“La noche de los maniquís” de Stephen Graham Jones

La noche de los maniquís

La noche de los maniquís

Jones, Stephen Graham

ISBN

978-84-122813-8-5

Editorial

LA BIBLIOTECA DE CARFAX

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Apenas ciento cincuenta páginas de extensión. La noche de los maniquís de Stephen Graham Jones es, por consiguiente y por definición, una novela corta, y la obra fundacional del sello Démeter, el cual publicará relatos de terror que acojan este formato, de esa excelente editorial que es La Biblioteca de Carfax y que tantas alegrías me ha dado.

Ciento cincuenta páginas, decía. Una búsqueda rápida en Google me arroja un resultado, según la media española de palabras por minuto, de un par de horas de lectura. En ese lapso, te sobra tiempo para prepararte una créme brulée y disfrutarla. Es lo mismo que tardas aproximadamente en visionar uno de los innumerables slasher que se estrenan en los cines a lo largo del año. La noche de los maniquís es mejor que todos ellos, una celebración de ese cine de serie B, profundamente desprejuicioso, hondamente salvaje y sangriento, sucio e histérico, de esos domingos de vídeo-club y VHS, de esas pandillas de estudiantes que ya cuentan con una etiqueta con su nombre en el dedo gordo del pie aunque aún no lo sepan. En sus páginas se atisban ecos de Noche de Miedo, Siete mujeres atrapadas e incluso del cine de kaijus japonés.

Como slasher, La noche de los maniquís funciona entre la devoción y la relectura, se alza como un escrito apócrifo, híbrido, pero igualmente gozoso, en tanto en cuanto Graham Jones usa los tropos del género para subvertirlos, para hablarnos de esa etapa de tránsito que media entre la niñez y la edad adulta y para llevarnos, finalmente, al lugar más turbulento y terrorífico que existe: la mente de un adolescente. Y lo hace con su maestría habitual, tirando de ironía y de un negrísimo sentido del humor, poniendo voz a una mente aún en formación y que se pregunta, al igual que tú como lector, por su propia cordura.

Es ésta una voz llena de matices, perfectamente construida, que capta con asombrosa nitidez la confusión, la torpeza y la efervescencia propias de esos años. Jones abre en canal a sus personajes, tanto en sentido literal como figurado, tanto para convertirlos en víctimas del horror, expuesto en toda su crudeza, como para exponerlos como un muestrario de las pulsiones de aquellos que entran de lleno en la adultez y asumen la certeza de su propia mortalidad, todo ello embebido en un truculento juego de espejos donde el protagonista pierde poco a poco cualquier asidero con la realidad.

Hay un giallo mal escondido aquí, uno que asoma la pata por debajo la puerta, uno del que se sentirían orgullosos Bava o Argento. Es un giallo en forma y fondo, tanto en sus invariablemente sangrientos asesinatos, como en la ambigüedad a la hora de tratar el juicio del protagonista y su percepción de la realidad, la cual se irá tornando en delirios y alucinaciones. Es este golem mental, esta progresiva fragmentación de la psique, el que hace avanzar un relato que es enigma desde su primera página, que se desbroza como una espiga y nos arroja a un abismo angustioso y magnético. El desenlace, como siempre, es brillante y turbio, un derroche de mala baba incontenible y una lucha a puño desnudo contra las convenciones del género.

Echando la vista atrás, atendiendo a lo leído del autor, corro el riesgo de querer colocarle una etiqueta. Pero las etiquetas, como poco más que eslóganes, pueden caer en el estereotipo, en la imprecisión y en el sesgo. Ninguna define justamente al que las recibe, son apelativos forzados y pueden convertirlo, a la postre, en una caricatura. Las etiquetas son radiación de fondo, un meme. Pero en esta ocasión voy a asumir el riesgo, pues creo

que es justo reconocer que Stephen Graham Jones es un “renovador” –y esto vale tanto para el propio autor como para la editorial que lo ha traído a estos lares– de un género tradicionalmente denostado y que ha necesitado, al  menos en cine, de una etiqueta, la de “terror elevado”, para ser tenido en cuenta.

La noche de los maniquís ha sido traducido al castellano por Manuel de los Reyes.

Sergio García, Librería Dorian (Huelva)