¿Cómo contarle a un niño de dónde vienen los bebés? Con humor aquí se narra cómo unos ingenuos padres responden de forma inverosímil a la pregunta de sus hijos.
Miffy es una conejita blanca con un vestido rojo que nos muestra algunas situaciones cotidianas. En este libro alguien nos cuenta lo que hace Miffy en su casa. Riega las plantas, ayuda a tender la ropa, ordena su habitación, ayuda a hacer la compra y se come el pastel que ha cocinado su mamá. Es un libro de apenas dieciséis escenas en ocho páginas de cartón, ideal para los primerísimos lectores que todavía no saben pasar las hojas, pero que aprecian un libro donde reconocen algunos objetos de su mundo cotidiano. Miffy no tiene expresión y los colores son planos y muy fuertes, contrastando con el perfil negro de las figuras. Es como un alfabeto de objetos, todo muy simple, casi de diseño, pictogramas listos para ser reconocidos. Dick Bruna utiliza siempre los mismos colores: rojo, azul, amarillo, blanco y verde. El argumento es sencillo y tal vez en eso radica el éxito de esta serie de más de treinta títulos. Una fiesta de cumpleaños, un viaje al parque, o la escuela recuerdan que Miffy nació cuando el autor le contaba a su hijo un cuento cada noche con un conejito como protagonista.
Este es un libro sobre cómo deseducar a un niño demasiado perfecto para ser un niño. Y es claramente un libro que se escribe en la Europa de los años 70 cuando la literatura infantil se atrevía a plantearse historias dirigidas a sus lectores para que estos se divirtieran, sin mirar por el rabillo del ojo a los adultos buscando su aprobación. Pero no hay que ser ingenuos del todo, Christine Nöstlinger no olvida a los adultos, y también se dirige a ellos, aunque seguramente a una clase de adultos que estaba deseando escuchar una historia como esta donde queda patente que hay que dejar a los niños ser niños y que privarles del humor, las peleas y algo de desorden, puede llegar a crear desajustes. Konrad es un niño de siete años fabricado para ser perfecto, es decir: educado, formal, nada respondón, buen compañero, enemigo de las palabras soeces y de los insultos, comedor de alimentos sanos, respetuoso con sus mayores… que llega por error, en una lata, a la casa de la señora Berta Bartolotti una artista hippy más bien desordenada, estrafalaria y poco convencional. Este choque de caracteres, más que desacuerdos, trae mucho cariño y tolerancia y cuando reclamen la mercancía, por haberla enviado a un lugar equivocado, su madre adoptiva se las ingeniará para no perder a su perfecto hijito.
Con este título se completa la serie sobre las estaciones (El libro del invierno, El libro de la primavera y El libro del verano). Mantiene las mismas características que los libros anteriores, pero con el otoño como tema central. Las ilustraciones, a doble página, están llenas de personajes, detalles, situaciones y escenarios relacionados con esta estación del año. El hecho de que no haya texto facilita que tanto prelectores como primeros lectores puedan disfrutar de las múltiples historias que, a través de los dibujos, va narrando el libro.
¡Lobo, lobo! ¿Estás ahí? Lobo se pone su nariz, sus ojos, sus dientes, su servilleta, y se come… su zanahoria. Un relato lleno de suspenso para que los pequeños conjuren sus miedos y coman vegetales. No posee
En los agradecimientos al final del libro, Michael Foreman dedica éste a su amigo, el doctor Martin Box, conocido pediatra en el Reino Unido “que tanto ha mejorado las vidas de tantos niños en todo el mundo”. La historia es un relato de esperanza que tiene como protagonistas a niños víctimas de las guerras de los adultos. En lo que parece ser un campamento enrejado, un niño encuentra una planta trepadora que salva y riega y cuida hasta que sus ramas tapan la alambrada que le separa de todo lo demás. Aunque los soldados vienen un día para destruir esas flores, las semillas ya han hecho su labor y, en la primavera siguiente los brotes aparecen al otro lado y los niños de allí llegan para regarlo y cuidarlo, creando un gran muro verde. Las ilustraciones de Michael Foreman se resuelven a través de un dibujo simple lleno de tonos marrones hasta que llega el verdor de la planta que alimenta sus esperanzas. Sí, un libro para la esperanza, pero también para hablar con los niños de las realidades de otros países.
En los años treinta en Estados Unidos la Gran Depresión ha sumido en la pobreza a muchas familias del campo. Los que tienen familiares en la ciudad mandan a sus hijos con ellos para que trabajen. Eso es lo que le ocurre a la protagonista de esta singular historia, Lydia, a quien le encantan las plantas y, sin embargo, tendrá que ir a vivir con su tío Jim, que trabaja en una panadería. Aunque no sabe nada sobre hacer pan, Lydia ayudará a su tío y recibirá de su abuela semillas con las que irá adornando la casa de la panadería y cultivando un enorme jardín en la azotea. Es su sorpresa para el tío Jim, para que sonría. Finalmente lo consigue, con una fiesta donde hay un pastel lleno de flores. Un relato enternecedor contado por la protagonista en forma de cartas breves a todos los familiares. Poco a poco el lector conocerá la voluntad de esta muchacha ante la adversidad y su entusiasmo capaz de superar las dificultades del momento. Cuando sea el momento de partir, ocupará un gran lugar en el corazón de su tío. Las ilustraciones de David Small trabajadas con acuarela, pastel y tinta recuerdan las ilustraciones de los años treinta.
En Lummerland la vida era tranquila, hasta que un día, ¡qué raro!, llega un paquete misterioso. ¿Sabéis qué contiene ese paquete? ¡Algo (o alguien) sorprendente, muy sorprendente! Sí, y con esto, empieza nuestra historia… Imaginad, por ejemplo, la historia de una locomotora, llamada Emma, que puede navegar igual que un barco, o el misterio del gigante que vive en un desierto llamado «El fin del mundo»…