Entrevistas

Cuestionario librero 127: Mireya Hernández

Hace sólo cuatro días, el jueves pasado, voló hacia Iowa para entregarse durante dos años a la prestigiosa escuela de escritura que hay en aquella universidad (bien conocida ya por Miguel Serrano Larraz, Violeta Gil o la también recién instalada Sabina Urraca), así que tuvimos que correr para quedar con Mireya Hernández (Madrid, 1981), pero […]

Hace sólo cuatro días, el jueves pasado, voló hacia Iowa para entregarse durante dos años a la prestigiosa escuela de escritura que hay en aquella universidad (bien conocida ya por Miguel Serrano Larraz, Violeta Gil o la también recién instalada Sabina Urraca), así que tuvimos que correr para quedar con Mireya Hernández (Madrid, 1981), pero lo hicimos en cuanto leímos Modos de caer, su segundo libro tras Meteoro, su debut de 2015 en Caballo de Troya, de la mano de Elvira Navarro. Ahora es Newcastle, el curiosísimo sello de Javier Castro Flórez, quien acoge un libro muy personal en el que Mireya Hernández, de espaldas a las modas, no dice ni una palabra sobre sí misma. En la cubierta figura un avión que cae, buen icono para su contenido, todo un catálogo de pequeñas o grandes calamidades, de fracasos gloriosos, de pifias significativas. No podemos decir nada: hay que leerlo, no sólo por lo que cuenta sino por cómo lo estructura. Lo que encontramos en Modos de caer es toda una reunión de seres extravagantes, perdidos, gentes que consiguen extraer cierta épica de su desesperación. Dejémoslo ahí, pero dejemos también que sea el escritor Valentín Roma quien lance la última pregunta del cuestionario librero de hoy, que entregamos a Mireya a las puertas del Cine Doré, la Filmoteca de Madrid, distrayéndola por un momento de los preparativos de un vuelo transoceánico que, felizmente, ha llegado a buen puerto.

[Fotografía: Mireya Hernández, en Madrid, 27 de julio de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

En realidad fueron unos cuantos que me recomendó mi hermano Abel cuando tenía quince o dieciséis años. Recuerdo no poder parar de leer El hombre que fue jueves, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, Frankenstein, las Narraciones extraordinarias de Poe, A sangre fría, El guardián entre el centeno, Las uvas de la ira, El extranjero, Alguien voló sobre el nido del cuco… Antes había flipado con Roald Dahl, pero esa época fue decisiva.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

De pequeña quería parecerme a la Alicia de Lewis Carroll. Ahora me gustaría ser como Leo Popper, el padre de Ota Pavel en Carpas para la Wehrmacht, o como Korin, el protagonista de Guerra y guerra, de László Krasznahorkai. Y también como el Dovlátov de La maleta.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Voy escogiendo lecturas en función de lo que me apetezca leer en cada momento, y a menudo tiro de los libros que tengo en casa y de los que me han hablado bien una serie de personas con las que suelo coincidir. También hay veces que un autor me lleva a otro y épocas en las que me leo varios libros seguidos del mismo (hace poco me pasó con Bolaño). No hago mucho caso de las novedades, o espero al menos a que pase el ciclón para saber si realmente me apetece hincarles el diente o no, pero si alguien de cuyo criterio me fío recomienda un libro que acaba de salir, suelo tomar nota. En general, voy alternando lecturas de clásicos con cosas más actuales. Intento poner lo nuevo al lado de lo viejo, como decía Virginia Woolf.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

En busca del tiempo perdido, Guerra y paz, la Divina Comedia, el Ulises de Joyce… La lista es interminable.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Hay un escritor nativo americano que me encanta y apenas se conoce por estos pagos. Se llama Sherman Alexie y tiene un puñado de libros buenísimos que son muy difíciles de encontrar. Muchnik, Xordica y Siruela publicaron varios en castellano, pero creo que casi todos están descatalogados. La pelea celestial del llanero solitario y Toro, que conocí gracias a Félix Romeo, es prácticamente imposible de conseguir. Con Blues de la reserva pasa lo mismo, y con El indio más duro del mundo igual. Y es una pena, porque es un autorazo. Otro libro que me encantaría que se reeditara es Apacherías del salvaje oeste, de Javier Lucini.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Nunca los subrayo, pero sí que doblo las esquinas de las páginas que me gustan para volver a ellas después. También me hago listas donde voy apuntando libros que quiero leer, para que no se me olviden. Y compro más de la cuenta, por más promesas que me haga y poco dinero que tenga.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

