“El despertar de Lázaro” de Julieta Pinto
Pocas cosas nos gustan y nos alegran más en ‘Las Librerías Recomiendan’ que saludar a las nuevas editoriales, sobre todo cuando está claro desde su primer libro que saben hacer las cosas con cariño y calidad, con verdadera vocación editorial y con habilidad lectora. Ahora ha nacido en Cádiz la editorial Firmamento, que irrumpió hace un mes en nuestras librerías con la fuerza de los Días de hambre y miseria de Neel Doff (en traducción de Javier Vela) y con la recuperación de Mephiboseth en Onou de Carlos Edmundo de Ory (con post scriptum del profesor José Luis Calvo Carilla). Pero es de su tercer título del que más nos apetece hablar, pues por aquí también nos atraen mucho las reinterpretaciones de la Biblia, un subgénero literario que en algunas épocas ha sido tendencia, y que ha dado verdaderas obras maestras, como El procurador de Judea, de Anatole France, un breve y sorprendente retrato parcial de Poncio Pilato que en su día, hace ya diez años, fue a su vez el primero título de la editorial zaragozana Contraseña.
Julieta Pinto (San José, Costa Rica, 1921) es una escritora conocidísima y archipremiada en su país que en pocos meses, exactamente el 31 de julio, cumplirá cien años de vida. A pesar de todo ello nunca ha sido muy atendida en España, pero desde Firmamento han decidido reparar esa laguna y nos ofrecen El despertar de Lázaro, un monólogo del amigo de Jesucristo con el que Pinto, entre la devoción y la blasfemia (como, deliberadamente o no, suele suceder al reinterpretar pasajes bíblicos, que se van convirtiendo así en nuevos “evangelios apócrifos”), da un giro inesperado a esa relación, en la que una de las partes ha de ver cómo un amigo de la infancia se revela ya no como hijo de Dios, sino como Dios mismo, algo que debe de ser cuando menos confuso. No podemos ni queremos desvelar mucho del contenido, pero sí se puede adelantar algo que en la novela se plantea desde el principio: si la Iliada comenzaba célebremente con “la cólera de Aquiles”, El despertar de Lázaro arranca con su rencor: lejos de mostrarse agradecido, Lázaro no puede perdonar a su amigo Jesús el que lo haya resucitado, dado que, una vez que ha conocido la mugre de la muerte, su abrazo, su oscuridad irreversible… ya no puede readaptarse con normalidad a la vida. La posible alegría por haber tenido el privilegio de ser el único humano de la Historia en regresar de la muerte queda anulada ante la propia experiencia del final: al final es verdad aquello de que de la muerte no se puede volver, porque incluso él, que apenas estuvo muerto unas horas, ya no puede dejar de sentirse perteneciente al otro mundo, incapaz de volver a la sociedad, como dicen que les ocurre a quienes vuelven de la guerra (asunto sobre el que hay un verdadero aluvión bibliográfico).
Magníficamente escrita, con intensidad, con gran sentido del ritmo, con variedad de registros y de recursos, El despertar de Lázaro narra la relación amor-odio que siente un hombre ante un viejo amigo, con la particularidad de que ese amigo es el Mesías, el Elegido, por el que Lázaro siente el afecto de siempre, así como la admiración por ser quien es, pero también la reserva producida por la sorpresa, tal vez un poco de envidia y el resentimiento ya comentado, así como la mala conciencia por no poder sentirse agradecido por lo que se supone que es “el favor” más sublime que un hombre haya hecho jamás a otro: resucitarlo, devolverlo a la vida… Además, simplemente es que no puede comprender el destino elegido (o al menos aceptado) por Jesús (“¡Qué absurdo morir por los demás cuando la propia vida es lo más importante que se tiene! Yo no quise morir, ni tampoco resucitar. No quiero formar parte de algo que no entiendo”…), y todo ello, unido a ciertos detalles “irreverentes” (Lázaro, por ejemplo, habría sido cliente habitual de María Magdalena, con lo cual también reprocha a Jesús que la haya sacado de la prostitución…), provoca una fenomenal ensalada de sentimientos que Lázaro, en primera persona, va reconociéndonos, tratando de explicarse pero sabiendo que difícilmente va a ser comprendido por quienes no hayamos conocido la atracción ya maternal con que la muerte acoge a los muertos. Hay más, por descontado, pero tendrá que descubrirlo el lector, aventura entre lo divino y lo humano, entre lo terrenal y lo infra-mundano, que complacerá incluso a esos lectores que creen que las “variaciones” ante los textos bíblicos difícilmente podrían despertar su interés.
Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan‘