“Los turistas desganados”, de Katixa Agirre
Los turistas desganados
Agirre, Katixa
ISBN
978-84-16906-54-3
Editorial
Editorial Pre-Textos
Ahora que todo el mundo habla de Patria, de Fernando Aramburu, un verdadero hito editorial, parece irse olvidando que hace un par de años se produjo otro fenómeno más pequeño y modesto, menos estruendoso y premiado pero probablemente más arriesgado e igualmente revelador que constituyó la primera gran novela sobre ETA tras el final de ETA, aparte de un experimento literario realmente interesante y convincente. Me refiero, por supuesto, a El comensal, de Gabriela Ybarra, que abrió una línea de indagación narrativa en “el asunto vasco” por antonomasia, y que está teniendo continuidad en ciertas novelas más recientes. Por otra parte, la editorial donostiarra Erein ha recuperado, dentro de su necesaria Biblioteca Ramon Saizarbitoria, la incómoda y magistral novela Cien metros, que, publicada en 1976, contaba los últimos segundos de vida de un terrorista antes de ser abatido en el barrio Antiguo de San Sebastián (y ya se anuncia la nueva edición de Los pasos incontables, otra narración magnífica del autor –tan insuficientemente conocido en España como justamente indiscutible en los circuitos vascos- que, de un modo aparentemente más oblicuo pero igualmente central, abordaba el asunto de la llamada “lucha armada”). Al díptico de Edurne Portela formado por el ensayo El eco de los disparos y la novela Mejor la ausencia, se ha unido La línea del frente, de Aixa de la Cruz, y cuando todavía estamos digiriendo estas dos últimas narraciones citadas, aparece entre nosotros la versión en castellano de Los turistas desganados, la primera novela de la vitoriana Katixa Agirre.
La versión original en euskera (Atertu arte itxaron) obtuvo muchos de los premios reservados a ese idioma y, ahora que podemos leer la versión en castellano, traducida por la propia autora, podemos entender por qué. Lo que comienza siendo una road novel con aires explícitos de intrascendencia, con afán deliberado de ligereza, acaba tratando temas muy graves, pero la autora acierta a hacerlo sin solemnidad, de forma refrescante pero nada frívola, con desparpajo de calidad, con desenfado significativo. Escrito en primera persona y en presente, lo que principalmente leemos aquí es el cuaderno de viaje de unos días en los que la joven musicóloga Ulia regresa a su tierra vasca con su novio, el avilés Gustavo, un profesor universitario muy bien acomodado en Madrid. El espíritu del verano, la complicidad del amor, la buena gastronomía, la golosa indolencia del título o unas digresiones realmente graciosas (que a menudo adquieren la forma de diálogo, pero también de microensayos sobre diferentes aspectos de la vida de Benjamin Britten, objeto de la tesis doctoral de la protagonista) van dejando paso paulatinamente (pero sin que el tono del libro cambie) a asuntos más serios, y entre ellos, claro, al “asunto”. No es que haya grandes sorpresas finales, sino que las revelaciones se van ofreciendo al lector desde pronto, pero no podemos adelantar nada: únicamente admirar cómo ha conseguido la autora tratar esos temas de un modo que es a la vez distante pero implicado, como sin comprometerse pero inevitablemente desde dentro. Lo que la novela tiene de “retorno a la semilla” va mucho más allá de la simple excursión que articula el texto, pues si se habla de las manifestaciones a favor del reagrupamiento de los presos como de “folclore vasco”, si hay alusiones a “esos bares” o hasta se hace uso del verbo “incautar” cuando la protagonista se hace con un paraguas para lanzarse a la calle… se hace de un modo que no es exactamente irónico, porque en ello subyace algo claramente herido, pendiente de cicatrizar, un dolor vigente… pero si se puede hablar ya del terrorismo de este modo, aparentemente relajado pero en el fondo muy en serio, es en buena parte porque todo aquello, aunque muy reciente, nos parece ya remoto, casi imposible, como un mal sueño que ya nos pareciera inverosímil.
Los turistas desganados es una novela de actitud juvenil pero madura, muy vivaz y jovial, muy despejada e inteligente, y está además muy bien escrita, con un ritmo ágil y a veces hasta nervioso que se ajusta muy bien a una trama que parece tan improvisada como la ruta de los personajes pero que está perfectamente planeada y estratégicamente planteada. Y es un libro listo, vitalista, enamorado, anhelante de felicidad en forma de kilómetros que se recorren en compañía, en busca de un paisaje, de una playa, de una patria verdadera… Incluso los pasajes más nítidamente trágicos (como la crónica de los atentados del 11-M, que permitió que los personajes –siempre condicionados, pues, por la violencia…– se conocieran) están tratados de un modo nada lacrimógeno, sino con una extraña invitación a seguir viviendo, pero se hace sin la menor sombra de banalización. Es otra cosa: un sentimiento elemental de supervivencia, de afán de crecimiento, de curiosidad sana. Y esta otra propuesta de memoria colectiva, esta otra forma de homenaje, consigue convencer y contagiarse.
Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan‘