“Fuegos” de Ismael Ramos

FUEGOS

FUEGOS

Ramos Ismael

ISBN

978-84-120475-2-3

Editorial

LA BELLA VARSOVIA

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Los últimos meses de 2019 han sido buenos para la poesía gallega traducida al castellano. Después de los libros en ‘galego’ que Luisa Castro volvió a reproducir en La fortaleza, su poesía completa, a las estanterías de nuestras librerías han llegado el Camuflaje de Lupe Gómez (en Papeles Mínimos), la antología De vuelos y de aves de Xavier Seoane (en Pre-Textos) o el segundo volumen de la poesía completa de Chus Pato (en Ultramarinos). Y además, el jurado del Premio de literatura Joven ‘Javier Morote’, que anunció sus decisiones el jueves pasado, ha podido fijarse en la primera traducción al castellano de un coruñés de 1994, Ismael Ramos, que ha convertido sus Lumes (publicado originalmente en 2017) en estos Fuegos de hoy.

El acta del jurado destacaba “la enorme fuerza autobiográfica, y a la vez natural, entre lo telúrico y lo social, del libro, que planta un árbol genealógico diferente”. Lo peor de los tópicos es que suelen ser exactos, y es verdad que es muy difícil que en la literatura gallega esté ausente la naturaleza, el mar, la tierra, la lluvia, los animales… En esa literatura el paisaje no es un decorado, sino un personaje que siempre tiene cosas principales que decir, y a quien se escucha con mucha más devoción que en otras latitudes. En los citados libros de Castro, Gómez y Pato hay también mucha meditación familiar, y en todos los casos se tiene muy en cuenta a la madre común, no se puede reflexionar sobre la propia sangre o la propia identidad sin mirar el horizonte, el cielo, los pájaros…, que son, literalmente y más que nunca, un lugar común.

Lo que Ismael Ramos ofrece en Fuegos es uno de esos libros que alguien se debe a sí mismo, una mezcla de memoria y ensoñación, de experiencia y de imaginación, de imprecisas cuentas pendientes con la familia, con la tierra, con la propia formación, con la necesidad de la escritura. Un libro que da la sensación de que se va haciendo mientras se lee, desplegándose en directo. Hay un homenaje a los abuelos, y a la hermana (dueña de la dedicatoria del libro), y a los padres, pero muy especialmente a la madre, cuya juventud fue “consumida en una calle con nombre de arquitecto. En una ciudad con mar”. Hay un poema, titulado “La oscuridad”, que revela que los fuegos del título remiten a cada uno de esos destinos, algunos de ellos ya apagados, a los sueños sepultados en trabajo, a las cosas que iluminaron y luego no se cumplieron. Felicidades fugaces que por un momento alumbraron la penumbra, llamas de las que aprender. El balance general es doloroso, la crónica de una insatisfacción antigua y piramidal que ha llegado hasta la perspectiva del autor, que ha teñido su mirada de ese color tenebroso al que hay que romper con fogonazos siempre que se pueda. No hay demasiada fauna en Fuegos, pero hay una “Fábula”:

 

“Hubo un día en que mi padre me pidió que me pegase un tiro.

Esto no es un poema.

En casa de mis abuelos hay dos escopetas.

Había sol y decidí caminar cuesta abajo”.

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