A veces me dejo aconsejar, pero normalmente voy a las librerías con una idea bastante clara de lo que quiero. Y cuando entro en una por casualidad, me gusta que mi instinto decida por mí. Pero hay libreros que parece que te leen la mente y saben enseguida lo que te va a gustar, o que establecen una cadena de conexiones entre el que tienes en la mano o en el bolso y otros seis o siete. Es como si te abrieran un montón de puertas que no sabías que existían. Y eso es impagable.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Una buena selección, novedades que no estén en todas partes, libros de editoriales pequeñas, libreros amables, tranquilidad…

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

De clásicos, recomendaría cualquier tragedia de Shakespeare (Hamlet, Macbeth y El rey Lear me parecen imprescindibles). Y luego Crimen y castigo, Pedro Páramo, Lolita, En el corazón del corazón del país, Automoribundia… Es muy difícil nombrar sólo uno.

Un libro reciente que me ha maravillado es Un verdor terrible, de Benjamín Labatut. Y otro El rapto de las hormigas, de Francisco Cumpián. El año pasado me fascinó El mar indemostrable, de Ce Santiago, y aluciné con Berg, de Ann Quin, que sacaron Underwood y Malas Tierras en plena pandemia y es una barbaridad. Lo escribió en los sesenta, pero si no es por estas editoriales no lo podríamos leer en castellano.

[Y la pregunta 10 la lanza hoy el escritor Valentín Roma:]

Para empezar me gustaría decir que has escrito un libro excepcional, un conjunto de historias que nos obligan a revisar ciertas epistemologías de lo memorable y, sobre todo, de lo caído. Y, al hilo de esto último, quisiera preguntarte si no crees que en los ojos de los vencidos está formándose una nueva visión, si no piensas que en esas pupilas y en esos cuerpos despeñándose se fundan revoluciones por venir, otras causas para levantarse y otros empecinamientos contra el poder y sus fatalidades”.

Hace veinticinco años, Jonas Mekas escribió un manifiesto en el que decía: «En tiempos en los que todos desean triunfar y vender, quiero celebrar a quienes aceptan el fracaso social y cotidiano en búsqueda de lo invisible, de aquellas cosas personales que no aportan dinero ni comida, que no se vuelven parte de la historia contemporánea, ni de la historia del arte o de ninguna otra historia. Estoy a favor del arte que hacemos para todos nosotros en señal de amistad». Esa para mí es la verdadera revolución, la única salida del engranaje en el que vivimos inmersos, que nos deshumaniza y nos vuelve deshonestos.

Se nos ha vendido siempre la idea del éxito como algo a lo que aspirar, como una especie de cima de la montaña. El triunfo, el sueño americano, la tiranía del optimismo y eso a lo que llaman happycracia, que es perniciosa porque es irreal. Pero la historia del ser humano es la historia de un tropiezo, y el aprendizaje nace precisamente de ahí. No es casualidad que en el campo de la navegación marítima llamen derrota a la trayectoria real del barco.

Muchos personajes de este libro intentan algo que está fuera de su alcance, o caen después de ganar, o son motivo de risa por lo que tienen de diferente, de poco común. Hay otros que saltan todos los obstáculos que les ponen por delante no para impresionar a nadie, ni para hacerse con ningún trofeo, ni porque han tenido cuatro sesiones con un coach, sino porque es su única manera de sobrevivir. Creo que ahí radica la diferencia. Y francamente, me gustaría que esos casos abundaran más en este mundo tan utilitarista en que vivimos. O que se publicitaran más, porque haberlos los habrá a puñados. Que hubiera más gente como el cura brasileño que sabe, al echar a volar aferrado a un millar de globos, que su destino más probable es el océano, pero que aun así lo intenta. No se me ocurre mejor manera de triunfar que esa. No hay mayor éxito que el fracaso, cantaba Dylan, y Leopoldo María Panero decía algo similar. Creo que habría que educar más en esa línea y menos en la del esfuerzo con el que todo se consigue y en la de vencer a toda costa. «Enorgullécete de tu fracaso, que sugiere lo limpio de la empresa», escribió Agustín García Calvo. Ojalá se reivindicaran más las caídas sin red y sin cámaras.