Siete viajeros
Muchas veces hemos escuchado eso de que leer es viajar, o de que, cuando antiguamente sólo unos pocos intrépidos podían viajar realmente, leer era una forma de trasladarse a otros lugares, soñar con ellos, imaginarlos… La lectura, pues, entendida un poco como triste sucedáneo. Pero a algunos de nosotros nos ocurre algo muy distinto y, ahora que se han acabado los viajes de verdad y que sólo queda la posibilidad de dejarse trasladar por el mundo, seguimos desplazándonos por ahí, ante todo, para poder leer mejor, para tratar de entender más profundamente cosas que hemos leído. Cuando uno pasa un par de noches en la Vega de Granada comprende mejor los poemas (y el teatro) de Federico García Lorca, hasta que no se pasea unas horas por las cuadriculadas calles de Oak Park no se siente que se va a poder descifrar mejor los cuentos de Hemingway, etcétera. Que cada uno ponga sus ejemplos, pues todos lo habremos sentido en algún momento, en algún lugar, de modo que insistimos: no leemos para viajar de otro modo, como consolación, sino que viajamos en busca de claves de lectura, de pistas, de señales, de confirmaciones…
ESTAMBUL, de Orhan Pamuk (Literatura Random House)
Pero, eso sí, también se pueden hacer viajes y expediciones y exploraciones apasionantes en tu propia ciudad natal, en el lugar donde has vivido siempre…, lanzar declaraciones de amor a tus calles que a la vez rebosen erudición por su historia, apego por sus habitantes, implicación en sus sucesos y sus leyendas y, una vez más, sus relatos. Orhan Pamuk arrebató a los lectores de todo el mundo en 2005 con su retrato sentimental de Estambul, y muy probablemente ese libro fue determinante para que se le concediese el Premio Nobel al año siguiente. Ahora ha aparecido una edición de Estambul. Ciudad y recuerdos que se presente como “definitiva” y que es realmente suntuosa, irresistible, al incluir el texto original de Pamuk, acompañado de nuevos paratextos y, sobre todo, ilustrado con una magnífica y voluminosa colección de fotos y postales de la vieja Constantinopla. Pocas veces una ciudad se ha visto traducida a libro de un modo tan espectacular y satisfactorio.
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TODAS LAS HISTORIAS, de Enric González (RBA)
Es un lugar común que buena parte de la mejor literatura contemporánea se ha podido leer en los periódicos, en las columnas de opinión, en las crónicas deportivas o taurinas, en las entrevistas, en la crítica literaria o musical o de teatro… ¿Y qué haríamos sin los corresponsales? Enric González ha practicado buena parte de los géneros periodísticos recién listados, pero fue al “tomar el pulso” de Nueva York, de Londres o de Roma donde González ofrece lo mejor de sí, páginas amargas o desternillantes, apasionadas o escépticas, luminosas o medio tétricas. Con necrológicas y con exaltación, entre la gloria y la elegía, y con felicísimas incursiones futbolísticas, esta recopilación (con recapitulación) de todas sus crónicas es una lección de periodismo, esto es, una lección de literatura, es decir, una lección de la más ruidosa y apacible vida.
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EN LA PATAGONIA, de Bruce Chatwin (Península)
En el que es el libro más clásico de un verdadero clásico de los viajes del siglo XX, Bruce Chatwin ofreció, aparte de una ópera prima asombrosa, todo un ejemplo de cómo contar una peripecia personal por el fin del mundo (o por lo que todavía resultaba el fin del mundo a las alturas de 1977 para alguien nacido en Sheffield en 1940). Es famoso que, en su caso, la “magdalena” que desencadenó todo fue el fragmento de una supuesta piel de brontosaurio llegada de la Patagonia que su abuela guardaba y exhibía en una vitrina. Había sido un primo de esa abuela el que, décadas atrás, recogió la reliquia que fascinó al niño e iluminó su infancia, y ese pequeño cuero, casi a modo de mapa, guió sus pasos hacia el otro costado del mundo, de donde Chatwin no se trajo restos orgánicos sino uno de los libros más apasionantes que hemos leído.
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VIAJAR, de Robert Louis Stevenson (Páginas de Espuma)
Lo ideal es que las páginas sobre determinados lugares, ya sean propios o ajenos, ya sean visitados durante unas pocas horas o estén habitados por el cronista durante años…, se complementen con algún tipo de teoría del viaje, o que por lo menos se adivine que subyace en ellas una filosofía, un punto de vista particular y original. En este libro se reúnen los ensayos que Robert Louis Stevenson aportó en esas dos líneas, tanto las descripciones de lugares (desde su Edimburgo natal a, por ejemplo, Nueva York, pero siempre en Europa y América, sin llegar a esas legendarias Islas del Sur sobre las que escribió narraciones y en las que acabó muriendo) como sus reflexiones al hilo de los desplazamientos, del vagabundaje, de la errancia (entre los que destaca, traducido ahora por Amelia Pérez de Villar, esa glosa a William Hazlitt, “Viajes a pie”, que también acaba de reproducirse en Caminar).
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VIAJES CON CHARLEY, de John Steinbeck (Nórdica Libros)
“Cuando yo era muy joven y sentía dentro ese ansia de estar en otro sitio…” Hay primeras frases que son reconocibles incluso la primera vez que las lees, y quienes hayan leído Las uvas de la ira, o Al este del edén, o ese cuento maravilloso que es Los crisantemos, o ese desgarrador making of de Las uvas… que se tituló Los vagabundos de la cosecha… sabemos que estamos en casa en cuanto leemos ese arranque, lo cual es paradójico, pues se trata de un libro en el que John Steinbeck, ya con cincuenta y ocho años, comprendió que había olvidado lo que eran los Estados Unidos reales y se fue a recorrerlos con su perro Charley y su vieja furgoneta Rocinante. Su concepto de viaje era el romántico: “no hacemos un viaje: nos hace él a nosotros”, pues “un viaje es como el matrimonio: la forma segura de equivocarse es pensar que lo controlas”, de modo que en estas páginas regresamos a la esencia del género: territorios inhóspitos mirados y contados con inteligencia y talento. Este libro nos lleva a nosotros a “la América profunda”, y a Steinbeck lo llevó a Estocolmo cuatro años después.
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CONFINES, de Javier Reverte (Plaza & Janés)
Quienes por una parte admiramos los libros de Javier Reverte, seguramente el mejor escritor español vivo de viajes, y por otra somos adictos a todo lo que llegue del Gran Norte, encontramos en este Confines. Navegando aguas árticas y antárticas una pequeña cajita de sueños y placeres, con la ventaja de que también se nos lleva en él a lo más meridional. A través, fundamentalmente, de conversaciones con lugareños (inolvidable aquella con la “malcasada” noruega o,algo más inquietante pero no mucho menos divertida, la que mantiene con el pinochetista), Reverte acierta a levantar un retrato contemporáneo de esos extremos, aunque en lo que respecta al Sur también ensaya una historia de las exploraciones, los intereses, las carreras, las gestas más o menos logradas.
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LA ISLA, de Giani Stuparich (Minúscula)
Si las crónicas de viajes son, al cabo, un subgénero de la narrativa, hay un subgénero de ese subgénero que consiste en la narración del regreso al hogar, a la patria, a la semilla. Esa línea ha proporcionado obras maestras de muchos tipos tanto en la narrativa (como la sublime Conversación en Sicilia de Elio Vittorini) como incluso en la poesía (el poema “Reference Back” de Philip Larkin…), y aquí traemos otra nouvelle muy celebrada, cuyo epiloguista, Claudio Magris, califica con razón de “relato admirable de vida y muerte”. Un moribundo pide a su hijo que le acompañe por última vez a la pequeña isla adriática en la que aquél nació, pues, como dirá después, ya llegados, “de viejos nos gusta asegurarnos de que el mundo no ha cambiado del todo”… Contado principalmente desde la perspectiva del hijo treintañero, éste es un relato precioso sobre la nostalgia preventiva, sobre cómo amar lo que se apaga.
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