Entrevistas

Cuestionario librero 67: Miguel Ángel Ortiz Albero

El “cuestionario librero” se muda por unos días a Zaragoza (con estratégicos regresos intermitentes) para peinar la ciudad y proponer un primer “vaciado” de sus escritores/as (tras visitar ya, tiempo atrás, a Irene Vallejo, o alcanzar en Valencia a María Bastarós, o abordar en Madrid a Santiago Auserón, Ignacio Martínez de Pisón y Daniel Gascón). Para […]

El “cuestionario librero” se muda por unos días a Zaragoza (con estratégicos regresos intermitentes) para peinar la ciudad y proponer un primer “vaciado” de sus escritores/as (tras visitar ya, tiempo atrás, a Irene Vallejo, o alcanzar en Valencia a María Bastarós, o abordar en Madrid a Santiago Auserón, Ignacio Martínez de PisónDaniel Gascón). Para empezar, caminamos “a buen paso” pero sin prisa con uno de sus autores más singulares, Miguel Ángel Ortiz Albero (Zaragoza, 1968), que estos días publica, precisamente, Un andar sosegado. Paseos con Peter Handke, en el que se relee exhaustivamente la obra del Nobel austriaco a la busca de alusiones al hecho de caminar y observar, las dos actividades favoritas de Ortiz Albero (y así constó durante muchos años, invariablemente, en las solapas o notas biográficas de sus libros). Este último título forma parte de una, digamos, serie de monografías en prosa que comenzó en La danza de la muerte y continuó con Variaciones sobre el naufragio. Pero Ortiz Albero fue actor y autor de teatro, y es licenciado en Historia del Arte y artista plástico (cajas, instalaciones, collages…), y formó parte del grupo ‘ecrevisse’, que es algo así como el penúltimo intento de mantener viva y vigente la fértil tradición surrealista zaragozana. En paralelo, ha ido tejiendo poco a poco una obra literaria curiosísima, construida esencialmente sobre la poesía (una poesía que nadie entiende, pero que a todos nos gusta y nos convence) pero con excursiones a la novela (su apollinairiana Un día me esperaba a mí mismo inauguró el catálogo de la editorial Jekyll & Jill) y a eso que ahora, en otros ámbitos, se llama los “géneros fluidos”, que es algo que a la literatura siempre se le ha dado bien. Caminamos con él siguiendo el curso del Canal Imperial de Aragón y, al salir de la ciudad, entre los tomillos, le entregamos el cuestionario librero, con pregunta final del poeta David Mayor, quien también lo responderá pronto.

[Fotografía: Miguel Ángel Ortiz Albero, en Zaragoza, 4 de enero de 2021. Fotografía de Juan Marqués.]

¿Cuál fue el libro que inoculó en ti el veneno de la lectura?

En casa de mis padres guardan unas antiguas antologías de clásicos que pertenecieron a mi abuelo Miguel. En una de ellas leí, maravillado, como todavía hoy, Hamlet. Y ya de adolescente, Baudelaire y Apollinaire. Quería, por encima de todo, irme de vinos con el buen Guillaume.

¿Hay algún personaje de novela al que te gustaría parecerte (o te hubiera gustado cuando lo leíste)?

Bastante tengo con intentar parecerme a mí mismo.

¿Cómo eliges tu siguiente lectura? ¿Qué peso tiene la selección de la librería o la recomendación del librero / de la librera en tu decisión de compra?

Soy un lector absolutamente caótico. Me gusta encontrarme con los libros por azar. Si en el libro que leo nombran a un autor o un libro que me parecen interesantes, me siento en la necesidad de ir a por ellos. Si entro en una librería buscando algo, pero el librero me pone en la mano otra cosa… Es como entrar a un bar porque necesitas un buen café y terminar bebiéndote un fabuloso vino peleón.

Sé valiente, por favor: ¿qué lectura “insoslayable” tienes todavía pendiente?

Dado lo caótico de mis maneras, los huecos son innumerables. Pero confesaré, como ya alguien confesó por aquí, que todavía no he encontrado el momento propicio para El Quijote (pese a tener varias ediciones picoteadas a saltos).

¿Sabes de algún libro extranjero que habría que traducir con urgencia, o alguno descatalogado o muy desconocido que haya que reeditar para bien del mundo?

Soy duro con los idiomas, pero no conozco la urgencia. Pese a todo, y puesto que estoy en mi “época Handke”, sé que hay varias cosas suyas sin traducir y que me encantaría poder leer. Aunque no creo que esto sea necesariamente para bien del mundo, lo sería para el mío.

Algún vicio inconfesable sobre libros (subrayar, tirar a la basura, robar, gastarte lo que no tienes, esconder los libros que compras para que no te riñan en casa, hacer listas y hasta estadísticas con los libros que lees, leer hasta el ISBN y el colofón…)

Hasta no hace mucho era muy cuidadoso, incluso maniático, con ellos. Ahora prefiero manosearlos más. Ya no me importa que se deterioren del modo que sea. Prefiero que se les vea vida. Amontonar los que no están en estanterías con sumo cuidado, eso sí. Subrayar y anotar, siempre a lápiz, jamás con tinta. Y eliminar y arrojar a una papelera, nada más salir de la librería, las fajas o los marcapáginas de promoción.

Define tu perfil de librero/a ideal: tímido/a, parlanchín/a, con un ordenador en la cabeza, sabelotodo, a la última, clásico/a…

Conversador, entusiasmado, sabedor del modo en que tiene organizado su pequeño caos (si lo tiene, que espero que lo tenga), capaz de decirte, porque lo sabe, que para ti algo es “imprescindible”. Y con un sentido del humor arrebatador.

¿Qué tiene que tener una librería para que te apetezca volver a ella?

Sin ánimo de repetir mucho en este cuestionario la idea de lo caótico, el caos elegante y deliberado me resulta muy acogedor. Protector, incluso.

Recomiéndanos, por favor, un clásico (o varios), y un libro reciente.

Frente a mi mesa, ahora mismo, Beckett, Joyce, Valle-Inclán, Shakespeare. Tantos y tantos. Y junto al sofá, también ahora mismo, los cuentos de Carlos Castán.

[Y la pregunta 10, que esta vez es doble, la lanza el poeta zaragozano David Mayor (quien también responderá inminentemente el cuestionario librero):]

“1: ¿Crees, como decía Nietzsche y posiblemente tu admirado Handke, que tienen más valor los pensamientos que nos vienen mientras andamos que aquellos que surgen del pensar sentado? Y 2: ¿Qué debe tener para ti un “día logrado”?”.
1. Estamos siempre de paso. Somos movimiento continuo, flujo y no permanencia. No estamos ni en un sitio ni en otro. Basta con caminar entre nuestra mesa y la ventana, con recorrer el pasillo, con viajar alrededor de nuestra propia habitación, para trazar un camino breviario que nos dicta, casi con toda seguridad, mucho más de lo que nos dicta la silla que nos acoge. 2. Nada especial. Ya lo dice Handke: “Mirar da felicidad”. No es necesario que ocurra nada. Tan sólo debemos “dejar hacer” al día.