"República luminosa", de Andrés Barba

República luminosa

República luminosa

Barba, Andrés

ISBN

978-84-339-9846-0

Editorial

Editorial Anagrama

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Quien escribe esta reseña es alguien a quien nunca le gustaron los libros perturbadores, y sin embargo ha quedado fascinado ante República luminosa, probablemente el libro más desasosegante de Andrés Barba, que es una novela literalmente alucinante, maravillosa en los dos sentidos de la palabra, aunque esto último hay que decirlo con mucha cautela, pues aunque evidentemente se trata de una pesadilla basada en una fantasía, lo peor es que no queda claro que lo que se cuenta aquí sea completamente inverosímil.
Cuando en ‘Los Libreros Recomiendan’ nos hicimos eco de la concesión a Barba del último Premio Herralde, ya avisamos, teniendo en cuenta el acta del jurado, de que el madrileño volvía a sus andadas de la indagación psicológica, del terror cotidiano, de la búsqueda de monstruos no en la imaginación mágica sino en lo doméstico, en lo interior, en lo cercano. Y lo que ha hecho es, efectivamente, regresar al tema de la infancia, uno de sus asuntos recurrentes, pero con más talento, más hondura y más valentía que nunca.
Estupendamente escrita en todo momento, República luminosa se presenta como crónica de un suceso ocurrido veinte años atrás en la ciudad tropical de San Cristóbal, y está contada por una de las personas que más implicadas estuvieron en el desarrollo y la resolución de la insólita crisis. Treinta y dos niños de aquella población (algunos huidos de sus casas, otros de origen desconocido –nacidos de la misma selva, según llegó a decir algún sensacionalista–) comenzaron a reunirse, organizarse (pero sin liderazgos visibles) y cometer en grupo primero pequeños robos, después actos de vandalismo gratuito –pero inexplicables por extremos–, y después verdaderos crímenes, hasta llegar al asesinato. La alarma social creciente, la indignación popular o el afán de perseguirlos y castigarlos comienza a adquirir diferentes formas y diversos grados, al tiempo que entre los niños acomodados del lugar comienzan a percibirse comportamientos anormales y preocupantes… Y no diremos más, sólo que el modo en el que Andrés Barba consigue contar las cosas, gestionando los ritmos, las sorpresas y, en fin, el horror, es, aparte de estremecedor, admirable. Es una novela realmente hipnótica y adictiva que se muestra además magistral en determinadas reflexiones paralelas, y apasionante en determinada perspectiva de la niñez: “me parecía que en aquellos niños había una alegría y una libertad a la que en cierto modo nunca habrían podido llegar los niños ‘normales’, que la infancia quedaba mucho mejor expresada en sus juegos que en los juegos reglados y llenos de prohibiciones de nuestros hijos”. Se habla de los niños como de otra civilización, algo que se hace explícito en el párrafo (verdaderamente conmovedor) en el que se da cuenta del improvisado ritual de enterramiento que han desarrollado, y la conexión casi telepática que en algún momento parece establecerse entre todos los niños del lugar tiene algo entre ingenuo y sádico, como si los “niños perdidos” de Nunca Jamás se hubiesen mudado a la primera novela de William Golding.
Andrés Barba ha culminado, en fin, su mejor novela hasta hoy, basada en una buena pero arriesgada idea que ha sabido ejecutar de una forma sabia, terrible y, por ello, inolvidable.

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