“Un lector” de George Steiner
Se cumple un año de la muerte de George Steiner y la editorial Siruela publica bajo el título de Un lector una selección que el propio Steiner hizo de lo que él pensaba que eran sus mejores ensayos hasta los ochenta. Hace un año moría también Harold Bloom y en todas partes se aludía a la muerte de la erudición. Una extraña y terrible saga se terminaba con dos de los principales examinadores del mito.
Así como el mito modela y crea la realidad que está por venir, ciertos pensadores, en su interpretación del pasado, nos muestran unas llaves que abren un poco más adelante las despensas del futuro. El crítico, o más bien el lector crítico; o más bien el caso que Steiner representa y que parece difícil de definir, si es tan afilado y tan agudo como él lo fue, probablemente esté escribiendo lo que ha de venir con las herramientas que le ofrece su presente. Existe un peligro, sin embargo, en el método de retroceder ante un cuadro, un texto, y, ya que estamos, ante el mundo: Steiner lo ejemplifica en estas páginas con el caso de la semiótica francesa. Puede tener este método la intención de perpetuarse, de convertir la mirada individual en juicio universal. En ese error incurriría Bloom en algunos de sus libros.
Hay un paralelismo, con ciertas distancias, entre dos libros originales y problemáticos que son La ansiedad de la influencia de Bloom y En el castillo de Barba Azul de Steiner (del que se incluye un ensayo en el final de Un lector). Son estos, dos libros que comparten la audacia de la juventud. Si bien el Castillo de Barba Azul queda en algunas de sus páginas superado por la tecnología y la velocidad del presente, es un texto que podría medirse con las Inquisiciones de Borges, tanto por su erudición como por su espíritu de ensayar; porque el ensayo, y esto puede parecer muy obvio, ensaya. Conviene recordar estos dos libros, que corresponden a los inicios de ambos autores, porque a pesar de haber sido nombrados los más altos eruditos de su tiempo, hubo un momento en que la Academia se enfadó mucho con ellos. Aún hoy lo sigue haciendo, y es comprensible, porque a uno no le gusta que le despierten de la siesta.
Steiner fue muy consciente de lo subjetivo de la crítica, de lo voluble de esta, y también de la importancia de que estuviera sostenida hasta el final por el estilo. Ese estilo, que produce siempre pensamiento original, se apoyó en su caso en una erudición que abarcaba todas las cosas humanas. Leyendo los más de treinta ensayos que componen este libro uno piensa que qué más puede querer un escritor que no ser actual, que qué felicidad ir a destiempo. Y qué felicidad hacerlo también intempestivamente, porque las líneas de investigación que siguió Steiner son asintóticas, dan vueltas y vueltas sin llegar a tocar nunca la curva plenamente. Steiner, que murió con la dignidad de ciertos filósofos, nos recuerda que cuando la muerte de los oráculos, lenta y progresiva durante el Imperio Romano, la lectura del futuro en las tripas de animales o en los ojos de los peces fue sustituida por otras formas de pronóstico. Si bien la adivinación vivió sus momentos bajos, esta no desapareció. Steiner fue consciente de esto, sabiendo que con él no se terminaban los libros.
Miguel Rodríguez, Santos Ochoa (Salamanca)