La literatura de hoy en Navarra

Entre los próximos 6 y 18 de octubre se van a celebrar los abrumadores, por ambiciosos, Encuentros de Pamplona 72-22, en los que, para conmemorar el medio siglo que ha pasado desde la celebración de aquel hito cultural que fue el encuentro de 1972, se han programado unas nuevas jornadas multiculturales, comisariadas principalmente por el […]

Por en Ciudades Literarias

Entre los próximos 6 y 18 de octubre se van a celebrar los abrumadores, por ambiciosos, Encuentros de Pamplona 72-22, en los que, para conmemorar el medio siglo que ha pasado desde la celebración de aquel hito cultural que fue el encuentro de 1972, se han programado unas nuevas jornadas multiculturales, comisariadas principalmente por el escritor Ramón Andrés. La cita reunirá en la capital de Navarra a un asombroso número de intelectuales de primer nivel, como Peter Sloterdijk, Svetlana Aleksiévich, David Rieff, Ana Blandiana o Pascal Bruckner, junto a escritores españoles como Belén Gopegui, José Ángel González Sáinz, Francisco Jarauta, Fernando Luis Chivite, y otros músicos, fotógrafas y cineastas.

También es inminente la nueva edición de la Feria de la Edición de Navarra (del 26 de octubre al 1 de noviembre), es prestigioso el festival Pamplona Negra y cada año tienen más relevancia y alcance los premios literarios de las Librerías de Navarra, pero es sobre todo ese acontecimiento intelectual de los Encuentros lo que nos da pie a viajar a Navarra y rastrear, necesariamente rápido, lo que esa tierra ha dado a la literatura contemporánea. Nuestro “chupinazo” pueden ser los célebres fragmentos que Ernest Hemingway dedicó en Fiesta (1926) a los encierros de los sanfermines, aunque vamos a establecer como primera parada necesaria las Glosas a la ciudad que el periodista Ángel María Pascual publicó entre octubre de 1945 y abril de 1947 en el diario Arriba España, que dirigía el temible sacerdote, también pamplonés, Fermín Yzurdiaga, célebre por su exacerbado fanatismo. Que nadie piense que exageramos, o que escribimos desde ninguna ideología: si calificamos de abiertamente fascista a Yzurdiaga no es para insultarle sino para describirle, y basta una ojeada superficial a sus artículos para entender por qué se le amonestó, tan pronto como en los años 40, incluso desde la jerarquía de la Iglesia española, por ejemplo por su demencial apoyo a Hitler (demencial no sólo por definición sino, en su caso, por sus argumentaciones, particularmente aberrantes). Pues bien, el llamado “cura azul” fue el que reclutó a Ángel María Pascual para su periódico, y de paso también para Falange: el discípulo se mostró en todo momento no sólo mucho más moderado (no era difícil) sino que se destapó como un cronista superdotado para dibujar día a día, en breves estampas, la vida cotidiana de Pamplona. Las Glosas a la ciudad no se publicaron en libro hasta 1963, quince años después de que su autor muriera con sólo 35 años, y después ha conocido una sola reedición (en 2000, a cargo del Gobierno de Navarra y con prólogo de Miguel Sánchez-Ostiz), insuficiente como para que esas estampas costumbristas hayan circulado tanto como merecerían. Por otro lado, en 2020 se recuperó su único libros de poemas, Capital de tercer orden, escrito en 1947. Todo lo que en las Glosas era amabilidad literaria, sensibilidad y afecto hacia su ciudad, en los poemas, desde su mismo título, era más bien hostil, sórdido y suburbial, muy desencantado y crítico con los bostezos y las miserias de la vida provinciana: “En la noble fachada de lamidos blasones / hay un balcón abierto. / Dentro un pianoforte vierte los dulces sones / del tiempo muerto”…

En lo ideológico, el verdadero pupilo de Yzurdiaga fue el pamplonés de 1917 Rafael García Serrano, al que se ha llegado a llamar “el Céline español”, ya que a su fascismo militante se le une, vaya por Dios, una calidad literaria sobresaliente, que desde luego se ha visto perjudicada ante la posteridad por el tono y la naturaleza de esas soflamas cuartelarias que tan magistralmente escribía. Bruto como él solo, aunque también tierno a su manera y, ante todo, dueño de un talento barroco y rabioso, García Serrano es muy poco leído hoy, y menos reeditado: Almuzara se atrevió a poner de nuevo en circulación Eugenio o la proclamación de la primavera (en la literatura de extrema derecha siempre es primavera, ya se sabe que “abril es el mes más cruel”…), pero no ha ocurrido así con La fiel infantería (que ganó el Premio Nacional en 1943 y que fue parcialmente censurada por extremista…), el muy célebre en su tiempo Diccionario para un macuto, el relato sobre la conquista de México Cuando los dioses nacían en Extremadura, las memorias epilogales La gran esperanza o, lo que más nos importa ahora, la novela Plaza del Castillo, donde se habla de la Guerra Civil en su ciudad (García Serrano, con diecinueve años, se alistó nada más producirse la agresión militar en Marruecos), pero remontándose también hasta las guerras carlistas. (Y, por cierto, en la plaza del Castillo es donde el poeta murciano Eloy Sánchez-Rosillo escribió su poema “Café Iruña”, de La rama verde: “Llegué a Pamplona anoche. / Estuve esta mañana paseando unas horas / por la ciudad. Y acabo de sentarme / en la terraza del Café Iruña, / ante una oportunísima cerveza […] Desde el viejo café tengo a la vista / la Plaza del Castillo, / en la que tantas cosas ocurrieron. / Nada sucede hoy de relevancia”…).

En fin. Dando un salto generacional, hay que hablar del narrador Pablo Antoñana Chasco (Viana, 1927) y de Lucía Baquedano (Pamplona, 1938), cuyos Cinco panes de cebada leímos varias generaciones de estudiantes españoles en el colegio. Después ha escrito muchas otras novelas con el mismo tono, y dirigidas en general a un público juvenil. De 1940 es Germán Sánchez Espeso, Premio Nadal de 1978 por Narciso, y que tiene muy reciente la novela Niñez, dulce veneno. De 1942 es Ramón Irigoyen, traductor de griegos remotos y modernos y autor de novelas, poemas y ensayos (aún puede encontrarse su Poesía reunida). De 1950 es Miguel Sánchez-Ostiz, a quien acabamos de mencionar como prologuista de Ángel María Pascual, y tan fecundo que en este 2022 ya ha publicado muestras de todos los géneros que trabaja: es de inminente aparición la novela El tranvía fantasma, y ya andan por el mundo el libro de poemas Espuelas para qué os quiero, los diarios de Ahora o nunca y la recopilación de artículos Emboscaduras y resistencias. De 1952 es Ramón Eder (Lumbier, 1952), uno de los mejores aforistas españoles. Y de 1955 es Ramón Andrés, último Premio Nacional de Ensayo por su Filosofía y consuelo de la música, y que tiene recientes los aforismos de Caminos de intemperie o los poemas de Los árboles que nos quedan. Y el editor (en Hiperión) de este último libro es el también traductor y poeta Jesús Munárriz, nacido en San Sebastián en 1940 pero cuya infancia transcurrió en Pamplona, hasta 1957.

Otra donostiarra que lleva media vida en Navarra es Dolores Redondo, afincada desde 2006 en Cintruénigo, donde escribió su superventas Trilogía del Baztán, que ha colocado esa comarca navarra en el mapa literario. En ese territorio de la popularidad, y ciñéndonos a la Comunidad Foral, Redondo recoge en cierto modo el testigo del muy polémico y muy prolífico J. J. Benítez (Pamplona, 1946). Completarían la flamante alineación de autoras y autores del género negro nombres como los de Jokin Azketa (Pamplona, 1957: este año ha publicado La vida en la punta de los dedos), Susana Rodríguez Lezaun (Pamplona, 1967: este año ha publicado Bajo la piel), Carlos Bassas (Barcelona, 1971: dirige Pamplona Negra) o Carlos Ollo Razquin (Pamplona, 1972). De este último también son de destacar las traducciones que hace desde el francés para la editorial Acantilado. En cuanto a la ciencia-ficción, es una referencia nacional Ismael Martínez Biurrun (Pamplona, 1972), que en 2022 ha puesto de largo la novela Sólo los vivos perdonan.

Como ensayistas, destacamos sobre todos dos nombres: el de Eduardo  Gil Bera (Tudela, 1957), autor de Baroja o el miedo, una biografía muy controvertida, por bastante agresiva, y que reclama una reedición (recordemos de paso que Pío Baroja, que pasó años de su infancia en Pamplona y que compró después la famosa y preciosa casa de ‘Itzea’, en Vera de Bidasoa, tenía una opinión cuando menos ambigua de Navarra), o de Ninguno es mi nombre, un ensayo en el que se defiende que el autor de la Odisea y la Ilíada fue… ¡Tales de Mileto! Quien, legítimamente, llegara a pensar que ese libro era un fake, una mistificación, una gran broma literaria, puede confirmar que no en el más reciente Certamen de Homero y Hesíodo, donde incide muy en serio en esa hipótesis. Por otro lado, está el exitoso Santiago Beruete (Pamplona, 1961), muy amante de los neologismos: Jardinosofía, Verdolatría, Aprendívoros… Más joven es Roberto Valencia (Pamplona, 1972), que, tras su novela Al final uno también muere, acaba de visitar Palacios, hangares y cuevas. Doce museos en Europa. También hay lectores a los que les gustan los diarios de Eduardo Laporte (Pamplona, 1979), autor asimismo de un homenaje a Franco Battiato: En presencia de Battiato. Y de 1992 es Daniel Ramírez García-Mina, cuya penúltima monografía estuvo dedicada al Club Atlético Osasuna, y que después ha dado en Salvoconducto-19 su visión de los primerísimos momentos de la pandemia.

Una nueva generación de narradores navarros es la capitaneada por los buenísimos F. L. Chivite (1959) y Juan Gracia Armendáriz (1965). El primero publicó el año pasado la novela Cada cuervo en su noche y el segundo defiende este 2022 los cuentos de El año en que murió John Wayne. Pero Chivite vio también toda su poesía reunida en Una cuestión de equilibrio, y eso nos da pie a hablar de los poetas. En París vive Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954), que hace un año ofreció una amplia antología de sus versos en Palabra de árbol. Javier Velaza (Castejón, 1963), residente en Barcelona, ha ganado este 2022 el Premio Ciudad de Melilla con El campamento de los aqueos, un poemario en el que conviven poemas sobre la pandemia con el aliento de la poesía clásica: “En caso de que puedas elegir, / nunca escojas lo nuevo”… Maite Pérez Larumbe (Pamplona, 1962) y Alfredo Rodríguez (1969) continúan una nómina a la que se unió hace dos años Sebastián Taberna (Pamplona, 1971) con su magnífica ópera prima, Causa errante. Beatriz Chivite (Pamplona, 1991), sorprendió con En las ciudades, tras varios premios y libros en euskera, mientras que Regina Salcedo (Pamplona, 1972) compagina la poesía con la literatura para niños y adolescentes, y Uxue Juárez (Pamplona, 1981) sigue haciendo sus personalísimos libros (el último es casi ciervos). Rosa Martínez (Pamplona, 1975), que es profesora de Filosofía en Zaragoza y autora de la novela La nota muerta, publica estos días su primer poemario, El miedo del doble a la soledad. Otra navarra en Zaragoza es la tudelana de 2000 Celia Carrasco Gil, que debutó en 2020 con Entre temporal y frente, mientras que Hasier Larretxea (Arráyoz, 1982), que vive en Madrid y es muy conocido por sus emocionantes recitales (en los que implica a sus padres y a su marido), publicó en enero de este 2022 su excelente Otro cielo, un año después del último libro de Irati Iturritza Errea (Pamplona, 1997), Tampoco era esto lo que quería decir.

También comenzó en la poesía Margarita Leoz (Pamplona, 1980), que después ha dado un salto a la narrativa (y un salto muy vistoso) con los cuentos de Flores fuera de estación, y que este año ha visto editada su primera novela, Punta Albatros , novela dedicada a Ricardo Pita, gran lector que durante años fue responsable de las publicaciones de la Universidad Pública de Navarra y que también trabajó en la editorial del Gobierno de Navarra, aparte de difundir la literatura en la ciudad desde el Ateneo de Pamplona y desde otras iniciativas institucionales. Y 2022 también ha visto el debut de la narradora Laura Chivite (Pamplona, 1995), que se estrena con Gente que ríe.

En cuanto a la literatura navarra en lengua vasca, el Gobierno de Navarra publicó en 2018 la antología Erdi Arotik errenazimentura eta erromantizismoa, una recopilación que iba desde los orígenes hasta el año 1900, completada inmediatamente con el volumen que iba de 1901 a 1975. Se anuncian otros dos tomos que comprendan los periodos 1975-2000 y 2001-2020, pero mientras llegan es necesario destacar los nombres de Koldo Ameztoi (Arrueta, 1952), Xipri Alberbide Mendiburu (Heleta, 1934), Itxaro Borda (Bayona, 1959), Juan Cruz Arrosagaray (Luzaide, 1905), Aingeru Epaltza (Pamplona, 1960), Jose Angel Irigaray (Pamplona, 1942), los ya mencionados Eduardo Gil Bera, Hasier Larretxea y Beatriz Chivite, Manuel Lasarte (Leitza, 1927), Juan Karlos Lopez Mugartza (Zaragoza, 1961, pero en Pamplona desde los tres años), Laura Mintegi (Estella, 1955), Jokin Muñoz (Castejón, 1963), Juanjo Olasagarre (Arbizu, 1963), Patziku Perurena (Goizueta, 1959), Isidro Rikarte (Lerín, 1955), Felipe Rius Saleta (Pamplona, 1961), Patxi Zabaleta (Leiza, 1947), Iñaki Zabaleta Urkiola (Leiza, 1952) o Agustin Zarranz (Iraizozt, 1897).

Para acabar regresando al principio, y en vísperas de los nuevos Encuentros de Pamplona, hay que recordar que en los de 1972 ejerció de coordinador de prensa Juan Manuel Bonet, que obtuvo así, a sus diecinueve años, el primer trabajo de su vida. Una década después, en 1983, el hoy conocidísimo historiador del arte dedicó en La patria oscura un memorable poema a “Pamplona”, que queremos terminar citando entero porque allí el parisino acertó a recoger todos los tópicos sobre la ciudad, para elevarlos y, así, contribuir no a su continuidad sino a su impugnación: “Me basta esta ciudad para decir / el viento por los árboles, las horas / de ilusorios relojes, la niebla / que cubre sus alturas. Me basta / la tristeza de esos arcos, la luz / de una farola ciega, las murallas / protegiendo la antigua fortaleza. / Qué sueño este paisaje: nostalgia / pirenaica y rumor de guerreros / carlistas ya sin vida, cabalgando / hacia la patria oscura de sus amos: / conspiradores, curas, generales”.

[Juan Marqués, para ‘Las Librerías Recomiendan’]