“Juegos de niñas” de José María Conget

Juegos de niñas

Juegos de niñas

Conget, José María

ISBN

978-84-18178-36-8

Editorial

Editorial Pre-Textos

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Hay dos tipos de escritores (empezamos mal…): están esos cuya trayectoria literaria es una exploración, es decir, que van descubriendo y abordando temas, desarrollando el estilo, haciendo experimentos, cambiando temas y tonos… y están aquellos que desde sus primeros libros ya tienen eso que se llama “un mundo propio”, algo que, como se sabe, no sólo implica un determinado estilo literario, sino una serie de temas, de obsesiones, de filias y fobias, de lugares recurrentes… Escritores, en fin, que viven su obra como un viaje imprevisible, y escritores que se instalan desde su ópera prima en un territorio muy particular y se hacen fuertes allí, investigándolo a conciencia, exprimiendo sus posibilidades, agotándolo…

Cualquiera que haya leído un poco al narrador zaragozano José María Conget está desde su inaugural “trilogía de Zabala” familiarizado con las cosas que le interesan o le gustan o le fastidian. El mundo de Conget es muy ancho, y cualquiera que haya tenido el buen gusto de leerlo por entero sabe con qué meticulosidad ha ido el zaragozano dando cuenta de él, en dos vertientes elementales, la autobiográfica y la imaginativa. La primera se ha volcado en libros monográficos sobre ciudades habitadas, tebeos golosamente leídos, canciones indelebles, verdadero archivo del pasado, y películas que, oportunas, dinamitan la mediocre realidad…, mientras que la segunda ha tomado la más adecuada forma de la novela. Pero además están los cuentos, y en el género narrativo breve es donde Conget ha alcanzado probablemente muchas de sus mejores conquistas, convirtiéndose en un verdadero maestro del relato, logrando varias obras maestras.

En los cuentos Conget ha barajado las dos vertientes de las que hablábamos, y aunque predomina la ficción absoluta, en sus últimas colecciones siempre colocaba algún recuerdo, algún retrato, alguna “memoria” de algo vivido por él. También lo hace en su última entrega, recién publicada, Juegos de niñas, con el precioso y a la vez agridulce texto titulado “True love”, dedicado a su tía Felisa (ya conocida, claro, por los lectores de Conget, pues fue un personaje crucial en su infancia). Lo demás son variantes, nuevamente geniales, de temas ya frecuentados y estimados por él (y, por tanto, por sus seguidores): pitorreo hacia los grandes sabios de la Universidad y ante las diferentes tipologías de la vanidad que pueden llegar a padecer los escritores; investigaciones un tanto obsesivas (y un poquito escépticas) de la vida conyugal; flirteos con una fantasía leve, como un terror de andar por casa (el protagonista del primer cuento comienza a observar que cada pocos días algún desconocido se le queda mirando con una fijación y una sonrisa idénticas, turbadoras, espeluznantes, sin mediar palabra…); excursiones ambiguas a la no tan tierna infancia (como en el cuento que da título al conjunto), y hay varios momentos en que las salas de cine ejercen ese mismo papel que el cenizo de Cioran atribuía al suicidio: cuando todo falle o salga mal, es como una puerta de salida que siempre está ahí, una posibilidad redentora cierta… Así es como los personajes de Conget (y con ellos su creador) atisban salas, carteles, taquillas, como algo que registrar por si acaso…

Y, entre todo ello, al menos dos obras maestras: por una parte, la maravillosa “Patrulla cristiana”, en la que se hace una especie de versión (que no exactamente parodia) del Grupo salvaje de Peckinpah, y en donde Conget retrocede su reloj narrativo (algo no muy habitual en él) para plantarse en el primer franquismo y contar los intentos de un sacerdote de un pueblo aragonés para impedir el estreno de Gilda, con la pérdida segura de almas que ello comportaría. En ese relato estallan la ternura, la inteligencia y la sabiduría retrospectiva de Conget, mientras que en el largo “Toronda” se entrega a la imaginación divertida, a la malicia metaliteraria, a la fantasía que, de tan entretenida, no acaba de ser tan agobiante ni desasosegante como la peripecia que, durante varios días, sufre el protagonista dando vueltas por esa versión del infierno en la que se convierte un centro comercial de un país lejanísimo, del que, como los invitados de El ángel exterminador de Buñuel, no puede salir por mucho que lo intenta…

A los lectores de Conget, en fin, no se les ha de explicar nada ni mucho menos convencerlos de que vayan a la librería a por su nueva obra, pues ése es un movimiento natural, una necesidad que queda complacida cada dos años. Pero ojalá esta reseña sirva para convencer a algunos de los que han andado despistados hasta ahora, y que por fin se animen a acercarse a una de las obras narrativas más ricas, sabrosas, divertidas, bondadosas, escarmentadas, trepidantes, emocionantes y magistralmente escritas entre todas esas que se están desplegando ante nuestros ojos.

Juan Marqués, para ‘Las Librerías Recomiendan

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