“Me quedo aquí”, de Marco Balzano

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Me quedo aquí

Me quedo aquí

Balzano, Marco

ISBN

978-84-17128-91-3

Editorial

Duomo ediciones

Donde comprarlo

Existen novelas inolvidables que han hecho historia y de las que hablamos continuamente, obras que se graban en nuestra memoria y nos acompañan en cada una de nuestras vivencias, como si hubiesen sido ideadas por una mente calculadora y perversa que conoce nuestras obsesiones y miedos y nos retiene con aquellas palabras. Pero por otro lado hay obras, aparentemente menores, que son libres, obras que surgen de la nada y que no tienen que dar explicaciones a nadie del por qué y el cómo han sido creadas. Me quedo aquí pertenece a este grupo.

Me quedo aquí es un abrazo, un destello de calor, un refugio al calor de la hoguera donde resguardarnos.

“… Nos la ofreció sin plato ni servilleta, como se hace sólo con la familia”.

“No sabes nada de mí y, sin embargo, sabes mucho porque eres mi hija”.

Ya desde la primera frase me adentro en la vida de una mujer en tierra de nadie, una exiliada sin viaje, sin jornadas de extenuante caminar hacia la tierra prometida. Leo una carta de amor hacia la hija perdida, una carta sin esperanzas, sin sueños, una carta que se convierte en derrota. Bolzano es el mundo y el pantano que lo embalsamará para siempre somos nosotros con nuestra crueldad y egoísmo. El destino de Bolzano es la representación de nuestro cinismo ante la vida y la historia. Marco Balzano construye el relato desde el corazón y eso me sobrecoge.

“Nuestra rabia se parecía cada vez más a la melancolía: no explotaba nunca”.

La madre que recuerda somos todos nosotros en algún momento de nuestra existencia. Yo no he vivido una guerra, no me han expulsado de mi casa y sin embargo tengo memoria. Pero no hablo de mis recuerdos, hablo de la memoria colectiva, de aquella que viaja de generación en generación y que en la actualidad hemos encarcelado para no vernos reflejados y poder engañarnos a nosotros mismos. Me quedo aquí habla de eso. Y al avanzar en su lectura vas encontrando las mismas piedras que recuerdas en las historias que te contaban tus padres, tus abuelos.

Marica se convierte en un sueño, alguien que ¿existió? Trina recuerda, intenta fijar cada detalle de su pasado para poder explicarse a sí misma su propia vida. ¿Y Elrich? Un príncipe azul sin cuento, mascador de tabaco y manos cuarteadas. ¿Y la madre de la maestra? pues una madre. ¿Y el padre de la maestra? El Titán, aquel que con solo un movimiento de manos convence a su hija de que todo irá bien. Escribo esto y siento que algo en mí se rompe y eso es maravilloso.

Recuerdo a las amigas de Trina, sus paseos y conversaciones de un futuro que no va a cumplirse. Siento la ansiedad de Elrich y su miedo ante el verdadero futuro que les aguarda. No veo a Marica. Recuerdo a una mujer gorda, una valquiria que protege a los viajeros. Recuerdo una casa perdida en las montañas y a su espalda una frontera invisible que se va haciendo cada vez más lejana. No veo Bolzano. Recuerdo a una niña autista reconociéndose gracias a Trina y aquí una mezcla de esperanza y tristeza se mezclan en mi lectura. Y sucede el regreso y no nos hemos ido y seguimos en el mismo sitio y Marica no está. La historia ha sucedido y, como decía aquella frase de Lampedusa, todo tiene que cambiar para que nada cambie, ¿o no?

Elrich ha sido enterrado y Trina escribe y termina con una frase que me desconcierta y que me ata definitivamente al libro:

“Seguir adelante, como decía madre, es la única dirección permitida. De no ser así, Dios nos habría puesto los ojos a los lados. Como los peces”.

Trina comenzó el relato sin creer y termina de la misma forma. Recuerda la frase de su madre, pero ni la entiende ni quiere entenderla.

Pedro González, Librería Sa Cultural (Ibiza)

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