Entrevistas

Cuestionario librero 132: Andrés Catalán

Dentro de muy pocos días se va un mes a Roma a traducir a Pasolini para Ultramarinos, la estupenda editorial de poesía que dirige junto a Unai Velasco, pero hemos podido llegar a entretenerle un momento. Andrés Catalán (Salamanca, 1983) ha traducido textos muy importantes de Emerson (Naturaleza) o de Isaac Bashevis Singer (El huésped), […]

Dentro de muy pocos días se va un mes a Roma a traducir a Pasolini para Ultramarinos, la estupenda editorial de poesía que dirige junto a Unai Velasco, pero hemos podido llegar a entretenerle un momento. Andrés Catalán (Salamanca, 1983) ha traducido textos muy importantes de Emerson (Naturaleza) o de Isaac Bashevis Singer (El huésped), y es ya el traductor habitual al español de Anne Carson (él se ocupó, por ejemplo, de la heroica Flota, junto a Jordi Doce, o del recién publicado Agua corriente) o Louise Glück, y ha preparado flamantes ediciones de las obras completas de Robert Frost y Robert Lowell, pero además acaban de aparecer sus Variaciones romanas, uno de los libros de poesía que más nos han gustado de lo que llevamos de 2021. Se trata de un libro culto, elegante y original donde dialoga con otros poetas, con otros observadores de Roma (en cuya Academia de España estuvo Catalán becado en 2015), con otros paseantes, barrocos o irónicos, solemnes o descarados: “A las piedras les dije que me hablaran, al / orgullo de palacios le supliqué una fecha. / Pero en las calles eran tantos los nombres / que nada se entendía, que sólo del pasado / reciente susurraba una voz joven / que un día emparedé para salvarme: de las / columnas, iglesias y arcos se ha ausentado / el interés: sólo un templo / de entre todos busco aún para que Roma / sea Roma, y el mundo sea mundo una vez más”. Citamos a Andrés Catalán en La Mistral, la nueva librería que se ha abierto en la Travesía del Arenal, junto a la Puerta del Sol, y allí le entregamos un cuestionario librero rematado por una preciosa pregunta de Ángela Segovia, la autora de Mi paese salvaje, otro de los mejores libros españoles de poesía de 2021.

[Fotografía: Andrés Catalán, en Madrid, 21 de agosto de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

Recuerdo leer de (demasiado) niño El señor de los anillos. También mucha ciencia ficción. Pero diría que lo primero que me enganchó (altas horas de la madrugada, linterna, mantas, el tópico completo) fue todo Sherlock Holmes. En poesía, creo que lo primero que copié en un cuaderno fue un poema de Lorca.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

A todos y a ninguno. Me identifico a la mínima. No lo sé. Sherlock, supongo.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

La siguiente lectura es siempre fruto de muchos factores: el azar de una alusión en otro libro, obligaciones de traducción (y sus bifurcaciones), búsquedas para Ultramarinos, o el hilo del que esté tirando por alguna obsesión de escritura en algún momento dado (ahora mismo, muchísimo teatro). Suelo ir a las librerías con bastantes libros en la cabeza y me llevo alguno de esos. No suelo hablar con los libreros: no al menos del libro que me voy a llevar. 

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Miles. Tolstói. Muchos de Faulkner. Dickens. Me falta mucha novela por leer. Y de ensayo, ya ni digamos.

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Como traductor diré que muchos, gracias a dios, o me quedaría sin trabajo. Pero me los reservo. Algunos están en la programación de los próximos años de Ultramarinos.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Vicios casi todos. Subrayo con bolígrafo, con rotuladores, escribo en los márgenes, doblo páginas. Tiro a la basura algunos. Muchos los dejo a medias. Otros los pierdo o los compro dos veces por error. Reordeno cíclicamente los estantes con diversas clasificaciones. Y definitivamente compro muchos más libros de los que leo. El día que me tenga que mudar me va a dar un infarto.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Soy muy tímido: como lector no suelo hablar mucho con los libreros. Un librero que lea mucho y que ame los libros. Con eso me basta. Muchos son así, afortunadamente. 

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Cosas diferentes o mucho fondo. y una sección de poesía. Y una de teatro. Por favor, más teatro en las librerías.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios) y un libro reciente.

Empiezo por el final. Me han gustado mucho los últimos libros de Jorge Gimeno (Barca llamada Every, Pre-Textos), de Ángela Segovia (Mi paese salvaje, La uña rota) y de Pablo López Carballo (Perder naturaleza, Trea). Y no puedo dejar de recomendar el último libro de Ruth Llana que editamos en Ultramarinos, La primavera del saguaro. De clásicos: regalo muchísimo Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta. También Alfanhuí, de Ferlosio.

[Y la pregunta 10 la lanza hoy, precisamente, la aludida poeta Ángela Segovia:]

Estaba pensando en los viajes, pensaba que escribir poesía se parece bastante a viajar, a la sensación de extrañeza y deseo que nos recorre cuando llegamos a una ciudad lejana que ansiábamos conocer. Y la lengua es distinta pero casi milagrosamente logramos comunicarnos. Tú lo has llevado muy lejos, porque has estado uniendo ambas cosas, la escritura y el viaje, en tu obra como poeta y en tus traducciones, que al cabo son viajes también, entre lenguas, ¿podríamos hablar de una poética, en tu caso?”

Supongo que lo que me interesaba cuando empecé a traducir era precisamente eso, la experiencia del viaje, dejar un poco de ser turista en los libros para ir a ellos a vivir algo más intenso que me permitiera traerme algo de vuelta. Habitar en un sitio que no controlas muy bien —un texto en otro idioma— siempre es una experiencia que te cambia. De algún modo es un poco como ser arquitecto de una ciudad que no es la tuya. De algunos autores volví de una forma, de otros de otra. En mis propios textos siempre he buscado también encontrarme con cierta extrañeza o cierta resistencia a mí mismo: cuando aprendo a hacer algo deja de interesarme, así que prefiero vivir por así decirlo en lo extranjero. De alguna manera Variaciones romanas reúne un poco las dos cosas, porque pretendía tener algo del viaje de extrañamiento hacia el otro que supone la traducción y el viaje de extrañamiento que supone el ahondarse en uno mismo. En ambos se pierden cosas por el camino y se encuentran otras. Algunos juguetes, algunas melodías. No sé. Lo odiseico y lo órfico, por decirlo de una manera pedante que acaba de ocurrírseme.