Sara pasa las vacaciones en la casa de su familia en Viveiro, Galicia. Allí ocupa una habitación donde siente una presencia sobrenatural. En esa misma habitación descubre los libros que pertenecieron a su tío Moncho, y unas cartas que son pruebas de una historia de amor que pasó hace mucho tiempo, al igual que los acontecimientos que vivieron sus protagonistas. Sara va a leer en esas cartas las experiencias y el sufrimiento de sus protagonistas durante la Guerra Civil.
Jacobo vive en una ciudad con puerto de mar, sin madre y con un padre marinero y alcohólico. Jacobo busca su lugar en el mundo y, cuando Christine aparece en el instituto, el horizonte parece transformarse. La carga emocional y lírica de este libro distancian a esta novela de otras narraciones superficiales de amores adolescentes.
En los tiempos en que los barcos aún echaban humo, los más pobres se iluminaban con candil, sólo volaban los pájaros y estaba mal visto ser hijo natural, los habitantes de La Puebla del Viento andaban trastocados por culpa del amor, suspirando día y noche por el Paseo de Ronda. Sólo San Benitiño, una imagen de la iglesia, podría hacer algo para resolver la situación.
El despertar al amor de una adolescente está cargado de sorpresas: de una forma natural, Sandra descubre que los abrazos y las miradas de su amiga Meike le producen emociones que nunca antes había sentido. Mientras sus compañeras de clase juegan a conquistar a los chicos más guapos, ella está segura de que ahora, y de una forma espontánea, ha empezado a descubrir el verdadero amor.
La vida no es justa a veces. Eso es lo que piensa Ámbar cuando su inseparable amigo le dice que se va a vivir a otra ciudad. Su familia, sus compañeros de escuela y, sobre todo, su sentido del humor, le ayudarán a superar una separación dolorosa. Pero éste es sólo el primer capítulo de una serie de divertidas historias protagonizadas por la genial Ámbar Dorado.
Para don Diego Velázquez retratar a la infanta Margarita, hija predilecta del rey Felipe IV, rodeada de sus damas y bufones, se le antoja, hoy más que nunca, tarea ardua. Todos los personajes del cuadro están ya prácticamente acabados de pintar, pero la princesa hace tiempo que no viene al estudio. Parece que se aburre posando. Murmuran que anoche se atrevió a confesárselo a su padre, después de la cena. ¡Y su Católica Majestad ha dicho que le cuenten cuentos! Protestan las meninas, los guardadamas, los enanos, hasta el propio pintor de cámara se queja. Sin embargo, cuando aparece radiante la infanta, la situación se complica. Los presentes rivalizan en referir historias de amor, único género de relato que la niña está dispuesta a escuchar. Así, desfilarán ante el lector leyendas que pudieran ser reales y sucesos verdaderos que parecen inventados. Narraciones sorprendentes, que van desde turbias intrigas cortesanas hasta tiernas aventuras entre sarracenos, donde no falta un enano devoto, una princesa dispuesta a todo por amor, un príncipe jabalí, un pirata apasionado, un novio fantasmal, un perro encantado, amén de otros fabulosos prodigios…
A modo de testamento, un padre deja a su hijo una larga carta donde trata de plantearle las preguntas por el sentido de la vida. El papel que juega el amor será el núcleo de estas cuestiones que ejemplifica con una honda historia de amor. Aunque el libro es algo frío en su desarrollo, aporta una reflexión filosófica muy interesante.