“Deprisa” de Jorie Graham
Simplificando las cosas de un modo probablemente intolerable (al hablar de poesía es mejor afinar mucho, porque si no es claramente mejor no decir nada), diríamos que, al igual que aquellos que se compran una casa en el campo porque descubren que en ella y en su entorno cuentan con todo aquello que necesitan y les gusta, y que andan impacientes por volver a ese hogar, renunciando a descubrir nuevos lugares o a viajes exóticos, impacientes por vivir o revivir una vez más, pero siempre con pequeñas variantes, lo ya conocido, lo ya consabido, lo ya asumido, lo ya estimado…, descubriendo en cada visita nuevos detalles, nuevos rincones, nuevos sonidos…, hay lectores de poesía que, una vez que hemos comprendido qué es lo que nos gusta o lo que nos alimenta, ya podemos quedarnos a vivir siempre allí, no con una actitud perezosa sino, al contrario, indagadora, investigativa… pues conviene andar muy atento si uno quiere descubrir cosas nuevas en la propia casa, en la luna, en un pájaro, en el silencio, en un niño, en quien duerme a tu lado. Y, sin embargo, incluso esos “sedentarios” necesitamos de vez en cuando una buena escapada, una distracción casi diríamos, algo que nos entretenga y nos complazca y que, curiosamente, aunque nos haya resultado sinceramente satisfactorio, multiplique nuestras ganas de volver a casita durante una buena temporada.
Deprisa, el último poemario de la neoyorquina de 1950 Jorie Graham, ha supuesto para mí, en ese sentido, una inspiradora excursión. Este libro implica, de una forma mucho más nítida y profunda que en la mayoría de los otros casos, ponerse en la piel de otro, de otra, acompañar a alguien en un viaje subjetivo pero también físico por su propio mundo, su propia mente, su propio cuerpo, su propia enfermedad y la de los cercanos, y aun de su propia muerte. Hay algo de ansiedad ilustrada en estos poemas, serenidad pero también incontinencia, inteligencia pero también desahogos, hay como un “más allá” de la poesía, alguien que sabe perfectamente qué es lo que está haciendo y necesita rebelarse ante sí misma tratando de llegar algo más lejos, escarbar un poco más en la realidad de fuera y en la conciencia de dentro. En este libro (y cuidado, por favor, que lo decimos como elogio) hay algo de esas señoras que de repente se te ponen a hablar, y a hablar, y a hablar… y ya no paran, pero está hecho, claro, no sólo de un modo consciente sino respondiendo a un proyecto literario ambicioso y bien cuidado, elevado con agudeza y cariño. Hay también mucha indagación en el lenguaje, que es una de las grandes protagonistas de la poesía contemporánea (y también, en numerosos casos, uno de sus mayores lastres), y también en esa línea temática, secundaria en este libro pero siempre relevante, hay fragmentos gloriosos sobre los límites del conocimiento y de la identidad: “Pregúntanos lo que sea. Cómo de profundo es el mar. No podrías bajar / allí. La presión te aplastaría. La luz desaparece a 6000 pies. Haz / otra pregunta. ¿Puedes oírme? No. Quién eres. Yo soy. / ¿Alguna vez has matado un pez? Antaño fui uno pero ahora soy / humana. Soy imaginativa. Quiero amar. Soy egoísta. Las cosas / no son yo. […] Tuve mucha suerte. El fin del mundo ya había ocurrido. Hace / cuánto. No lo sé. No es una operación del conocimiento. Es en un sentido especial / que el mundo acaba. Tienes que seguir viviendo. Tienes que hacer que no se vuelva / una espera. Nada visible es alarmante. Sólo lo exterior continúa pero / continúa. Así que has de hallar el modo de hacer que lo interior / continúe. Tu ente es frágil. Eres un objeto que posees. Cuando menos / se te dio para que lo poseyeras. Has de averiguar qué posesión / es ésa. Creías saberlo. Te equivocaste. Fue un error. Había / un error en la mezcla. Está claro que eres una primera impresión “…
De Deprisa, por supuesto, uno sale con muchísimas más preguntas que respuestas, pero ése es otro mérito de Jorie Graham, y algo prácticamente necesario, si es que no ritual, en este tipo de poesía digresiva, acumulativa, meditativa, casi rapsódica en sus formas y en sus intenciones. Y leyendo (siempre tras la lectura) el prólogo que los traductores, Rubén Martín y Antonio F. Rodríguez, han puesto al frente del libro, obtenemos también muy buenas pistas sobre la experiencia de lectura que acabamos de culminar. La poesía, en fin, también es esto: lanzarse sin muchas advertencias a una piscina desconocida y dejarse llevar por un discurso que, tanto en lo formal como en lo estrictamente verbal, ofrece muchos estímulos, muchas sorpresas, momentos de enorme disfrute, por el lado de belleza o por el lado de la exactitud. Son perlas estratégicamente colocadas por el medio o, en general, al final de largos poemas con muchos datos anodinos, incisos triviales… que sin embargo esconden no sólo, claro, su intención, sino sus propios secretos. El incomparable espectáculo de la realidad se levanta aquí, en fin, de un modo ostentoso. Es curioso, pero lo que tenemos aquí es, a su modo, un viaje al que regresar.
Juan Marqués, para ‘Las Librerías Recomiendan‘