“Fuego amigo” de Juan Gracia Armendáriz
Fuego amigo. Los restos de la escritura
Gracia Armendáriz, Juan
ISBN
978-84-123473-3-3
Editorial
Ediciones Contrabando
No es que sea uno demasiado orteguiano, más bien al contrario, pero me cae bien lo pronto que se dio cuenta de que los libros híbridos, mestizos, aparentemente improvisados, receptivos a materiales muy diversos, inclusivos, hechos sobre la marcha… expresaban de una forma muy atinada y estimulante un nuevo mundo, un tiempo distinto, algo que ya peleaba por ser dicho. Como bien explicó Jordi Gracia en su biografía, Ortega comprendió que “lo deseable es concebir libros por los que el tiempo histórico pasa tan vivo y raudo que apenas tienen tiempo de cuajar, inacabados e inacabables porque son no tanto libros como sombras de libros ligados a la dispersión acelerada y plural del tiempo. De ahí esa sintonía plena entre el pensamiento fluyente, radial, impetuoso e improvisado de Ortega y su predilección por libros misceláneos. A veces contienen breves bitácoras o notas de diario, pero son archivos ambulantes de la efusividad intelectual. Y quizá en ellos va la secreta concentración imprevista de un valor de cambio fuerte”…
Esta forma literaria no es necesariamente la superior, siempre ha sido leída como complementaria a la obra principal, pero desde luego es la que con mayor proximidad y exactitud cuenta, si no “la vida”, sí “nuestra vida”, o por lo menos el día a día, con apuntes, notas a vuelapluma, esbozos de textos mayores, arranques que se quedan en eso, planteamientos que se dejan para más tarde, aforismos a repensar en otro momento, ocurrencias pendientes de que una temporada en el cajón demuestre su posible valor… En lo pequeño es donde mejor nos encontramos, en lo no calculado, en la intuición repentina que llega a anotarse en cualquier papel, en una cita oportuna que se encuentra sin buscarla, en esa columna que acaba de enviarse al periódico (y en la que también quedan consignadas preocupaciones o hallazgos de hoy, opiniones que nos retratan)… Es la literatura de “cuaderno”, que se diría sometida a la que, más ambiciosa y definitoria, se va llevando a los libros, y que sin embargo nos parece cada vez más y más reveladora.
Aunque en todo momento se deja claro que es un “libro de encargo”, una propuesta que le hicieron (pero “nunca menosprecio un encargo. Hacen saltar el tapón de algo que de otro modo nunca hubiera salido del desván”), el libro que acaba de publicar Juan Gracia Armendáriz responde más o menos a esta fórmula, pero tiene, desde su mismo subtítulo (“Los restos de la escritura”), una bonita e inteligente ambigüedad: puede insinuarse en él que éste es un libro aparte, “secundario”, donde acaban las pequeñas notas que no pueden aprovecharse en los proyectos mayores, en las novelas, los cuentos, los ensayos, el periodismo. Pero también sirve para comenzar a dejar claro que este libro, si bien libérrimo y variado, tiene un sentido propio, un “tema” que lo justifica, que es el de la propia escritura, el de las consecuencias en la vida de quien se entrega a ella, el de los sinsabores de una actividad que sin embargo nos sigue apasionando, el de los altibajos de la vocación, el de la convivencia inevitable entre la gloria de la creación y la vileza del mundillo literario, la lucha entre la necesidad de soledad y la necesidad de exposición…
El título es formidable: la literatura es exactamente eso, un “fuego amigo”, algo que ayuda y que destruye, que angustia y que salva, pero Gracia Armendáriz insiste varias veces en que no tiene sentido sufrir escribiendo, algo que debería ser norma. Está bien tener dudas, dar angustiosas vueltas a algún detalle, sentir esa inseguridad picante del no saber bien qué se tiene entre manos… pero es absurdo escribir si se padece haciéndolo, pues además “sin pasión no hay escritura, sólo oficio”. El autor navarro da tímidos consejos sobre escritura (pero “es mejor leer este libro entre líneas, y hacer caso a mis dudas antes que a mis certezas”), nos ofrece sus rutinas, hace un repaso a su propia obra (incluyendo retratos agridulces de sus editores), echa la vista atrás, recomienda lecturas y evoca a autores especialmente necesarios para él. Son impagables sus páginas sobre Umbral, a quien dedicó su tesina, al hilo del estreno de Anatomía de un dandy (y qué distinta y qué mejor sería España si uno de cada diez espectadores que ha tenido esa película hubiese leído un solo libro de Umbral), se recoge la muerte de Marsé (“un maestro”), se reivindica a Benet (“Hay que ponerse las cosas difíciles”), se aplaude a Svetlana Aleksiévich, a Onetti, a Dostoievski, se prefiere a Bobin sobre Houellebecq (es decir, se tiene buen gusto)… También, cómo no, cobra importancia la pandemia que estamos viviendo, y el autor vuelve a introducirnos en sus cotidianas sesiones hospitalarias para tratar su enfermedad, y hay estampas de su ex-vida en Madrid o de su pasado como cronista de sucesos…, pero ante todo se insiste en la lectura: no basta con escribir muy bien, como él, sino que “ser un lector omnívoro es primordial”, aunque cuidado, que es muy cierto eso que leemos aquí de que “la escritura cambia la forma de leer”… Y el libro va haciéndose “en directo”, el autor lo va releyendo mientras avanza, le da vueltas, piensa en su título, en cómo le va quedando, y al final habla incluso de las galeradas inminentes, de su publicación, y celebra tener a una buena correctora que va a dejar el libro sin erratas (algo que por cierto, y por desgracia, está muy lejos de ser exacto: lamento constatarlo pero en un libro muy bien editado, con una cubierta perfecta y con el texto, en general, muy aseado, se han deslizado bastantes gazapos donde más destacan y duelen, que es en los nombres propios citados).
Sería útil que todos los buenos escritores ofrecieran un libro como éste (y muchos, de hecho, lo hacen, a veces de modo indirecto, en cartas a otros escritores, en las notas al margen que perviven en sus manuscritos…), una especie de “poética” que muestre la trastienda del creador, su taller, pero no en esos detalles irrelevantes que suelen interesar a los malos periodistas (horarios, posturas para escribir, si libreta u ordenador, si té o café…) sino en lo hondo, en las motivaciones radicales, en la necesidad de expresión, en los bloqueos, en las zozobras, en las posibilidades de cada argumento, en la pertinencia de cada personaje… En lo que ha de estar siempre en toda obra, sosteniéndola, y en aquello a lo que jamás se le dejará entrar a los libros. En lo que es, en fin, fuego amigo, armamento de defensa, y en lo que es pólvora mojada, falsa munición, ruidosa y mala metralla.
Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan‘