“El látigo vivo” de Milo Urban
El látigo vivo, escrito en 1927 y traducido ahora por primera vez al castellano, es una de las novelas cumbre de la literatura eslovaca y, por las similitudes en las características formales, así como por la inspiración del autor en los grandes novelistas rusos, es también un clásico dentro de toda la literatura eslava. Teniendo en cuenta su logrado estilo y la profundidad del mensaje que transmite, es muy significativo el hecho de que Milo Urban la escribiera con tan sólo veintitrés años.
La novela trata sobre la Primera Guerra Mundial y sobre las consecuencias que ésta tuvo en las vidas de la gente corriente. En concreto nos traslada a Ráztoky, una aldea pequeña al norte de Eslovaquia. Es una novela que gira íntegramente en torno al tema de la guerra, pero sin una sola escena bélica.
Los protagonistas de El látigo vivo están lejos del frente, lejos de las explosiones de las granadas y de los miles de cuerpos muertos y, aun así, a través de las palabras de Urban podemos ver, oler y sentir todos los horrores de la guerra. Qué ridículo nos parece cuando leemos cómo toda protesta que pudiera surgir por parte de los campesinos hacia las injusticias que sufren es acallada por las frases vacías que se tornan casi en fórmulas mágicas: “hay que luchar, lo hacéis por la patria” o “la patria reclama a vuestros hombres”… Y la verdad es que la gente al principio ni siquiera protesta, la guerra para ellos es un concepto demasiado lejano y etéreo. Tienen de ella una imagen borrosa, incluso idealizada e infantilizada (los malos pierden y mueren, los buenos ganan y si cae alguno de los buenos va directo al cielo). Ellos tienen sus preocupaciones inmediatas de siempre, tales como el tiempo, la siega, el cultivo, etcétera. Algo tan abstracto como la guerra en realidad no les interesa; claro, hasta el momento en el que ésta empieza a afectarles directamente: “Y no lo entendieron los habitantes de Ráztoky tampoco más tarde, cuando la guerra ya estaba en plena marcha. Ráztoky estaba -como solía decirse- en el quinto pino, en la parte más norteña de Eslovaquia; las noticias que aquí llegaban lo hacían como tamizadas, sin fuerza, sin filo” (p. 23).
Es un libro que de entrada puede que carezca de atractivo para el lector actual. A lo mejor nos preguntaremos: ¿qué interés puede tener leer una obra del primer tercio del siglo XX, ambientada en la Primera Guerra Mundial en un lugar desconocido llamado Ráztoky?
Sin embargo, al leerlo se hace evidente que el mensaje de Urban sigue vigente y tiene más que decirnos hoy en día de lo que pueda parecer a simple vista. ¿Acaso nosotros no cerramos los ojos ante las tantísimas injusticias que pasan a diario en el mundo, con la excusa de que no tienen nada que ver con nosotros? Y lo mismo pasa con la hipocresía y manipulación por parte de las clases dirigentes, muy en boga en la política contemporánea.
Mientras que los políticos y los periódicos hablan de la inminente victoria alabando el vigor de sus soldados, más y más hombres sanos son llamados a filas. Paulatinamente la indignación crece y la guerra se va volviendo tangible, conduciendo al inevitable despertar de los campesinos. A pesar de ser gente muy sencilla que ha sido educada para vivir bajo opresión y no reclamar nunca sus derechos, poco a poco empiezan a reflexionar sobre lo que ocurre. Intuyen que algo debe pasar, que algo pasará. Finalmente entienden que tendrán que ser ellos los que se opongan y se rebelen. El anhelo de vengar las injusticias que llevan sufriendo más de tres años les empieza a unir.
Aparte de la fuerza de la propia historia, con el absurdo de la guerra como tema central, la novela destaca por el cuidadísimo estilo en el que está escrita. El autor construye una prosa muy poética, llena de figuras retóricas y un lenguaje expresivo y visual, con el que consigue imprimir una potencia emocional asombrosa. Otra nota distintiva en su estilo es la disposición de los acontecimientos que suceden siempre acorde a los ciclos de la naturaleza. Una armonía vital evocada de una forma muy bonita y contemplativa. Aquí hay que celebrar y agradezco enormemente la excelente labor de Alejandro Hermida de Blas, cuya traducción conserva de manera fiel y precisa el estilo lírico de Urban, con todos sus giros coloquiales y figuras retóricas.
Uno de los puntos donde más se percibe la herencia de los novelistas rusos es en la caracterización psicológica de los personajes. Al crear sus personajes, Urban recurre a caracteres aparentemente estereotípicos, lo cual desde luego no significa que estos carezcan de profundidad y desarrollo, en su mayoría. En general, hace un análisis muy agudo de la mentalidad del campesinado.
Milo Urban citaba entre sus principales inspiradores a dos de los autores rusos: Dostoievski y Leonid Andréiev. Ahora bien, si el autor de Crimen y castigo influyó en la profundidad de la caracterización de sus personajes, Andréiev -el principal representante del expresionismo literario en Rusia- seguramente contribuyó a que Urban lograse transmitir de una forma tan vívida y dinámica la agitación del momento.
A pesar de la distancia -tanto temporal como geográfica- es una novela que nos hace reflexionar sobre la inmoralidad de la guerra, cualquier guerra, y sobre la complejidad de los comportamientos humanos. Sin duda encontraremos numerosas analogías con el momento presente.
No hay deseo más humano que el de querer vivir, vivir sin que te arrebaten lo que es tuyo. Por eso me gustaría terminar con un extracto del libro, que representa ese grito imaginado de las personas que llevan demasiado tiempo sufriendo: “Matar la superfluidad, la locura y volver a la realidad, a la vida, único sentido de todo! Y el campesinado, el pueblo trabajador, la tierra empezaron a moverse para estrangular la superfluidad, la locura” (p. 422).
Silvia Keryova, Momo Llibres (Sant Pol de Mar, Barcelona)