afable, divina e incomprensible, eternamente inaprensible y eternamente mística. Pues su medida es la plenitud, el infinito. […] A fuerza de entusiasmo y de éxtasis hizo crecer todo cuanto estaba en germen en su interior, el germen del bien y el del mal, los vicios y las pasiones, no extirpó ningún peligro de su sangre a sabiendas. Sin descanso, el jugador que llevaba dentro se entregó como envite al apasionante juego de las fuerzas, pues sólo en el girar del rojo y el negro, muerte o vida, experimentaba con dulce vértigo toda la voluptuosidad de su existencia”.

Volcánico y realista (pero es que “¿qué puede ser para mí más fantástico que la realidad?”, afirma en Los demonios alguien que había leído muy bien a Cervantes), Dostoievski queda como un escritor estrictamente inmortal, uno de los principales fundadores de la modernidad, dicho sea en un sentido literal, sin metáfora ninguna ni desde luego exageración. Sin él, es muy difícil abordar y entender la literatura occidental del siglo XX. Y algo más, muy a tener cuenta ahora, a las puertas del invierno: leyendo a Dostoievski, paradójicamente, se te quita el frío.

Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan’