Entrevistas

Laura Fernández: “Lo que hago es darme libertad”

Laura Fernández es autora de “La señora Potter no es exactamente Santa Claus”, uno de los libros más destacados de las librerías en diciembre y Premio Ojo Crítico de Narrativa 2021

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A pesar de haber aparecido en noviembre y haber dejado poco tiempo de reacción a la hora de hacer los balances del año (algo a lo que tampoco ayudan sus frondosas seiscientas páginas, aunque se lean de forma eléctrica), La señora Potter no es exactamente Santa Claus no sólo ha entrado en casi todas las listas relevantes de “los mejores libros de 2021”, sino que se está convirtiendo en un fenómeno asombroso, el libro más comentado de las últimas semanas. Ya ha sido reimprimido, por supuesto, y además ha obtenido el Premio Ojo Crítico de Narrativa. La literatura de Laura Fernández (Tarrassa, 1981) no es exactamente una literatura feliz, pero sí es, digamos, una literatura contenta, y esa alegría procede ante todo de la pura pulsión de contar, de la jovialidad que surge de la ficción más enloquecida y bondadosa, y donde el placer de la lectura no es sino el reflejo de lo que, muy perceptiblemente, fue el inmenso placer de la creación, la imaginación, la escritura. La nueva novela de Laura Fernández fue, además, uno de los tres libros de ficción más recomendados por nuestras librerías para el mes de diciembre, excusa definitiva para pedirle a la autora, amabilísima, que nos responda a algunas preguntas.

PREGUNTA: ¿Qué supone para ti saber que tu novela ha estado entre las tres principales recomendaciones de las librerías de cara a diciembre?

RESPUESTA: Sinceramente, como lectora voraz que a veces se dice a sí misma que nada en el mundo le gustaría más que ser librera, porque ser librera es como estar en el frente y a la vez la trinchera de todo tipo de otros mundos, ser el primer habitante de infinidad de universos, la ilusión ha sido máxima y absoluta. Considero al librero, a la librera, un lector apasionado, y como escritora, como lectora, apasionada, nada me hace más feliz que haber conquistado alguno de esos deliciosamente exigentes corazones suyos, y que hayan sido TANTOS ha convertido el hecho en sí en una especie de sueño. En parte, a partir de ese anuncio he tenido la sensación de haber pasado a algún tipo de otro lado del espejo y estar en una realidad paralela en la que, por fin, todo, todo eso que me ha llevado, y me lleva, a vivir una doble vida, inevitable, necesaria, adictiva, tiene sentido.

P: Lo primero que llama la atención de tu nueva novela es el osadísimo uso del lenguaje. ¿No te preocupaba la posibilidad de que algunos lectores puedan “asustarse” ante ese particular uso tuyo de paréntesis, mayúsculas, cursivas, interjecciones, onomatopeyas…?

R: ¡JOU JOU JOU JOU! La verdad es que (NO). En absoluto. Jamás pienso en el lector como un censor. Le veo como alguien que está ahí, en algún lugar, en la bruma del futuro, y que se topará conmigo y compartirá algo en la distancia, una aventura como ésta, sin ponerse ningún límite, y disfrutando de no hacerlo. Yo soy mi primera lectora, y escribo para esa lectora, que es una lectora apasionada y a la que todo juego con el lenguaje y, por supuesto, las infinitas posibilidades de los signos de puntuación (no son el enemigo, son nuestro aliado, pueden llevarnos tan lejos como queramos, y expandir todo lo que existe), no hacen sino ahondar en la idea de aventura que la historia le propone. Porque la lengua, el lenguaje escrito en página, también lo vive como una aventura, esa primera lectora que soy yo, y que son en realidad todos los lectores a los que mis libros buscan.

P: Hay un momento estupendo (la pág. 180, exactamente) en el que se dice que “no creo que los personajes deban entender nunca a sus autores, por más que ni siquiera sepan que son personajes ni que existe algo parecido a un autor en alguna parte”. Tenemos la sensación de que tú, muy deliberadamente, has perdido el control de ese fantástico elenco de personajes, y que se te han desmadrado para complacerte. Es una paradoja, pero se diría que les has dado permiso para que te desobedezcan.

R: Es así, sin duda. Puesto que cada uno de ellos es, a su manera, una versión de mí misma, una posibilidad no tan remota, lo que hago es darme libertad. Me digo, (VEAMOS), (¿QUÉ HARÍA YO SI HUBIERA VIVIDO EXACTAMENTE LO QUE HA VIVIDO CATS MCKISCO?). El de Cats es un buen ejemplo porque ocurrió algo al inicio de la novela que no tenía planeado, en realidad, puesto que no planeo nada, la novela la escriben los personajes, pero puesto que ellos son pedacitos de mí, libérrimos, es así como debía ocurrir, que Cats le pidió una cita a Bill cuando Bill iba camino de la inmobiliaria de MacPhail y me enfadé un poco con ella porque eso complicaba las cosas para Bill, ¿no ves que no es el momento?, le decía yo a Cats, pero a la vez ella me decía, ¿Cuándo iba a haberlo hecho antes? ¡No sale de ese condenado sitio! ¡Y no quería que nadie me viese entrar ahí dentro!, así que la entendí, porque ella no podía no estar terriblemente enamorada de él, viéndole, como debía verle, como un igual afortunado.

Siendo los dos hijos de artistas, ella ve a Bill libre del peso de ese padre artista que se comporta como un bebé, algo que ella sufre, sin que su padre esté tampoco ahí. Ella preferiría que su padre hubiera hecho lo que hizo la madre de Bill porque así, al menos, podría admirarle. Así que supongo que era inevitable. Y así fue como se construyó, poco a poco, toda la novela. En realidad, lo único que hago es crear personajes que luego interpreto, como si fuera una actriz con un excelente don para la improvisación, y son ellos los que construyen la historia, que no podría ser otra que la que acaba siendo. Es extraño, pero es maravilloso.

P: Háblanos un poco, por favor, de ese espacio opresivo que has fundado, ese pueblo disparatado desde su nombre, Kimberly Clark Weymouth, en el que lo único relevante y supuestamente positivo que ha sucedido nunca es lo que más amarga la vida a muchos de sus habitantes.

R: Kimberly Clark Weymouth es una ciudad desdichada, un pueblo enfadado, es a la vez una madre y una hija incomprendida, el lugar que aborrece a la señora Potter porque, desde que el clásico de Louise Cassidy Feldman se instaló en él, no ha sido otra cosa que el lugar en el que debió vivir la señora Potter. Y ella no quiere ser sólo eso. En realidad, no ha sido nunca eso. En tanto que ficción, el clásico infantil escrito por Louise Cassidy Feldman ha ‘encantado’ a Kimberly Clark Weymouth, la ha hecho desaparecer, y la ha sustituido por aquello que le ha venido en gana, una ciudad despiadada en la que siempre, inevitablemente, nieva. De alguna forma, Kimberly Clark es el epicentro de la historia, la que todo lo contiene, y la que permite que todo se desate cuando estalla la revolución que ella misma hace estallar. Es aquello que creemos de los demás. Lo que damos por hecho sin pensar y que a veces lleva a esos demás a volverse locos.

P: El jurado del Premio Ojo Crítico se ha referido a tu “euforia narrativa”, y ésa es una expresión que nos parece exacta ante tu novela, que en efecto parece abalanzarse de cabeza a un tipo de forma de contar que parece cada vez más arrinconado, el de la ficción pura, el de la construcción de un mundo aparte, totalmente ajeno a la “realidad” que tenemos aquí fuera.

R: Entiendo que resulte extraño en el mundo de hoy, pero no lo es en absoluto para mí. La clase de libros que leo contienen, de alguna forma, esa euforia narrativa, o al menos, la disparan en mí. A veces tengo la sensación de que vivo como si interpretara un personaje, como si estuviera dentro de uno de esos libros que leo, y eso es porque leo más que vivo, ¡leo incluso mientras camino! Necesito estar en otro mundo, no sé por qué, pero lo sospecho: la realidad siempre me ha parecido limitada, gris, aburrida, y a la vez, el lugar en el que ocurre TODO eso que amo que ocurre a su vez en los libros.

Es decir, de ella parte todo (mi propia narrativa también, para mí la realidad es insustituiblemente instrumental) pero en un sentido que no es el apropiado. Es como si hubiera piezas sueltas por todas partes. Y lo que hago es unirlas para que el tapiz resultante (esas historias repletas de otras historias: es así, cada personaje de esta novela tiene su otro yo en alguna parte) me guste, me apasione, tenga sentido, y un sentido que expanda el sentido mismo de estar vivo. Hemos creado la ficción para huir de la muerte, que en cierto sentido es lo mismo que huir de la realidad, porque ya sabemos cómo acaba la historia, y no nos gusta el final. No entiendo otra forma de estar en el mundo que la que tengo. No sabría cómo hacerlo.

P: ¿Cómo has hecho o cómo vas a hacer para mudarte de Kimberly Clark Weymouth, o para escaparte? ¿Eres como esos personajes que quieren a toda costa largarse para siempre de ese pueblo, dejarlo atrás, o más bien deseas permanecer en él, hacerte fuerte, echar raíces? Queremos decir: ¿has acabado con ese lugar o nos harás volver a él?

R: La verdad es que va a ser (COMPLICADO). No descarto volver a Kimberly Clark Weymouth pero siempre será contando otra historia. La historia de Bill y su madre y la de todos los demás, incluida la propia Kimberly Clark Weymouth, ya está contada, y volver a ella sería deshacerla un poco. Eso sí, es probable que en el futuro, el protagonista de alguna otra novela pase una temporada en Kimberly Clark, o provenga de allí, o se hable de ella, como ocurre en otros de mis libros.

Por ejemplo, el protagonista de la siguiente novela es de Veronica Wingrave, una ciudad que aparece en Connerland, y estoy pensando que Elizabeth Maynooth Lee, la maga de Kimberly Clark Weymouth, va a tener un pequeño, que tal vez sea (ENORME), papel en ella. Es decir, volveremos, pero como se vuelve a los lugares que conocemos. No hay plan por el momento para un SEÑORA POTTER (2) aunque (NUNCA SE SABE) (JOU JOU JOU JOU).

P: ¿Qué libros, entre los publicados últimamente, nos recomiendas? ¿Cuáles crees que son afines a tu propio “universo”?

R: Recomiendo, encarecidamente, Tres, de Ann Quin (Malas Tierras / Underwood), y Membrana, de Jorge Carrión (Galaxia Gutenberg). El primero es una obra magna de una escritora ‘beckettiana’ y, a la vez, en este caso, ‘cheeveriana’, porque en Tres se cruza la vida de un matrimonio en los suburbios, y sus conversaciones absurdas, a lo Paula Fox en Personajes desesperados con un pulso narrativo al margen de todo que alumbra un nuevo uso de la puntuación maravilloso. El segundo es una apasionante narración del postmundo desde un supuesto museo, en la voz de un puñado de algoritmos que nos admiran y nos envidian y saben que jamás serán como nosotros, porque jamás estarán vivos, pero a la vez se saben superiores precisamente por eso. Lo que hace Carrión en la novela más ‘destrozalímites’ de lo especulativo en español de la Historia, con mayúsculas, lo habrían admirado a la vez Philip K. Dick y Jorge Luis Borges, y también Ursula K. LeGuin, y todos aquellos que una vez amaron al ser humano y quisieron darle un sentido desde la (ciencia) ficción. Está diciéndole adiós a nuestra especie con un humanismo impresionante.

También recomiendo mucho, muchísimo, El matrimonio anarquista de Begoña Méndez y Nadal Suau (Hurtado y Ortega), porque cartografía lo incartografiable, esto es, la pareja que se convierte en planeta y sociedad propia, el universo de dos entendido como refugio pero también como lugar de batalla, como espacio desde el que conocerse y reconocerse y no dejar de ampliarse mirándose a un espejo en el que lo que ves es, literalmente, ‘otro’. Honesto y valiosísimo.

Y, si me permitís llegar más lejos y hablar de libros del año, no puedo dejar de mencionar el que ha sido mi favorito este año: Por qué haría yo, de Mary Robison (Malas Tierras). Lo leí a principios de año y, bueno, fue como sentir mi cabeza desdoblada. Por fin había encontrado a alguien que pensaba tan caóticamente como yo. Este año también me han fascinado Magic Kingdom, de Stanley Elkin, muchísimo, porque no hay nada más perversamente tierno que ese libro (en La Fuga Ediciones) y La luna en fuga, de Gilbert Sorrentino (Cielo Eléctrico), del menos famoso, junto al propio Elkin, de los posmodernos.

Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan’