Entrevistas

Cuestionario librero 91: Antonio Manilla

“Lo que pretendas ser, procura serlo pronto. / No confíes al tiempo el éxito en tu empresa, / la vida es zalamera e inconstante / como un ligue de sábado / y se va con cualquiera. Te traiciona. / Cuando menos lo esperas. Por mucho que la cuides. // Lo que tengas que hacer, procura […]

Lo que pretendas ser, procura serlo pronto. / No confíes al tiempo el éxito en tu empresa, / la vida es zalamera e inconstante / como un ligue de sábado / y se va con cualquiera. Te traiciona. / Cuando menos lo esperas. Por mucho que la cuides. // Lo que tengas que hacer, procura hacerlo ya. / Mientras el sufrimiento se mantiene alejado / del portal de tu cuerpo. / Ama, combate, bebe o triunfa ahora. / Sé parte de la noche / mientras arde tu estrella entre los astros”, escribió Antonio Manilla en Suavemente ribera, el penúltimo Premio Generación del 27 de poesía, y sólo ese poema merecería ya que el “cuestionario librero” diera el salto a una ciudad tan literaria como León, para visitar a ese poeta, ensayista, columnista y ahora también novelista, con Todos hablan (recomendada aquí), una primera novela en la que, sin nombrarla, Manilla convierte su ciudad en el escenario de asesinatos, digamos, municipales, con rencillas tan pequeñas como remotas que se resuelven con nocturnidad y saña. La falta de solemnidad y el afán de trascendencia no son para nada incompatibles, más bien al contrario, y eso es algo que en la poesía de Manilla, en su actitud, fue siempre decisivo. Tras callejear con él por León, le entregamos el cuestionario bajo la Puerta del Perdón de la basílica de San Isidoro, con pregunta final de otro leonés “todoterreno” en lo literario, Andrés Trapiello, que fue, además, el editor del primer libro de Manilla, Una clara conciencia.

[Fotografía: Antonio Manilla, en León, 31 de marzo de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Creo que mis primeras lecturas lo fueron del Don Miki, con los consabidos libros de aventuras de Enid Blyton, Salgari y Stevenson, y luego mucha literatura de quiosco, desde novelas del oeste y de terror que iba a cambiar para mis familiares hasta El Víbora y una revista de cavilaciones que se llamaba Cacumen y conservo entera, casi cincuenta números. Pero los primeros libros que leí y releí fueron los Cuentos de Edgar Allan Poe y el Así habló Zaratustra de Nietzsche.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

A Jim Hawkins o a John Silver, de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Fijaos en que son antagonistas. La escena del barril de manzanas tiene tanta tensión y está tan vívidamente descrita que es inolvidable. También os diré un personaje de un poema al que nunca me gustaría parecerme: el Garrik de «Reír llorando» de Juan de Dios Peza. En mi casa siempre se leyó mucha literatura mejicana porque mi madre fue una gran lectora de poesía y pedía a una parte de la familia que vive en México que le enviasen libros.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Me dejo guiar por las recomendaciones, pero con tiento. Me fío de algunas editoriales cuyo catálogo nunca decepciona, de la voz de algunos pocos y contados críticos (especialmente en poesía), del consejo de unos escasos amigos cuyo criterio me parece sólido —porque nuestros gustos suelen coincidir, claro—, entre los cuales están mis libreros de cabecera. Y del azar. Y del picoteo de unas cuantas páginas en una librería o una biblioteca. O en un libro. Ahora mismo estoy leyendo o tengo pendientes obras descubiertas en Madrid, de Andrés Trapiello, y en Herido leve, de Eloy Tizón. Los buenos libros siempre llevan a otros libros.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Pues Ulises aparte, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez nunca he podido terminarla, por más que lo intenté. Los Ensayos de Michel de Montaigne, que son una delicia, los tuve pendientes hasta hace muy poco.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Pues me gustaría una traducción de toda la obra poética de Attilio Bertolucci, el padre del cineasta, un poeta impresionista italiano excepcional y apenas difundido en nuestro país. Al menos, una antología más amplia que la que en su día publicó en «Signos» Carmelo Vera Saura y que ya solo es posible encontrar de segunda mano.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Pues creo que todos los que habéis citado los he tenido en algún momento u otro, pero me he ido quitando. Ya nada más hago unas pequeñas marcas a portaminas en los márgenes que podrían pasar casi por cagarrutas de mosca, pero yo me entiendo.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

No me he parado nunca a pensar en cómo sería mi librero ideal. No lo imagino como una figura monolítica, sino con un poco de todo lo que citáis, dependiendo del momento, e imagino que así lo son los buenos libreros, pues los clientes son cada uno de una forma. A mí me gusta charlar un poco, no demasiado, que me recomienden sin énfasis, que me permitan sugerirles a su vez algún título, que me consientan revolver estanterías y pasar el tiempo ojeando, que me guarden libros y consigan los que les encargo… Habría que preguntar a los libreros si tienen un tipo de cliente ideal, en realidad si aspiran a tener clientes o lectores. Creo que mi librero ideal sería el que suspirase hondo por los segundos.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Un librero como el descrito —no acrítico y, por lo tanto, lector— y un escaparate en el que haya libros que estén escritos para mí. No hay mejor cebo que ése. No es tanto que uno sea un animal de costumbres, que vuelve una y otra vez a las mismas librerías, sino que muchos escaparates espantan al lector que uno es. Comprendo que se exhiban los de la lista de más vendidos, pero no que dentro no exista una buena sección de poesía, un espacio para editoriales independientes y cierto selecto fondo. Evidentemente se edita demasiado, pero el librero es la primera línea de defensa de los lectores de literatura.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Pues entre clásicos cercanos, que merecen una revisita, La gaznápira de Andrés Berlanga, seguramente la mejor novela que conozco sobre la despoblación, La fuente de la edad de Luis Mateo Díez y Romanticismo, de Manuel Longares. De entre los poetas, la obra de Miguel d´Ors —recientemente reunida en Renacimiento— y Víctor Botas. Y dos libros recientes: Fábrica de prodigios, de Pablo Andrés Escapa, en Páginas de Espuma, y Verde, de Luis Foronda, en Juancaballos, ambas magníficas.

[Y la pregunta 10 la lanza el aludido escritor Andrés Trapiello:]

“Antonio, eres pescador de truchas y uno de los libros preferidos de Unamuno es, como sabes, el de Izaak Walton, El perfecto pescador de caña. ¿Qué relación hay entre el pescar con caña y el pensamiento y la poesía?

Coincido con Unamuno en el aprecio del libro de sir Izaak Walton. Si Nietzsche decía que sus mejores ideas se le ocurrían paseando, a mí me sucede que la génesis de muchos poemas se me desvela pescando. Una pregunta que me hago en ocasiones es ¿dónde estamos cuando pescamos? Más allá del río, desde luego, en instantes acaso intemporales, pendientes de una hebra que sujeta una mosca y al mismo tiempo ausentes de nosotros, como en un túnel de consciencia e inconsciencia, en el que se percibe tanto y nada al mismo tiempo. Los pescadores, como el escritor para fray Luis de León, son «mineros de las aguas vivas». Norman Maclean, en otro clásico, A River Runs Through It (El río de la vida), dice: «Los poetas hablan de pozos del tiempo, pero, en realidad, son los pescadores los que experimentan la eternidad comprimida en un instante».