“Anatomía de una sombra”, de Alberto Chessa

Anatomía de Una Sombra

Anatomía de Una Sombra

Chessa, Alberto

ISBN

978-84-17865-85-6

Editorial

Editum. Ediciones de la Universidad de Murcia

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Anatomía de una sombra es el sexto libro de poemas de Alberto Chessa, una obra que llega a su vértice con el mismo. Sin duda nos encontramos ante el Chessa más expansivo, más lenitivo a la par de febril e incorpóreo. Podemos adelantar que, con este libro, Chessa da portazo a la pamema literaria del momento actual de manera apodíctica y límpida.

Como una obra conceptual, en su mejor versión, el autor nos arroja un crisol de poemas que se resisten a desprenderse de la retina del lector. Así, desde los primeros poemas nos encontramos con un desligamiento de su propia voz, del yo que quiere anclarse en tierra al yo inconsciente que se aleja irremediablemente sin ser conocedor del mismo hecho. En primera instancia el poeta se nos muestra habitando el más absoluto y cruel de los abandonos (“La vida en vilo” se titula la primera parte del libro): “No me dejes, mi amor, desconocerte” es ya de por sí la única premisa que necesita el poeta para invitarnos a centrar los cinco sentidos en la lectura. Así, en el mismo poema (segundo del libro), Chessa siembra con “Sálvate. Sálvanos. (…) / Mi vida es hoy un punto suspensivo” esa pérdida del control sobre sí mismo, ergo de su propia voz poética. Es él el que se irá desprendiendo de sus lazos terrenales ante el temor de la muerte de la amada, que quedará sempiterna en la tierra. Él será el escorzo de una frágil esencia que se interpondrá entre una noche de luz blanca y la sombra que muta a veces en amor y otras en despedida. “Yo acabo donde empieza al fin tu cuerpo” es el mejor ejemplo que encontramos a la anterior y decisiva llave para sumergirnos en esta anatomía. O como leemos en uno de los poemas más celebrados del libro (octavo de la primera parte), “Devuelve tus raíces quebradas a la tierra”, un demudado grito por no volver al pasado que sólo lo será con la persona frágil que quiebra su entereza ya disuelta en este verso: “Pero sé que uno es nadie si no ama en otros ojos”.

Iniciamos y descendemos a los soliloquios del hombre derrotado, prisionero del dolor y la duda: “¿Hay en tu herida voz para mi herida?”. O en este otro que se pregunta “¿Debería enseñarte estos poemas? / Estos versos son tuyos (…) / Hoy / sólo espero el deshielo”. Sin duda Chessa es capaz de asumir más su muerte, de desearla, de vivenciarla como algo consustancial al suceso de los acontecimientos, que la deudora de esta obra. Es por ello que nos damos cuenta del difícil ejercicio de sincretismo poético que ejerce el autor durante gran parte del libro, lo que, sin lugar a dudas, nos muestra a una voz subyugante y ofuscada. Ejercicio del que sale victorioso e indemne, más allá de cualquier duda razonable.

En la segunda parte del libro (“Del cuerpo en vela”) nos encontramos con la inevitable transfiguración del poeta en una proyección de la misma materia que se desvanece ante su mirada. Sin esquivar mesuras ni menoscabos, el autor hace su personal peregrinación por la Gnosis más atrayente y colativa que podemos encontrar en una voz poética. Ya en el tercer poema nos hace la invitación a recorrer con él ese “Cuerpo de Vía Láctea, cuerponieve, / tiburón blanco, hambriento, en duermevela, / cuerpollama que tizna antes del tacto, / silueta de orbe, / esfera tú armilar, / cuerpo andamares, agua ya, aguacuerpo”. Un fiel reflejo de que el alma procede de la materia y no de Dios, tal y como mantuvo Hermógenes de Cartago durante su largo viaje por la Siria romana. O la clara vinculación al docetismo más primario: “Cuerpo de nuevo cuerpo con orillas, (…) / También el alma pasa frío / cuando crece hacia fuera”, o “Existes. Huelo a pólvora. / Sabe tu sombra a vino, a abeja, a música”, son claros ejemplos del ilusionismo al que Chessa nos avoca sin templanza.

Este avatar simbólico ya se nos adelanta con los primeros guiños a una religiosidad más entendida como un diurno laberinto en el que descansar y reposar las heridas al saberse ya perdido del todo. Ese “IAÓ”, el grito mágico de los valentinianos que derivó en un Dionisio y éste en Mithra (y que nunca dejó de nutrir a los místicos sufís y cristianos), lo encontramos en esas palabras de estupor ante lo material, “Bebimos del dolor hasta las heces” o “La lengua hecha de estiércol. El aliento / como una herida que no sabe por qué no sangra”, es el espejo de un devenir cultural irrefrenable en los subterráneos cauces de la cultura del poeta.

Más aún, encontramos una clara herencia de los ofitas de Orígenes en el poema noveno de esta segunda parte: “Como escamas de una serpiente / los desiertos jamás están parados”. Solo con la luz de la sierpe comienza la salvación en la materia, el reencuentro y la primera luz del amanecer. Finalmente nos encontramos con la noche que se disipa totalmente y deja paso al juego de los días: “El año más sonámbulo de Dios, / pues llovió sobre Dios más que sobre los nombres” es el verso que acaba por desterrar del orbe al demiurgo, hacedor de todas las leyes que quebrantan el cuerpo y la forma del poeta. Llega “El año de ducharnos entre abejas”.

Concluye esta Anatomía de una sombra con una tercera parte, “Sub rosa”, la que se encabeza con el eterno poema de Percy Shelley.

Finalmente Alberto Chessa retorna. Al fin y al cabo se llama Ozymandias, rey de reyes.

Y “… aún sobreviven el artista y su modelo”.

Nosotros lo celebramos releyendo a una voz que es más poesía que nunca.

Vicente Velasco Montoya, La Montaña Mágica (Cartagena, Murcia)

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